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UN SISTEMA EN CONTRAVÍA
Autor: Gabriel Mejía
Un profesor sabiamente
dijo un día en clase: “las ciencias nacen por necesidades humanas”. Tal vez sea algo lógico para muchos,
pero creo que a pesar de ser un aspecto de conocimiento público, en la práctica
muchos olvidamos esta realidad.
Es así que con la
invención del automóvil a motor y la masificación de su uso como medio de
transporte, fue necesario crear normas que regularan el uso de éstos y
permitieran generar un ambiente de armonía en las calles. Entonces Colombia,
como un Estado Social de Derecho, tiene una regulación de tránsito que se
vislumbra principalmente en su Código Nacional de Tránsito Terrestre, que
regula la actividad diaria de los agentes intervinientes en las vías y
establece las multas a imponer para quien infringe sus articulados.
En principio cualquier
extranjero que leyera los dos primeros párrafos y desconociera la realidad de
Colombia, diría que todo funciona con normalidad. Pero como buenos expertos que
somos, aquí desviamos la finalidad de las instituciones que creamos. Cabe
preguntarse entonces, ¿cuál es la finalidad del Código Nacional de Tránsito
Terrestre? O mejor, ¿cuál es la finalidad de las normas que allí consagran una
prohibición?
No puede ser otra la
respuesta. Dichas normas fueron creadas para armonizar un conjunto de
actividades peligrosas, es decir, para que las personas que participan en las
vías adecúen su actuar y así prevengan un resultado indeseado, como lo es un
accidente de tránsito. Pero aquí hemos desviado la finalidad de éstas y, en
especial, la policía, siendo el órgano encargado de sancionar a los
infractores.
Afirmo con certeza lo
anterior, porque si bien la norma tiene un carácter preventivo, lo más lógico
es que la policía evite la comisión de estas infracciones, porque de no ser así
podría producirse el resultado que el precepto normativo pretende esquivar. No
obstante, en nuestro amado país, preferimos que el individuo viole la norma de
tránsito a evitar la ocurrencia de los hechos imputables.
Observemos el
siguiente ejemplo. Un policía de carreteras sale de su casa a su lugar de
trabajo, teniendo como objetivo principal cazar a los infractores de tránsito,
entonces si ese es su propósito debe realizar todo lo pertinente para
obtenerlo, por lo que se escabullirá entre los árboles o se esconderá detrás de
una curva para coger a quien decide sobrepasarse la norma. Muchos pensarán que
está haciendo bien, pero si recordamos el fin de tales normas, resulta evidente
que no.
Ahora pensemos en esto.
¿Qué es mejor: prevenir que el terrorista ponga la bomba y así imputarle un
delito con una pena mucho mayor o capturarlo antes de que logre su objetivo y
así salvar incontables vidas? Entonces, ¿no sería mejor disminuir el número de
infractores de tránsito y así reducir el número de muertes por accidentes
viales?
Parece lógica una
respuesta a las anteriores preguntas, pero lastimosamente este sistema está
plagado por una irracionalidad que permea a todos los agentes de la vía.
Entonces propongo encaminar la norma para lo que fue creada, devolverle las
raíces a las mismas y así cumplir sus objetivos. Debemos entender que todos
alimentamos estas malas conductas: el policía que actúa como persecutor y el
ciudadano que quiere zafarse de la multa dándole dádivas al primero. Si
comprendiéramos que lo que creamos es un círculo vicioso que hace que las
conductas se repitan y los accidentes de tránsito no se disminuyan, tal vez
viviríamos en un país donde las cámaras de foto multa no se ocultan en casas
abandonadas.
Los beneficios de
comprender la finalidad de estas normas serían múltiples. Independientemente si
consideramos que la norma se acomoda o no a la realidad, debemos entender que,
tanto particulares como policía, somos responsables de lo que pase en las vías
y por ende de las vidas que allí transitan.
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