lunes, 12 de marzo de 2018

Hollywood, la hoguera


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A propósito de MeToo y Time’s Up

Hollywood, la hoguera


El escándalo de Harvey Weinstein ha dado pie a una ola de denuncias que ha permitido visibilizar un problema muy serio en la industria del cine y en el mundo. Sin embargo, vale la pena analizar la forma en la que se ha planteado el debate.

Por: Alejandro Moreno

En octubre del año pasado un grupo de periodistas del New York Times sacó a la luz pública un artículo en el que se denunciaba que Harvey Weinstein, productor todopoderoso de Hollywood, había mantenido una constante conducta de acoso sexual a las mujeres que trabajaban para él y las formas en las que negociaba el silencio de sus víctimas. La reveladora noticia dio pie para que cientos de mujeres del medio denunciaran los acosos o agresiones sexuales que han sufrido a lo largo de su carrera, y la ola que derribó a Weinstein pronto arrastró también a Louis C.K., quien aceptó las acusaciones de cinco mujeres, y a Kevin Spacey, que aprovechó para disculparse por sus acosos a jóvenes mientras salía del clóset.  

 No pasó mucho tiempo para que las réplicas en redes sociales aparecieran, y en muy poco tiempo el #MeToo inundó las redes con testimonios de cientos de miles de mujeres describiendo situaciones en las que se han sentido agredidas sexualmente. Poco después, el primer día de este año, se presentó Time’s Up, un movimiento encabezado por las grandes actrices de Hollywood para frenar el acoso sexual y apoyar a las víctimas con independencia de su medio.

Las conductas que se han denunciado son absolutamente deplorables, y cuando Weinstein y Spacey salgan de la clínica en la que se han recluido, prófugos de la opinión pública, deberán ser llevados a los tribunales para que respondan por lo que ninguno de los dos ha negado. Sin embargo, esto pareciera algo de menor relevancia. La forma en la que se han planteado las denuncias y en la que ha evolucionado el despertar de las mujeres parece menos preocupado por acudir a la justicia que por poner en la picota a las celebridades. Y sí, hablar del acoso sexual es importante, se trata de iluminar el drama que viven a diario miles de mujeres en el mundo y que por mucho tiempo ha permanecido en la oscuridad. Pero debe tratarse también de una forma de llevar por el conducto institucional de la justicia las denuncias correspondientes, con todos los desafíos que eso conlleve.


Ya lo ha dicho la escritora canadiense Margaret Atwood, #MeToo es síntoma de una justicia rota, y eso es presagio de un peligroso estado de cosas en donde una acusación es irremediablemente una condena. 

Menos tardó Woody Allen en advertir una cacería de brujas en que los dedos juzgadores se apuntaran en su contra, y en la de todas las personas que han trabajado con él durante los veinticinco años que han pasado desde que fue acusado por Mia Farrow, su exesposa, de comportamientos muy graves con su hija Dylan. Comportamientos que fueron investigados en su momento sin que nunca se llegara a ninguna conclusión. Comportamientos que fueron públicos desde entonces y revividos por los medios de cuando en cuando, pero que solo hoy, con la aparición de MeToo y Time’s Up parecen ser un motivo de vergüenza y arrepentimiento de quienes trabajaron en sus películas.

Time’s Up tiene, por otra parte, una oportunidad de oro. Ha logrado visibilizar a las víctimas, ha empezado a darle una voz a lo que antes era un murmullo. Pero debe dar un paso hacia adelante. Que la retórica del señalamiento no se vuelva su único discurso. Carolina Sanín—de quien se puede decir muchas cosas, incluso que a veces tiene la razón—ha señalado la paradoja que implica el que las mujeres combatan la cosificación a la que han sido sometidas en su camino por llegar a papeles en los que se cosifica a la mujer. Pueden buscar que sus papeles sean más que los de madres, o esposas, o acompañantes del héroe. Pueden seguir en su lucha contra la abismal inequidad salarial que impera en Hollywood como en pocas industrias, o porque en sus premios las categorías no diferencien el talento por el género.

Pero por lo pronto Time’s Up es un movimiento insuficiente. La forma en la que se ha planteado el debate desde el escándalo de Weinstein—que no es sino una conciencia que en muchos se ha despertado cuando menos con oportunismo— va a seguir generando señalamientos como los que ya cierta intelectualidad francesa ha lanzado. La inmediatez de las redes sociales permite que en un par de horas se destruya a una persona, que se eleven los puños, que se provoquen incendios; pero ninguna solución, ningún progreso. Hay debate, y hay que darlo. No es posible que lo único que se logre con esto sea la derrota de la justicia, pues ante los llamados por un alto en el camino para reflexionar sobre lo que sucede, para abordar límites o definiciones, la respuesta que se ha dado parece arrancada de versos de Cernuda: «mejor la destrucción, el fuego».




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