La maniobra noruega
El anuncio de la entrega del Premio Nobel de Paz
a Juan Manuel Santos fue recibido como un espaldarazo al proceso de paz, en
vilo tras los resultados del plebiscito. No obstante, no se libra de
cuestionamientos sobre su pertinencia.
Autor:
Alejandro Moreno
Está por cumplirse el cuarto aniversario de la
instalación de la mesa de negociaciones entre el Gobierno y las FARC en el Hotel
Hurdal de Oslo y, sin embargo, el aporte más concreto que ha hecho Noruega como
garante del proceso en estos cuatro años, sin duda ha sido la concesión del
Premio Nobel de Paz a Juan Manuel Santos, como epílogo a los convulsionados
días que sucedieron al triunfo del NO en las urnas.
La derrota del SÍ, el 2 de octubre, fue el
comienzo de una semana turbulenta para los colombianos y prolífica para la
voyerista prensa extranjera, que en cuatro días retrató con titulares
inverosímiles lo más deshonroso de nuestra idiosincrasia política.
La madrugada del viernes 7 de octubre, el país
despertó con una noticia alentadora. El Premio Nobel de Paz, otorgado por el
Comité Noruego del Nobel a Juan Manuel Santos, que se creía descartado con los
resultados del domingo anterior, daba una bocanada de aire fresco a la agobiada
sociedad colombiana y a su vapuleado presidente, que horas después celebró el
reconocimiento en nombre de las víctimas de tantos años de conflicto. La
ilusión del Nobel, a la que la oposición le había atribuido los desvelos del mandatario
para que el proceso saliera avante, parecía entonces más improbable que
imposible. Pero en todo caso, sus resultados fueron provechosos: Santos
revalidó su gestión por la paz ante el mundo y ante sus gobernados, el Nobel
fue una nueva luz en su cruzada por el triunfo del Acuerdo.
La opinión pública recibió la noticia como un
espaldarazo de la comunidad internacional, que había manifestado su
preocupación y decepción con la derrota del SÍ. Pero esta percepción no fue
unánime, y el anuncio del Comité Noruego provocó abundantes cuestionamientos.
En primer lugar, se habla de que la entrega del
Nobel de Paz, el galardón más importante en la materia, fue apresurada. El Acuerdo
no sólo no había empezado a ser implementado, sino que había sido rechazado por
los colombianos. Por otra parte, no está claro si debía otorgarse
exclusivamente al presidente, o como muchos han sugerido, a su contraparte en
las negociaciones: Rodrigo Londoño, o alias Timochenko. La decisión hubiera sido de
todas formas controversial. El Nobel de Paz en cabeza del jefe de la guerrilla
de las FARC, suscitaría incomodidades difíciles de manejar.
Tampoco se explica por qué el Comité no tomó una
salida más discreta, como otorgar el reconocimiento a la Mesa de Conversaciones,
conformada por ambas delegaciones, que fue la que al fin y al cabo soportó
todas las vicisitudes del proceso, con las tensiones que de tanto en tanto
provocaban la dinámica del conflicto y las imprudencias políticas.
Lo que sí es claro es que el Nobel debía
otorgarse a un agente del proceso, bien por la necesidad de Noruega de no
perder sus apuestas en la causa de nuestra paz, bien por la ausencia de
candidatos loables, lo cual sirve también para dar un diagnóstico desfavorable
de la paz de nuestro planeta.
Un mundo en crisis, en el que India y
Pakistán—que hace dos años compartían Nobel de Paz—juegan a provocarse, en el
que Israel y Palestina—galardonados con el Nobel por unos acuerdos firmados en
Oslo —no cesan sus hostilidades, y en el que fuerzas extranjeras—comandadas en
parte por un Nobel de Paz—bombardean Siria en nombre de la democracia, es un
campo fértil para que un acuerdo civilizado, aún inconcluso, sea celebrado con
estruendo.
No obstante, los cuestionamientos que se pueden
hacer frente algunos de los merecedores del Nobel de Paz, no se puede negar el
hecho de que en cierta forma, es un galardón que beatifica. Sus ganadores son
elevados a un estadio moral superior, el público en general los venera y los
aplaude. Son los casos de Nelson Mandela o Desmond Tutu, de la Madre Teresa o
Martin Luther King. Y es por esta razón que el premio a Santos es una garantía
al proceso, pues en tiempos de incertidumbre sobre la consecución de lo
acordado en La Habana, condiciona a las FARC a no volver a la guerra contra el
gobierno de un hombre que ante los ojos del mundo queda legitimado como el
honorable guardián de la paz.
Foto: Nelson Cárdenas. Tomada de www.presidencia.gov.co
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