Anatomía de los espacios
Ante la puerta de la Facultad
Autor: Nicolás
Ramírez
La puerta de
la Facultad de Derecho se erige como símbolo de la separación entre los
estudiantes y sus directivas. Cruzar por ella sin necesidad de autorizaciones
es el primer paso en la construcción de una Facultad que pertenezca a todos.
A la entrada de la Facultad de
Ciencias Jurídicas hay una puerta que le corta el paso a todo aquel que quiera entrar.
La puerta permanece cerrada y sólo puede ser activada desde adentro, o
utilizando un carné que nada más los funcionarios y los profesores tienen. La
espera suele ser breve, pero no por eso es menos simbólica. La función de la
puerta es clara: obstaculizar el ingreso a la Facultad.
Podría parecer una trivialidad
teorizar sobre una puerta. Entre otras cosas porque las puertas son un elemento
arquitectónico tan estrechamente vinculado a nuestra idea de ciudad, que
difícilmente imaginaríamos un espacio que prescindiera de ellas. La historia de
Roma comienza con una puerta. El mito de su fundación nos cuenta que Rómulo,
para delimitar la nueva ciudad, trazó un recuadro con un arado en lo alto del
monte Palatino y juró que mataría a quien osase traspasarlo. Remo desobedeció y
cruzó con indiferencia la línea, por lo que su hermano lo mató y quedó como el
único y primer rey de Roma. Claro, las puertas en ese entonces eran segmentos
del perímetro sin trazar en los que se había alzado el arado. Sin embargo, su función
era la misma que hoy le damos a lo que llamamos puerta: delimitar el espacio
interior del exterior, separar lo privado de lo público. Así, pues, toda puerta
sugiere una prohibición; más aún cuando está cerrada con llave. No en vano las
puertas del cielo permanecen cerradas, y, curiosamente, también tienen un
Sampedro de guardián.
Esta relación entre puerta y
prohibición es desarrollada por Kafka en “Ante la ley”, en donde se representa
a la ley como una puerta custodiada por un guardián. La parábola narra la
historia de un hombre de campo que al llegar ante la Ley le ruega al guardián
que lo deje entrar, quien responde que “no puede dejarlo entrar aún”. El
visitante no había previsto aquellas dificultades y piensa que la Ley debería
ser accesible siempre y para todos. No obstante, al ver el aspecto fiero e
intimidante del guardián “prefiere pedir autorización para entrar”, pues el
guardián le advierte que es poderoso y que sala tras sala encontrará otros
guardianes, cada uno más poderoso que el anterior. Así, el hombre de campo espera
por años la autorización del guardián para entrar, llegando incluso a conocer
las pulgas de su cuello de piel y rogándoles que intercedan por él. Sin embargo, nada funciona. En su lecho
muerte, el campesino pregunta al guardián cómo puede ser que en todos los años
que han pasado sólo él haya solicitado entrar a la Ley. El guardián responde:
“por aquí no podía entrar nadie más, porque esta entrada te estaba a ti
destinada. Ahora me iré y la cerraré”.
De modo que pensar la puerta de
la Facultad como algo más que un “vano de forma regular abierto en la pared”,
no es del todo un despropósito. Habría que preguntarnos: ¿por qué obstaculizar
la entrada de un espacio al que todos los miembros de la comunidad educativa
tienen necesidad de entrar? La Facultad es un espacio de encuentro entre
estudiantes, funcionarios y profesores. Es inevitable pensar, como el campesino
de la parábola kafkiana, que ésta debería ser accesible siempre y para todos. Esperar
a que alguien abra la puerta desde adentro revela la distancia que existe entre
la Facultad y los estudiantes, y termina reproduciendo las dinámicas de poder
que tanto entorpecen el ejercicio democrático en nuestro país.
Iniciativas estudiantiles como “La
Facultad de Mejorar” han intentado (inútilmente) cambiar esta situación.
Propuestas como la entrega de exámenes directamente a los estudiantes, la
eliminación de trámites innecesarios para la revisión de un parcial, la
implementación de la figura del estudiante-monitor para ciertas clases, o el
mejoramiento de los canales de comunicación entre los estudiantes y el medio
universitario, se proponían involucrar a los estudiantes en la construcción de
una Facultad que pudieran considerar propia, cruzar la puerta sin pedir
autorización. Porque el sentido de pertenencia no se construye solamente con
las serenatas de fin de carrera y los partidos de fútbol durante la semana
universitaria, sino con la participación activa de los estudiantes en las
decisiones que los afectan.
Generaciones enteras de
estudiantes han esperado su momento para entrar. Sin embargo, la puerta de la Facultad ha permanecido incólume. ¿Estaba
realmente a nosotros destinada?
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