sábado, 4 de marzo de 2017

Pena y gloria 

Gorgona: Aislamiento y pena en nuestra historia 



FORO JAVERIANO se adentra en lo que era la cárcel de Gorgona, una de las más famosas de nuestra historia, a través del relato de uno de sus exdirectores, el Coronel de la policía José María Ibáñez Lozada.  

Autor: Juan José Díaz 

Existen muchos mitos acerca de una de las prisiones más emblemáticas de la historia nacional. Pero para entender realmente cómo era y qué significó durante muchos años para el país, hay que desentrañarladesde su historia, sus anécdotas y las personas que la conformaban, hasta cómo era su planta física y para qué fines fue construida. Para ellos nos remitiremos al relato del que fue uno de sus directores, el coronel de la policía José María Ibáñez Lozada. 
Corría el año de 1957, la isla de Gorgona pertenecía a una familia payanesa que la había adquirido de los descendientes de un Coronel que, a su vez, la había recibido del mismo Bolívar por haber colaborado en la campaña independentista. El Estado, bajo el gobierno de Alberto Lleras Camargola adquiere en un contexto brutal por el que atravesaba el país: la violencia recibida de viejos sesgos tenía su apogeo por esos días. La sangre arrebatada salvajemente entre connacionales era el pan de cada día. 
Surge la idea de crear un centro penitenciario que albergara a la flor innata de la delincuencia nacional. Era la primera y la única vez en donde una cárcel colombiana discrimina a sus presos por razón del delito y de la pena. En Gorgona sólo podían estar presos por homicidio, con condenas mayores a doce años de prisión, y “rematados”, es decir, condenados en segunda instancia. Eran muchas las ventajas de una cárcel insular: el aislamiento psicológico de los presos, la ausencia de influencias ambientales y la disminución considerable de las posibilidades de fuga. 
La prisión se construyó con base en un campo de concentración Nazi. Contaba con 6 dormitorios, 3 patios, cocina, bloques de talleres, servicios de sanidad y para sanciones disciplinarias; así como 7 garitas elevadas y una cerca electrificada, con un espacio entre cercas donde todo lo que caía se electrocutaba, desde internos hasta perros, gatos y ratas. 
Su construcción fue fiel a los elementos naturales de la contratación pública en Colombia. Garitas (torres) de vigilancia que en los contratos figuraban como imponentes piezas de concreto, propias de un fortín, fueron realmente piezas de madera rudimentarias que alcanzaban apenas a cumplir su función. Lo que en el papel y en el desembolso de dineros del estado hubiese sido un impecable panóptico, se materializó con apenas lo necesario para albergar presos de esa talla para esa época.  
Su primer director fue un psicólogo, su segundo un profesor y el tercero fue un militar retirado, conocido por organizar peleas de gallos y consumir licor con los internos. En esas, 4 prisioneros se escabulleron hasta la casa de un marino. Amarraron a su esposa y a su hija, y le exigieron que tomara su canoa y los llevara a tierra, éste naturalmente no se pudo rehusar. Cuando por fin se acercaron a tierra firme, uno de los prófugos, enceguecido por la idea de la libertad, se arrojó a la mar a nadar y se ahogó casi al instante. El marino, al ver que los 4 -ahora 3- bandidos no conocían nada del mar, los dejó en una orilla con el agua a la cintura, sabiendo que pronto la marea iba a subir. Así que al rato volvió con la policía y encontró a sus captores trepados en los árboles, a pocos metros de donde hace unas horas los había dejado. Este fue uno de los intentos de fuga de la prisión.   
Fue entonces cuando llegó el coronel Ibañez, que era mayor en ese entonces, a la dirección de la prisión con su esposa Esperanza Castillo. Trató de fortalecer la disciplina dentro del penitenciario. Las medidas de seguridad eran estrictas, todas las encomiendas, cartas y envíos para los prisioneros eran revisadas minuciosamente, así como cualquier ida al baño tenía fuerte presencia de activos para evitar homicidios o actos homosexuales. La comida era servida por internos, así que se colocaban barreras para que nadie pudiera ver quien ni a quien le servían, para evitar envenenamientos. 
