lunes, 12 de marzo de 2018

UN SISTEMA EN CONTRAVÍA


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UN SISTEMA EN CONTRAVÍA

Autor: Gabriel Mejía


Un profesor sabiamente dijo un día en clase: “las ciencias nacen por necesidades humanas”. Tal vez sea algo lógico para muchos, pero creo que a pesar de ser un aspecto de conocimiento público, en la práctica muchos olvidamos esta realidad.

Es así que con la invención del automóvil a motor y la masificación de su uso como medio de transporte, fue necesario crear normas que regularan el uso de éstos y permitieran generar un ambiente de armonía en las calles. Entonces Colombia, como un Estado Social de Derecho, tiene una regulación de tránsito que se vislumbra principalmente en su Código Nacional de Tránsito Terrestre, que regula la actividad diaria de los agentes intervinientes en las vías y establece las multas a imponer para quien infringe sus articulados.

En principio cualquier extranjero que leyera los dos primeros párrafos y desconociera la realidad de Colombia, diría que todo funciona con normalidad. Pero como buenos expertos que somos, aquí desviamos la finalidad de las instituciones que creamos. Cabe preguntarse entonces, ¿cuál es la finalidad del Código Nacional de Tránsito Terrestre? O mejor, ¿cuál es la finalidad de las normas que allí consagran una prohibición?

No puede ser otra la respuesta. Dichas normas fueron creadas para armonizar un conjunto de actividades peligrosas, es decir, para que las personas que participan en las vías adecúen su actuar y así prevengan un resultado indeseado, como lo es un accidente de tránsito. Pero aquí hemos desviado la finalidad de éstas y, en especial, la policía, siendo el órgano encargado de sancionar a los infractores.

Afirmo con certeza lo anterior, porque si bien la norma tiene un carácter preventivo, lo más lógico es que la policía evite la comisión de estas infracciones, porque de no ser así podría producirse el resultado que el precepto normativo pretende esquivar. No obstante, en nuestro amado país, preferimos que el individuo viole la norma de tránsito a evitar la ocurrencia de los hechos imputables.

Observemos el siguiente ejemplo. Un policía de carreteras sale de su casa a su lugar de trabajo, teniendo como objetivo principal cazar a los infractores de tránsito, entonces si ese es su propósito debe realizar todo lo pertinente para obtenerlo, por lo que se escabullirá entre los árboles o se esconderá detrás de una curva para coger a quien decide sobrepasarse la norma. Muchos pensarán que está haciendo bien, pero si recordamos el fin de tales normas, resulta evidente que no.

Ahora pensemos en esto. ¿Qué es mejor: prevenir que el terrorista ponga la bomba y así imputarle un delito con una pena mucho mayor o capturarlo antes de que logre su objetivo y así salvar incontables vidas? Entonces, ¿no sería mejor disminuir el número de infractores de tránsito y así reducir el número de muertes por accidentes viales?

Parece lógica una respuesta a las anteriores preguntas, pero lastimosamente este sistema está plagado por una irracionalidad que permea a todos los agentes de la vía. Entonces propongo encaminar la norma para lo que fue creada, devolverle las raíces a las mismas y así cumplir sus objetivos. Debemos entender que todos alimentamos estas malas conductas: el policía que actúa como persecutor y el ciudadano que quiere zafarse de la multa dándole dádivas al primero. Si comprendiéramos que lo que creamos es un círculo vicioso que hace que las conductas se repitan y los accidentes de tránsito no se disminuyan, tal vez viviríamos en un país donde las cámaras de foto multa no se ocultan en casas abandonadas.  

Los beneficios de comprender la finalidad de estas normas serían múltiples. Independientemente si consideramos que la norma se acomoda o no a la realidad, debemos entender que, tanto particulares como policía, somos responsables de lo que pase en las vías y por ende de las vidas que allí transitan.

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