sábado, 29 de octubre de 2016

Opinión: No más niños para la guerra



Autor: José Daniel Sánchez Quiñones – Estudiante de VII Semestre de Derecho y IX Semestre de Ciencia Política.

Al entrar a la Plaza de Bolívar el 12 de octubre de 2016, nos recibieron con una fiesta. “Bienvenidos, hermanos, estudiantes e indígenas ¡todos unidos para la construcción de la paz!”; llamaba la atención diversos grupos de mujeres, portando la bandera de Colombia en lo más alto y gritando al unísono: “¡ninguna mujer ha parido hijos para la guerra!”. Sin duda alguna, la forma en que nos expresamos ha cambiado. Nos convencemos una y otra vez que todos somos portadores de derechos, que la paz es un derecho fundamental y que se nos debe garantizar. Ahora pienso que incluso la democracia ha cambiado su forma de expresarse.
La desilusión colectiva hacia el voto democrático como acto político reflexivo, nos invita una vez más a la movilización social inconforme y expresiva contra todo aquello que nos separa. El devenir histórico nos enseña nuevas formas de cohesión social; al fin y al cabo, la política tradicional dificulta la respuesta humanitaria, que deviene de problemas como el reclutamiento ilícito. Gabo pronunciaba: “La virtud magnífica de los colombianos es la creatividad, nacemos y crecemos con ella, pero la mayoría se muere sin haberla ejercido, por culpa de una educación dogmática, conformista y represiva que parece concebida a posta para tirarse la felicidad. ¿Son estas las cuentas que vamos a rendir sobre el embrión de patria que nos legaron los fundadores? Creo que no.”
Atisbos de tejido social se vislumbran con obras artísticas como Sumando ausencias, de la artista Doris Salcedo. Menciono la palabra atisbos porque infortunadamente la diversidad de violencias que ha perpetuado la guerra no se vio reflejada. De la misma manera, múltiples contradicciones se han cometido en perjuicio de los más vulnerables. De espaldas a la Constitución, se apropian de discursos políticos de manera oportunista. ¡Defendamos la familia tradicional!, dicen muchos exaltados.
Ahora bien, si queremos atender aquello que está en peligro, garantizar los derechos de niños y niñas será la clave para la paz estable y duradera. No es negociable este enfoque diferencial que se necesita para la reconciliación, es innegable que el conflicto armado golpeó de forma particularmente violenta a ciertos grupos vulnerables, entre ellos los menores de edad.
Sin ninguna autoridad, calificamos la gravedad de los delitos de los victimarios. Debido a esto la sociedad no responderá a la violación sistemática y continua a la que se han sometido los niños y niñas reclutados a grupos armados. Hablamos de reclutamiento forzado afirmando que son solo 5,352 frente a las 7,900,102 de víctimas totales en el país, es decir, tan solo el 0.06%. Bajo esa lógica seguiremos asumiendo la guerra, seguiremos revictimizando y seguiremos sin entender el impacto del conflicto armado. Es que no es solo un reclutamiento forzado de cinco mil trescientos cincuenta y dos menores, es una pluralidad de crímenes: violencia sexual, trabajo forzoso, violencia de género, entre otras. La puesta en marcha de medidas de construcción de confianza de carácter humanitario fue uno de los compromisos de la mesa de conversaciones de La Habana a pesar de los resultados del plebiscito; sin embargo, existe un riesgo real de que aquellos esfuerzos se diluyan puesto que la comunidad exige un acuerdo político, más allá de una solución humanitaria urgente.

Como Gabo, debemos pensar un país con miras a la reintegración. No se ha cumplido el mandato constitucional que hace prevalecer los derechos de los niños y niñas, por tanto, que las nuevas voces que dan vida a la democracia expresen: “bienvenidos, hermanos, estudiantes, indígenas, niños y niñas ¡todos unidos para la construcción de la paz!”.

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