lunes, 12 de marzo de 2018

Ante la puerta de la Facultad


Anatomía de los espacios

Ante la puerta de la Facultad



Autor: Nicolás Ramírez

La puerta de la Facultad de Derecho se erige como símbolo de la separación entre los estudiantes y sus directivas. Cruzar por ella sin necesidad de autorizaciones es el primer paso en la construcción de una Facultad que pertenezca a todos.

A la entrada de la Facultad de Ciencias Jurídicas hay una puerta que le corta el paso a todo aquel que quiera entrar. La puerta permanece cerrada y sólo puede ser activada desde adentro, o utilizando un carné que nada más los funcionarios y los profesores tienen. La espera suele ser breve, pero no por eso es menos simbólica. La función de la puerta es clara: obstaculizar el ingreso a la Facultad.

Podría parecer una trivialidad teorizar sobre una puerta. Entre otras cosas porque las puertas son un elemento arquitectónico tan estrechamente vinculado a nuestra idea de ciudad, que difícilmente imaginaríamos un espacio que prescindiera de ellas. La historia de Roma comienza con una puerta. El mito de su fundación nos cuenta que Rómulo, para delimitar la nueva ciudad, trazó un recuadro con un arado en lo alto del monte Palatino y juró que mataría a quien osase traspasarlo. Remo desobedeció y cruzó con indiferencia la línea, por lo que su hermano lo mató y quedó como el único y primer rey de Roma. Claro, las puertas en ese entonces eran segmentos del perímetro sin trazar en los que se había alzado el arado. Sin embargo, su función era la misma que hoy le damos a lo que llamamos puerta: delimitar el espacio interior del exterior, separar lo privado de lo público. Así, pues, toda puerta sugiere una prohibición; más aún cuando está cerrada con llave. No en vano las puertas del cielo permanecen cerradas, y, curiosamente, también tienen un Sampedro de guardián.

Esta relación entre puerta y prohibición es desarrollada por Kafka en “Ante la ley”, en donde se representa a la ley como una puerta custodiada por un guardián. La parábola narra la historia de un hombre de campo que al llegar ante la Ley le ruega al guardián que lo deje entrar, quien responde que “no puede dejarlo entrar aún”. El visitante no había previsto aquellas dificultades y piensa que la Ley debería ser accesible siempre y para todos. No obstante, al ver el aspecto fiero e intimidante del guardián “prefiere pedir autorización para entrar”, pues el guardián le advierte que es poderoso y que sala tras sala encontrará otros guardianes, cada uno más poderoso que el anterior. Así, el hombre de campo espera por años la autorización del guardián para entrar, llegando incluso a conocer las pulgas de su cuello de piel y rogándoles que intercedan por él.  Sin embargo, nada funciona. En su lecho muerte, el campesino pregunta al guardián cómo puede ser que en todos los años que han pasado sólo él haya solicitado entrar a la Ley. El guardián responde: “por aquí no podía entrar nadie más, porque esta entrada te estaba a ti destinada. Ahora me iré y la cerraré”.

De modo que pensar la puerta de la Facultad como algo más que un “vano de forma regular abierto en la pared”, no es del todo un despropósito. Habría que preguntarnos: ¿por qué obstaculizar la entrada de un espacio al que todos los miembros de la comunidad educativa tienen necesidad de entrar? La Facultad es un espacio de encuentro entre estudiantes, funcionarios y profesores. Es inevitable pensar, como el campesino de la parábola kafkiana, que ésta debería ser accesible siempre y para todos. Esperar a que alguien abra la puerta desde adentro revela la distancia que existe entre la Facultad y los estudiantes, y termina reproduciendo las dinámicas de poder que tanto entorpecen el ejercicio democrático en nuestro país.

Iniciativas estudiantiles como “La Facultad de Mejorar” han intentado (inútilmente) cambiar esta situación. Propuestas como la entrega de exámenes directamente a los estudiantes, la eliminación de trámites innecesarios para la revisión de un parcial, la implementación de la figura del estudiante-monitor para ciertas clases, o el mejoramiento de los canales de comunicación entre los estudiantes y el medio universitario, se proponían involucrar a los estudiantes en la construcción de una Facultad que pudieran considerar propia, cruzar la puerta sin pedir autorización. Porque el sentido de pertenencia no se construye solamente con las serenatas de fin de carrera y los partidos de fútbol durante la semana universitaria, sino con la participación activa de los estudiantes en las decisiones que los afectan.

Generaciones enteras de estudiantes han esperado su momento para entrar. Sin embargo, la puerta de la Facultad ha permanecido incólume.  ¿Estaba realmente a nosotros destinada?

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