sábado, 29 de octubre de 2016

Opinión: Del conflicto armado al conflicto político ¿Por qué el uribismo le teme a la democracia?


Autor: Juan Felipe González Jácome - X Semestre

Tal como lo definió la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas (CHCV), el conflicto armado en Colombia ha tenido en su desenvolvimiento una “causalidad sistémica” derivada de las configuraciones históricas que ha trazado el orden social vigente. Lo que implica que el conflicto social (incluyendo su expresión armada) puede explicarse, aunque no mecánicamente, por las características (antagónicas) de la formación socioeconómica, cultural y política de nuestro país.
En ese sentido, la relación entre orden social vigente y conflicto, se halla precisamente en la manera en que dicho orden vigente ha establecido, en el plano sociopolítico, una serie de negatividades que han modelado el desenvolvimiento (disruptivo) de la historia de Colombia. Negatividades que, además, han producido disímiles formas de resistencia, entre las cuales podrían señalarse: 1) las formas institucionales y 2) las formas no institucionales (entre las que se encuentra la lucha armada). Estas dos maneras de traducir el conflicto y la resistencia, han tenido un sinfín de consecuencias que no podremos delimitar en este pequeño escrito. Sin embargo, lo que sí podríamos plantear es que éstas han forjado unos patrones de aprehensión de la realidad del país que han dicotomizado el espacio político local.
Ahora bien, desde hace varios años el país se sumergió en un profundo debate nacional en donde la opinión pública re-articuló su forma de percibir el conflicto y, en consecuencia, su forma de percibir la manera en que se podía dar solución al mismo. Entre los consensos que se pudieron concretar, estuvo el de la necesidad de poner fin al conflicto armado mediante una salida política, es decir, plantear la posibilidad de acabar la confrontación bélica a partir de la delimitación de espacios participativos en donde las diferencias políticas pudieran ser dirimidas. En efecto, dicha postura se erigió como una idea-fuerza que paulatinamente fue filtrándose en el sentido común de las personas, hasta tal punto que hoy por hoy la gran mayoría de los colombianos no ponen en duda la importancia de acabar la guerra mediante la negociación política.
Por supuesto, la gran pregunta que ha devenido en los últimos días ha girado en torno a esta perspectiva de solución del conflicto; ya que, tras la victoria del NO en el plebiscito, los debates nacionales se han ampliado en proporción directa a los disensos políticos. Aun así, tras la sistemática movilización social, es evidente que la correlación de fuerzas está del lado de los que abogamos porque el conflicto armado se convierta en un conflicto político: un conflicto esencialmente democrático.
Ahora, que el conflicto de este giro copernicano no da cuenta de una supuesta neutralidad política, o de un supuesto fin de los disensos; por el contario, esta proposición ética busca que se lleguen a acuerdos mínimos de participación social bajo los cuales puedan florecer los desacuerdos democráticos. Insistimos en que la búsqueda debe ser porque la batalla armada sea sustituida por la batalla de ideas.

No obstante, ciertos sectores de la sociedad, como el uribismo, se han opuesto a dicha apreciación del contexto actual. ¿Qué es lo que tanto les aterra? ¿Por qué no pueden soportar este paso histórico? Lo que aterra a estos personajes es que la solución política del conflicto abra las puertas de la democracia. Es decir, amplíe el espectro de discusión sobre realidades que eran indiscutibles, inmodificables e inquebrantables. Lo que saca de quicio a más de un “uribista” es que, como lo dijera N. Bobbio, la democracia sea potencialmente subversiva. Y cuando hablamos de subversiva lo decimos en el sentido más radical de la expresión, ya que allí donde llega la democracia se subvierte la dominación tradicional (la de élites políticas y económicas, la de patriarcas y caciques regionales…); donde llega la democracia; el poder hegemónico (que desciende de arriba hacia abajo) comienza a ser resquebrajado. En ese sentido, lo que el uribismo no puede soportar es que el orden social vigente en Colombia empiece a ser discutido, que por primera vez en mucho tiempo podamos ser conductores reales de nuestra propia sociedad.

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