lunes, 12 de marzo de 2018

El ocaso de lo más noble

¿Qué está pasando con el derecho público en la Facultad? 

EL OCASO DE LO MÁS NOBLE 


En el ejercicio profesional, la función pública es la que hace más grande a los abogados. En la Facultad, sin embargo, parece relegada a un segundo plano. ¿Qué está pasando con la labor de los más grandes? 

Autor: Juan José Díaz Martínez 



El pasado primero de diciembre sucedió algo que seguramente pasó desapercibido para muchos: llegó el correo con las asignaturas de los énfasis y todos, excepto el de dinámica estatal y ciudadanía, cuentan ya con tres asignaturas cada uno.

Al dirigirme al Departamento de Derecho Público en búsqueda de una explicación, me explicaron que las 3 asignaturas faltantes requieren haber visto administrativo 2. Tendría sentido, si no fuera porque la clase requerida está en noveno semestre, lo que (desafiando toda lógica) significa que si no se ve litigio internacional y controversias constitucionales antes, para validar este énfasis tendría que dedicar 12 créditos sólo a ello en décimo semestre.

Sumado a esto, debo resaltar que las prácticas de consultorio jurídico del departamento de público no sólo son escasas, sino también desalentadoras. Aunque existen unas con un meritorio servicio social  -como ir a la cárcel, a la Fiscalía o la rama judicial-, considero que existen muchas más opciones para que, como estudiantes, participemos en las grandes decisiones que afectan al país, o por lo menos prestemos un aporte a la sociedad más allá de la firma de algún profesor o algún fondo de inversión.

Pese al esfuerzo de un joven profesor, parece reacia y lejana la posibilidad de hacer la práctica en la Corte Constitucional, por ejemplo. Porque al sol de hoy, si busca realizar la práctica en una alta corte, verá que ni con la Corte Constitucional ni con el Consejo de Estado existe un convenio que nos permita realizarla.

 Es de resaltar la labor que ha realizado la Dra. Vanessa Suelt y su grupo de acciones públicas, que una vez llegó a poner el nombre de varios estudiantes en sentencias de la Corte Constitucional. Sin embargo, se les han presentado dificultades que se deben mejorar para que sigan realizando su notable trabajo. También se resalta el Congreso de Derecho constitucional realizado hace 2 años.

No pretendo alzar ningún señalamiento en particular. Esta situación no es el resultado de negligencias o de obstáculos deliberados, sino de una razón más grande.

Pocas épocas en nuestra historia han sido mejores para hablar de derecho constitucional. Cada mañana renacen esos viejos debates sobre la rigidez, la supremacía, la separación de poderes, el estado interventor, entre muchos otros. En estos últimos meses se han proferidos las que sean tal vez las sentencias más importantes de la Corte Constitucional en toda su historia y no hay, salvo algunas excepciones, intervenciones de nuestra casa de estudios.

Pero nadie habla de esto y no tienen realmente por qué hacerlo. Hay un predominio inherente a la mentalidad común en nuestros pasillos de que el derecho público no es relevante, "no da de comer", no te pondrá nunca en una oficina pomposa ni te llevará a ella sentado en una camioneta propia de un político o un mafioso. A lo mucho te hará un mejor conversador.

No vale la pena a los ojos de mis semejantes porque no hay a quien le interese. Hay que aprender cosas prácticas como ganar casos, constituir una sociedad que pueda acabar con las selvas del Chocó, o asesorar a un banco para que sus créditos hipotecarios sean cada vez más difíciles de entender a las personas y poder cobrar más intereses.

Al parecer, no es importante ver cómo los más grandes personajes se paran en la historia y la filosofía para darle vida a las palabras, para ponerlas a bailar y a pelear. Ni tampoco ver a unos jóvenes entusiastas llegar a clase, quitarse la corbata y el saco, para encarar nuestras más profundas creencias, ponernos un espejo de tinieblas para que sólo, tras mucho esfuerzo, dilucidemos un poco lo que verdaderamente somos.

Una clase como controversias no sirva para nada, con la excepción, tal vez, de pensar desenfrenadamente, de soñar como un niño pequeño o un trovador viejo, de caminar hacia la utopía o de levantar la voz con la piel erizada por lo que es justo para todos.

Quizá sea ese el trasfondo. Se atenúa cada vez más, se apaga con el pasar taciturno del tiempo, esa chispa en el interior, esa vocecita terca que nos hace pensar, no en nosotros, no en el otro, sino en todos.




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