Cuenta que, al llegar un nuevo prisionero a la isla, él lo citaba en su oficina y le decía: “Yo no estoy aquí para juzgarlo, eso solo lo hace Dios y los jueces. Yo estoy aquí para cuidarlo. Yo aquí soy inspector de policía, si usted se muere yo investigo y levanto el acta de defunción, por lo que también soy registrador, y también soy notario pues firmo la escritura pública. Además, soy el sepulturero, pues yo encuentro el hueco donde lo enterramos en el chamizo (cementerio). Yo aquí soy Dios en versión humilde”. Nada le aterraba más a los presos de Gorgona que el chamizo, pensar en morir allá los descomponía. 
Era muy complicado administrar esa prisión, además de costoso. La dictadura centralista del Ministerio de Justicia hacía que todos los fondos debieran ser girados desde Bogotá. Y tocaba irse hasta Buenaventura y a veces hasta Cali para conseguir ciertos víveres. La comida era buena, de lo mejor que se puede dar a un preso en una cárcel colombiana, con dieta a base de pescado y ensalada. 
Allá todo era diferente. Los presos a las 11 de la mañana desfilaban desnudos por la isla para ir a nadar al mar. Las señoras de quienes trabajaban allá se indignaban ante semejante espectáculo, a lo cual el coronel les decía: “Si ya saben que eso es así, no miren y ya. Los presos nadaban hasta muy lejos, lo que preocupaba a algunos centinelas de posibles fugas, pero el coronel los calmaba diciéndoles: “Ellos vuelven, más allá solo hay tiburones”. En efecto siempre volvían. La misma concepción del encierro, el castigo y la pena, se vivía de una forma totalmente diferente a como se hace en el buen pastor o la picota, porque no se está a una pared de la libertad. En Gorgona para escapar, había que retar a la misma naturaleza. 
Fueron muchos los presos reconocidos de la prisión. Desde famosos bandoleros y asesinos múltiples hasta un ladrón de bancos. Relata el coronel que llegó uno de los bandoleros más conocidos de la época a la prisión, escoltado poun número importante de activos de la armada nacional, y que después de su famosa charla de inducción, el reo se sentaba solo en los patios y no hablaba con nadie. El único interno que estaba allí por un delito diferente al homicidio, era un renombrado forajido y ladrón de bancos, que se había escapado de todas las cárceles de Colombia en las que había estado, con ayuda de su esposa y su dinero, y ya no sabían que más hacer con él. Era un modelo de conducta.  
Desde asesinos de políticos y sus hijos hasta un jugador del América de Cali, estaban en esa prisión. Muchos de ellos totalmente analfabetas, e incluso cuenta que algunos no contaban con más de 200 palabras en su léxico. Los presos podían trabajar en sus oficios anteriores, como carpinteros o albañiles. Incluso fueron los mismos internos los que construyeron la cancha de fútbol de la prisión, pero para jugar había que trabajar. 
La esposa del Coronel, Doña Esperanza, como le decían de cariño, cumplió una notable labor educando a los internos. Cuenta su esposo que logró alfabetizar a cerca de 150 de ellos, un número considerable teniendo en cuenta que contaba solo con un aula y pocos útiles para educar a los que eran, en ese entonces, los criminales más peligrosos del país. Por este trabajo recibió una distinción por parte del Ministerio de Justicia, así como el cariño y respeto de muchos de los reos. 
Los altos costos y lo difícil del mantenimiento de la cárcel de Gorgona condujeron a su cierre en el año de 1985. Poniendo fin a la que fue sin lugar a dudas la joya de la corona de las cárceles. El Alcatraz colombiano, como algunos le dicen, cerró sus puertas para convertirse en una reserva natural. Famosa por ser sede del avistamiento de ballenas jorobadas en el mar pacífico, espectáculo que ahora no está reservado solamente para los internos. 
Más allá del debate sobre las repercusiones de una prisión insular sobre los reos, o sobre si  este esquema de aislamiento cumple realmente el fin mismo de la pena -pregunta válida incluso respecto de las cárceles en general-. Es importante recalcar el valor histórico que tuvo esta prisión.  
Gorgona es un reflejo de lo más horrible que tenemos como país. El relato del coronel refleja que la cuna de la violencia es la ignorancia. Personas cuyo conocimiento se reduce a lo más mínimo que puede tener un ser humano, es capaz de cometer atrocidades, o aún peor, de ser juzgado por una que no cometió, y al no entender, ser declarado culpable. 

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