Autor:
José Daniel Sánchez Quiñones – Estudiante de VII Semestre de Derecho y IX
Semestre de Ciencia Política.
Al entrar a la Plaza de Bolívar el
12 de octubre de 2016, nos recibieron con una fiesta. “Bienvenidos, hermanos, estudiantes
e indígenas ¡todos unidos para la construcción de la paz!”; llamaba la atención
diversos grupos de mujeres, portando la bandera de Colombia en lo más alto y
gritando al unísono: “¡ninguna mujer ha parido hijos para la guerra!”. Sin duda
alguna, la forma en que nos expresamos ha cambiado. Nos convencemos una y otra
vez que todos somos portadores de derechos, que la paz es un derecho
fundamental y que se nos debe garantizar. Ahora pienso que incluso la
democracia ha cambiado su forma de expresarse.
La desilusión colectiva hacia el
voto democrático como acto político reflexivo, nos invita una vez más a la
movilización social inconforme y expresiva contra todo aquello que nos separa. El
devenir histórico nos enseña nuevas formas de cohesión social; al fin y al
cabo, la política tradicional dificulta la respuesta humanitaria, que deviene
de problemas como el reclutamiento ilícito. Gabo pronunciaba: “La virtud magnífica
de los colombianos es la creatividad, nacemos y crecemos con ella, pero la
mayoría se muere sin haberla ejercido, por culpa de una educación dogmática,
conformista y represiva que parece concebida a posta para tirarse la felicidad.
¿Son estas las cuentas que vamos a rendir sobre el embrión de patria que nos
legaron los fundadores? Creo que no.”
Atisbos de tejido social se
vislumbran con obras artísticas como Sumando
ausencias, de la artista Doris Salcedo. Menciono la palabra atisbos porque infortunadamente
la diversidad de violencias que ha perpetuado la guerra no se vio reflejada. De
la misma manera, múltiples contradicciones se han cometido en perjuicio de los más
vulnerables. De espaldas a la Constitución, se apropian de discursos políticos
de manera oportunista. ¡Defendamos la familia tradicional!, dicen muchos
exaltados.
Ahora bien, si queremos atender
aquello que está en peligro, garantizar los derechos de niños y niñas será la
clave para la paz estable y duradera. No es negociable este enfoque diferencial
que se necesita para la reconciliación, es innegable que el conflicto armado
golpeó de forma particularmente violenta a ciertos grupos vulnerables, entre
ellos los menores de edad.
Sin ninguna autoridad, calificamos
la gravedad de los delitos de los victimarios. Debido a esto la sociedad no responderá
a la violación sistemática y continua a la que se han sometido los niños y
niñas reclutados a grupos armados. Hablamos de reclutamiento forzado afirmando
que son solo 5,352 frente a las 7,900,102 de víctimas totales en el país, es
decir, tan solo el 0.06%. Bajo esa lógica seguiremos asumiendo la guerra,
seguiremos revictimizando y seguiremos sin entender el impacto del conflicto
armado. Es que no es solo un reclutamiento forzado de cinco mil trescientos
cincuenta y dos menores, es una pluralidad de crímenes: violencia sexual,
trabajo forzoso, violencia de género, entre otras. La puesta en marcha de
medidas de construcción de confianza de carácter humanitario fue uno de los
compromisos de la mesa de conversaciones de La Habana a pesar de los resultados
del plebiscito; sin embargo, existe un riesgo real de que aquellos esfuerzos se
diluyan puesto que la comunidad exige un acuerdo político, más allá de una
solución humanitaria urgente.
Como Gabo, debemos pensar un país
con miras a la reintegración. No se ha cumplido el mandato constitucional que
hace prevalecer los derechos de los niños y niñas, por tanto, que las nuevas
voces que dan vida a la democracia expresen: “bienvenidos, hermanos,
estudiantes, indígenas, niños y niñas ¡todos unidos para la construcción de la
paz!”.
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