Autor: Nicolás Zuluaga Afanador – VII Semestre.
Por
estos días mi cabeza burlona me ha dado la misma noticia repetitiva: en las
votaciones del plebiscito el SÍ fue derrotado por una estrechísima diferencia
de cerca de sesenta mil votos (para hacerse una idea: la capacidad del Campín son
36 mil espectadores, serían menos de dos Campín llenos).
Yo iba
por el SÍ, pues había leído los puntos del Acuerdo y creía, y creo, que es el
mejor acuerdo posible. Entonces, cuando no ganó el SÍ me sentí ajeno. Por un
par de días viví en tercera persona, este cuerpo no era el mío y esta mente no
encontraba sosiego. Una verdadera tusa.
Pero las
tusas son dolorosamente sabias y esta me obligó a reflexionar y a aprender lo
que ahora les comparto.
Primero,
antes de hacer la paz con las FARC debemos hacer la paz entre la sociedad civil,
porque para construir la paz e implementar el Acuerdo se necesita el apoyo de
la sociedad civil y del aparato político. Pero si para todos el Acuerdo no es
un acuerdo sino un des-acuerdo que divide ¿cómo lo habríamos implementado?
Imaginemos
qué habría pasado si con los mismos resultados hubiera ganado el SÍ en vez del
NO. Lo acordado habría sido apoyado por la mayoría de la minoría, pues la
abstención fue como siempre la mayoría, la ganadora de las votaciones. Veintiún
millones no votaron y sólo trece millones sí lo hicieron. ¿Cómo lograr que
todos los colombianos –47 millones– sean vinculados a un acuerdo que fue
apoyado por cerca de 6,4 millones? Sinceramente me parece difícil. Debe haber
más consenso, por eso en este momento es necesario un pacto nacional.
Segundo,
una cosa es mi idea de Colombia y otra cosa es la verdadera Colombia.
Yo
juraba que iba a ganar el SÍ, creía ciegamente en las encuestas, incluso el día
de la votación osé dármelas de profeta: “el SÍ logrará el 70% de los votos y la
participación será la más alta en los últimos años”. Pensaba: si en el
plebiscito del 57 que refrendó el Frente Nacional, el SÍ ganó con el 95% y el
71% del censo electoral participó, ¿por qué ahora sería diferente? Sí veía
mucha polarización y el NO tenía fuerza, pero no creía que muchos colombianos
fueran a creer las mentiras de la ideología de género, del aborto y que
Colombia se iba a convertir en la Venezuela castrochavista. Pero así fue.
Aprendí
entonces que muchos colombianos no tienen un pensamiento crítico, no verifican
la veracidad de lo que les dicen, se arrojan por impulsos y votaron por
indignación. El señor Vélez Uribe tiene razón, su campaña fue muy eficaz, logró
que muchos votaran con rabia y no con verdaderos argumentos. Una falla en la
educación no sólo en los colegios y en las universidades sino también en las
casas, en los bares, en los cafés, en las calles, que debemos enmendar. ¿Qué
tanto tragamos entero?
Tercero,
así como la indignación puede impulsarnos a votar, también nos puede llevar a
marchar y a debatir, a proponer y a informarnos. Nunca había visto unas marchas
tan nutridas como las de los dos primeros miércoles de octubre. Veo que los
estudiantes tememos que nuestro sueño de acabar con el conflicto se desvanezca
cuando más cerca lo teníamos. Como cuando tocamos una burbuja que apenas la
sentimos nuestra se destruye. Aún no entiendo los efectos de nuestras
movilizaciones, pero anhelo que presionen a quienes negocian el futuro del
Acuerdo.
Este
ahora es histórico, pues puede quebrar la permanencia casi naturalizada de
vivir un conflicto armado. ¿Qué hemos aprendido? ¿Qué haremos? ¿Hacemos historia
o la historia pasará por nosotros?
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