Fútbol y política
El fútbol, tan puro y natural, ha reproducido conflictos ajenos a las canchas y ha sido una herramienta de imposición o propaganda, pero también un símbolo de resistencia. Aquí, tres ejemplos de ello.
Por Juan Martín Garcés y Alejandro Moreno
Un dictador en el camerino
El mundial de Argentina ‘78 dejó para la historia más que el Adidas Tango y la tierna figura de Gauchito. Hace cinco años, la FIFA estudió la posibilidad de revocarle a la selección argentina su primer mundial, conseguido en su propia tierra, por la anormal forma en que los dirigidos por Menotti llegaron a la final.
La consecución del mundial fue un operativo militar que inició poco tiempo después del golpe de Estado a Isabelita Perón en 1976. Ese mismo año, la Junta Militar argentina creó el Ente Autárquico Mundial del ‘78, controlado directamente por el ejército y encargado de la organización y financiación del campeonato, pero con absoluta reserva de su gestión. Además, el EAM tuvo la labor de limpiar la imagen del gobierno de la Junta Militar que encontraba en el mundial la excusa perfecta para desviar la mirada de las acusaciones de violaciones a derechos humanos que entonces ya se hacían evidentes.
También era necesario un buen desempeño de los anfitriones, que tuvieron un buen inicio en la primera fase, pero que en el último partido de la segunda, estaban obligados ganar con una diferencia de tres goles frente a Perú, pues de lo contrario, cederían su lugar en la final a Brasil, que tenía un saldo a su favor de cinco goles.
Éste se realizó en el recién remodelado Gigante de Arroyito en Rosario. Los 37.000 espectadores contaron con la asistencia en los palcos del general Jorge Rafael Videla, presidente de la Junta Militar de Gobierno, lo que no sorprendió tanto como su visita a los camerinos de la selección peruana, al comienzo y al final del partido, en el que Argentina le encajó seis goles a un equipo que había sido imbatible en la primera fase.
Lo que pasó en los camerinos ha sido objeto de discusión histórica. Según Ramón Quiroga, el abatido portero de aquel día, el dictador habló de las amistosas relaciones entre Perú y Argentina. Para otros, fue un acto de intimidación abierta. Los relatos más radicales, y menos creíbles, afirman que Videla iría a los camerinos a repartir sobornos directamente. Sobre las supuestas coimas con las que habría conseguido la copa también se ha especulado: una donación de su país a la dictadura de Morales Bermúdez, o el intercambio de presos políticos que serían arrojados desde un avión por la Junta. En todo caso, su presencia provocó en los peruanos una de las más bochornosas actuaciones en los mundiales. Bien por intimidación o por conveniencia, Argentina pasaría a la final con un impulso siniestro.
En el último partido, los encargados del campo del Monumental, para honrar a los miles de víctimas del régimen—algunas padecían a pocos metros del estadio, en la Escuela Mecánica de la Armada—pintaron las bases de los arcos con dos franjas negras, no sin antes consultar al EAM, que aceptó ingenuamente cuando se le explicó que se trataba de una tradición mundialista. A pesar de serle tan útil a una dictadura, el fútbol es incompatible con la tiranía.
Un deporte argentino
Traído desde Inglaterra hasta los puertos del Río de la Plata en el siglo XIX, arribó como un deporte exclusivo de la élite, de esos frívolos ingleses que construían redes ferroviarias y necesitaban alguna actividad para distraerse en sus clubes durante los ratos de ocio. Paulatinamente, el juego se fue extendiendo a distintas empresas, donde finalmente llegó a la clase popular, que se interesó en el deporte con fervor. El argentino encontró en el fútbol una pasión delirante y desarrolló una técnica más pintoresca que la del británico, una característica fundamental de su identidad.
Un siglo más tarde, en 1986, la selección argentina se preparaba para el segundo mundial de México. El equipo llegaba al país azteca con mucha tensión por el mal juego mostrado antes del torneo y en medio de la eterna polarización entre los partidarios de Menotti y los de Bilardo. A pesar de esto, el equipo pasó a octavos. Allí se enfrentó ante Uruguay en el clásico rioplatense: la lucha entre los países más aguerridos del continente y, quizá, del mundo. Argentina ganó 1-0 y pasó a cuartos.
Dos días después conocería a su rival: Inglaterra. Aquella que cuatro años antes había ganado la Guerra de las Malvinas; reafirmado su autoridad sobre el archipiélago, arrasando con la vida de 649 militares argentinos. La Junta Militar había logrado, con la guerra, exacerbar el nacionalismo y desviar la atención de las crisis que desataba el régimen, y el fracaso había despertado todavía más la hermandad entre los gauchos. Y ahora, sobre el césped, once jugadores tendrían la oportunidad de redimir a un país que aún se lamentaba.
