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Colombia,
un país de todos y para todos
Autora: Isabel Cristina Castrillón Guzmán
Todo
aquel que ha nacido en Colombia conoce de antemano que este es un país de
muchas facetas. Por un lado, conocemos sus riquezas naturales, la variabilidad
del clima y la amabilidad de la gente, lo cual nos muestra más que un
territorio, una patria y un sentimiento. Por otro lado, el que no es tan
agradable ni colorido, están las manchas imborrables de una guerra perpetuada
por más de medio siglo, acabando con la esperanza de aquellos que sólo quisieran
un momento de paz. Tal es la dualidad que nos constituye intrínsecamente y de
la cual es necesaria apropiarnos.
Sin
embargo, para entender el proceso de nuestra vida, es necesario el
reconocimiento en la memoria, sin tapujos, sin censura, lo bueno y lo malo, la
dicha y el dolor, todo aquello que no comunique entre iguales, pero en medio de
la pluralidad. El lector tal vez se preguntará por qué digo esto. Sencillamente
porque no es sano llenar de flores y halagos o de otro lado pensar que este es un mal país. ¿Qué si tiene
problemas? Naturalmente, como todos. ¿Violencia? Se vive a diario, por supuesto.
Pero rara vez nos cuestionamos si más allá de buscar culpables, el problema
somos nosotros.
La
raíz comienza desde casa, en la anti-cultura. Los conflictos se forman cuando
no sabemos respetar al otro; cuando se evidencia la ley del más fuerte; cuando
el mundo es de los vivos; cuando el que peca y reza empata; cuando buscamos
culpables y no soluciones; cuando dividimos irreconciliablemente la opinión
entre derecha e izquierda; cuando no obedecemos ni las normas de tránsito; cuando
no votamos; cuando enseñamos a los niños a ser vulgares; cuando discriminamos a
alguien por su raza, sexo, religión, preferencias u orientación sexual; cuando
nos burlamos de todo lo que se vea diferente a nosotros. En fin, cuando no
somos capaces de vivir en la alteridad y pretendemos que el mundo sea como lo
pensamos individualmente y cuando preferimos quejarnos de todo sin tener la
disciplina para lograr nuevas metas.
La
paz no se logra esperando que funcione la implementación de unos acuerdos. Una
verdadera paz estable empieza con nosotros como entes individuales. No hay peor
pobreza que la del pensamiento. Hay que abrir nuestra mente. Como primera
medida hay que entender que Colombia es de todos: es de los negros, los
blancos, los aborígenes, los indígenas, los homosexuales, las tribus urbanas,
los grandes empresarios, los religiosos, los ateos, los trabajadores de la
ciudad, los campesinos. Y todos en conjunto deben aprender a convivir. Para
contribuir positivamente, se deben tener en cuenta todos los intereses
encontrados. La solución no se encuentra en la doble moral, se empieza por
pequeños cambios.
Ser
Javerianos es más que un título. Como futuros profesionales de esta comunidad,
tenemos el deber de salir y afrontar la realidad del país, entendiendo que
estaremos al servicio de seres humanos, tendremos vidas y problemas reales en
nuestras manos, y nuestra misión, lejos de llenarnos de prepotencia con el
conocimiento y creernos superiores, es ayudar y brindar apoyo a la
comunidad.
La
lucha por la reivindicación de derechos empieza con educación, nuevas ideas y
puestas en práctica. Pero para ello es necesario desmitificar la memoria y
reconocer que estamos hechos de alegría y de dolor. Si somos una sociedad
diversa, hay que verla como tal y por eso este es un escrito por un país más
pluricultural, que pueda vivir en la alteridad, ponerse en el lugar del otro,
sentir y vivir la realidad, que se atreva a tener un pensamiento crítico y,
finalmente, para todos aquellos que aún creen que construir un futuro es
posible.
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