Los medios de comunicación vs. la administración de justicia
EL RATING DE LOS PROCESOS JUDICIALES
Casos de la vida real que parecen de telenovela, no sólo por su contenido, sino por el tratamiento mediático que hace que se muevan y han convertido el sistema en un servidor de los medios de comunicación
Autor: Laura Cristina Farías y Silvana Rozo Moreno
Para nadie es un secreto que la crisis institucional en Colombia es tan grave, que desde hace tiempo la administración de justicia deja mucho que desear. Nuestro sistema carece de celeridad, consecución y efectividad: llevando muchos procesos a la cola de una eterna y obstruida fila que se forma a partir de una congestión, generada por la imposibilidad de evacuar etapas procesales por parte de los funcionarios judiciales. No hay funcionarios suficientes para dar atención, no hay buenas instalaciones y los procesos solo tienen aumento exponencial. En materia penal, muchas investigaciones terminan en la preclusión, aun cuando hay suficiente evidencia para iniciar un proceso. Precisamente por la mala gestión e incompetencia de los entes investigadores. La indignación es cada vez más fuerte y la justicia se queda corta para responder.
Lo anterior ha generado, entre otras cosas, que la credibilidad del sistema jurídico se balancee sobre la cuerda floja. Mientras que se hace evidente que toda esa credibilidad se ha ido transfiriendo paulatinamente al fenómeno de impulsión procesal. Alternativo que se basa en la difusión masiva, dándole oportunidad a los medios de comunicación para que éstos, heroicamente, generen esa credibilidad que tanto le falta a la institución estatal. Es así como en Colombia la gente confía fielmente en los medios; pues representan un destello de luz dentro de la oscuridad que la corrupción ha generado en el poder público, y a la vez suplen esa transparencia que tanto demanda el pueblo –la cual no puede ser garantizada por el Estado y que parece residir en las narraciones, comunicaciones y noticias que los medios bridan al público–.
Los medios de comunicación tienden a tomar un papel influyente dentro de la justicia, toda vez que la empresa periodística realiza paralelamente a los órganos del Estado sus propias investigaciones, declaraciones o conclusiones acerca de los diferentes procesos que trascienden a la esfera nacional, que muchas veces son contrarias al Derecho, y por tanto imprecisas, erróneas, y/o falsas.
El 29 de marzo del presente año se conoció la sentencia condenatoria de un proceso que todo el país conoció: el caso de Rafael Uribe Noguera por el atroz crimen de Yuliana Samboní. Sorpresivamente este caso fue tratado con agilidad admirable y en sólo cuatro meses ya había sentencia condenatoria en su contra. Motivada por pruebas, interceptaciones, auxilios extranjeros, testimonios, grabaciones y hasta se había determinado otros posibles implicados, mientras que el sindicado se encontraba bajo medida de aseguramiento. Simultáneamente, en las primeras páginas de los medios de comunicación aparecía con sensacionalismo la imagen del hoy culpable, dándole un protagonismo a él y a su procedencia, más que a la víctima y a su familia. Se sabe a qué colegio y universidad atendió el sindicado, se sabe qué carro manejaba, qué propiedades tenía y qué concepción tenían sus allegados de él, pero muy poco se habló de la víctima.
Casos de violaciones y feminicidios atroces salen a la luz todos los días, pero pocas veces sale a la luz un escándalo en donde un hombre de élite es el criminal. Esto demuestra la manera en la que los medios se convierten en un filtro para determinar qué hechos sociales son lo suficientemente importantes para llegar a aparecer en noticieros y encabezados periodísticos; asumiendo, de manera peligrosa, el papel de jueces. Comunican únicamente aquellos hechos que parecen llegar a los medios por cumplir unas características muy específicas, establecidas a partir de factores subjetivos, como el morbo o el resentimiento social del consciente colectivo, entre otros. La comunidad ahora se refugia en el medio y pareciera que la primera instancia se da ante el juez mediático, de ojos en todas partes.
Cierto es que no se puede dejar de reconocer lo valioso que fue para este crimen la actuación eficaz de la justicia. Pero tampoco puede negarse que abre la puerta a la posibilidad de cuestionar por qué para unos casos sí parece ser posible, lo que para otros es una imposibilidad creada por dilación de tiempo. Casos como estos tienen un blanco y un negro latente: en el blanco se queda la realización del sistema de justicia, su real funcionamiento y su capacidad de acción; pero en el gran negro queda la falta de oportunidad que tienen miles de casos más que no llegan a los medios.
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