Pero la rivalidad tenía más años y episodios detrás; era la otrora potencia colonial contra quienes heredaron su fútbol. Cuando Argentina venció por primera vez a Inglaterra en un partido, en 1953, un dicho anónimo simbolizó la animadversión: “Primero nacionalizamos los ferrocarriles, ahora nacionalizamos el fútbol”.
Así, aquel 22 de junio se convirtió el fútbol en metáfora, en la condensación de un enfrentamiento que superaba los límites de la cancha: un duelo geopolítico, económico e histórico. El honor estaba en juego. El primer tiempo estuvo árido, sin emociones. Pero en el segundo aparecería el símbolo argentino, el genio que inspiró libros, canciones, hasta una religión: Diego Armando Maradona.
A los cinco minutos, anotaba el primer gol, “un poco con la cabeza y un poco con la mano de Dios”, la mano de Diego. Pero no pararía ahí. Cuatro minutos más tarde, Maradona recibía el balón detrás de la mitad del campo, sacaba a dos ingleses con un giro, corría 50 metros hasta el área contraria sacando a dos rivales más y, dejando también al arquero en el camino, marcaba ‘El gol del siglo’. Argentina ganó el partido 2-1 y clasificó a semifinales. “Era como ganarle, más que nada, a un país, no a un equipo de fútbol (…) Y esto era una revancha, era… recuperar algo de las Malvinas”. Maradona sintetizó en estas palabras el sentimiento de reivindicación del pueblo argentino, que días después, con el trofeo en las manos del caudillo, desahogó las penas acumuladas durante la dictadura y la guerra.
Padecimiento blaugrana
En agosto de 1936, Josep Suñol, presidente del Fútbol Club Barcelona y miembro de la Esquerra Republicana de Cataluña, se dirigía al Alto del León, en las inmediaciones de Madrid, para entregar un dinero a las tropas republicanas que habían avanzado hasta ahí. El directivo catalán fue detenido en su camino por hombres del bando sublevado, que al reconocerlo procedieron a fusilarlo. Las noticias tardaron casi una semana en llegar a Barcelona. En su equipo sería nombrado desde entonces «presidente ausente».
Poco tiempo después, la Aviación Legionaria de Mussolini bombardearía incesantemente la Ciudad Condal, dejando más de un millar de muertos. Una cayó muy cerca de la sede social del Barcelona, dejándola reducida casi a escombros. Los trofeos conseguidos en la primera era del club no quedaron tan afectados como los muros derribados y muebles rotos en cien pedazos. La imagen entonces no podía ser tan clara como ahora: los triunfos del equipo de una ciudad resistían con ella los embates de la guerra.
El fin de la guerra no mejoraría la situación. Con la victoria de Franco y Suñol ausente, el régimen impuso en la presidencia de un Barcelona agónico, una comisión gestora. Luego dejaría a la cabeza al Marqués de Mesa de Asta, un franquista que se vio obligado a renunciar tras lo que se ha conocido como el escándalo de Chamartín. El Barcelona, pese a los tiempos difíciles, llegó a las semifinales de la Copa del Generalísimo, donde se enfrentaría al Real Madrid.
El primer partido, jugado en el campo de Les Corts, terminaría con un 3-0 a favor del Barcelona, aunque un abucheo sin precedentes por parte de la afición culé al equipo blanco, alertaría a las autoridades. El partido de vuelta fue en el Estadio de Chamartín, repleto de hinchas del Real Madrid que habían asistido con silbatos para vengar las chiflas a su equipo, que se habían entendido como una afrenta a la Nación. Antes del encuentro se presentó en el camerino del equipo visitante José Finat i Escrivá de Romaní, antiguo director de seguridad del régimen. Lo que le dijo a los jugadores será siempre incierto, pero no su efecto. El público de Chamartí fue testigo de la derrota más vergonzosa en la historia del Barcelona: 11-1 a favor del local.
Otro símbolo de la determinación libertaria del Barcelona es la de su escudo, y la de su nombre. Contrario a lo que pasó con muchos equipos de ese país, Barcelona nunca hizo los trámites para convertirse en equipo real, ni ostentar en su escudo la corona real española. Que en una misma ciudad existan dos equipos con esa diferencia, y que uno lleve el gentilicio y la heráldica del país del que el otro no quiere ser parte, es una muestra más del empeño de un equipo en conservar una soberanía que ha padecido.
FOTO: Videla entregando copa a Passarella. Tomada de Los Andes http://www.losandes.com.ar/article/anos-titulo-polemico-722668
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