Profesor de día, socio de noche
El
doctor Felipe Cuberos no sólo es nuestro profesor de contratos, sino que es
socio de la firma que acaba de ser galardonada como la mejor firma latinoamericana
del año por Chambers & Partners. Encuentre aquí su historia.
Autor: Santiago Osorio Salazar.
El
doctor Cuberos, hoy socio de la firma Philippi
Prietocarrizosa Ferrero DU & Uría, empezó su vida académica en el
Gimnasio Campestre, colegio al que le tiene un amor muy especial, y con el que
guarda una gran afinidad de valores y sentimientos. Recuerda su etapa en el
colegio como una de las más gratas, aunque no tanto como la etapa
universitaria, la cual considera la mejor etapa de su vida. En el Campestre
aprendió a “ser lo que es”, resaltando que ahí, más que otra cosa, le enseñaron
a ser feliz. Cuenta entre risas que a pesar de no ser deportista en un colegio
masculino, logró hacer amigos, lo cual es “una gracia enorme”. En los recreos
descubrió que era bueno para “echar paja”, por lo cual siempre estaba con los
que faltaban al entrenamiento de fútbol y los fumadores –aunque él mismo no lo
es-. Cuenta además que fue muy activo en la VACS –organismo del colegio
dedicado al voluntariado social-, y fue
director del anuario.
Cuando
terminaba el colegio, estaba entre estudiar medicina o derecho. Comenta que
aunque es una decisión trascendental que se toma en un momento de mucha
inmadurez, se valió de las herramientas que tuvo a su mano. Por un lado, tenía
el ejemplo de su papá, quien era “el más abogado de los abogados”, pero también
le llamaba la atención la medicina, interés que se acabó un día en que fue a
trabajar con un amigo médico de su papá al Hospital Simón Bolívar donde, al
dirigirse al pabellón de menores quemados, supo que la medicina no era lo suyo.
Entonces, concluye que llegó al derecho sin saber muy bien qué era más allá de
lo que había visto de su padre, y por descarte de la medicina.
A la
hora de escoger universidad, aunque su padre era profesor de los Andes y de
alguna manera esperaba que él estudiara allá, decidió no presentarse allí. Al
preguntarle la razón por la cual estudió en la Javeriana, el doctor Cuberos
respondió: “Le confieso que no sé, fruto de inmadureces de los diecisiete, pero
fue un tema de puro feeling. Me
llamaba la atención no se qué de la javerianidad”. Además, cuenta que se sintió
cómodo desde el primer momento en que visitó la universidad, hasta la
entrevista misma.
Acerca
de su tiempo en la universidad, el doctor Cuberos la recuerda como “la mejor
época de su vida”. Mucho de su tiempo en la universidad lo combinó con trabajo
en una oficina donde sólo trabajaban su papá, una secretaria y él, lo cual
generó que dicha oficina se convirtiera en centro de encuentro de los alumnos
de su promoción y de sus amigos. Fue gracias a esos encuentros que su papá le
confesó un buen día que había cambiado mucho su imagen de la Javeriana. Le dijo
que había dejado de ver nuestra universidad como un sitio de gente muy
superficial, y había entendido que sí estaban recibiendo educación de
contenido, lo cual le sorprendía muy gratamente. En otras palabras, le confesó
que “no estaba botando la plata”, como lo concluye jocosamente Cuberos.
De su
combinación entre estudio y trabajo, también se gozó el noble ejercicio del patinaje.
Cuenta que “el ejercicio del patinar con los otros que tenían vida de oficina
era muy grato. Nos encontrábamos en el centro y nos íbamos a tomar café un
rato. Esas son cosas que ya no pasan”.
Al
preguntarle sobre el mejor profesor de su carrera, no tardó un segundo en
responder que había sido Sergio Muñoz Laverde, a quien le “echa la culpa de que
le gustara el derecho privado”, junto con el doctor José Armando Bonivento.
Incluso rememora con un leve gesto de orgullo que, aunque no tomaba muy buenos
apuntes en clase, su cuaderno de contratos circuló por generaciones.
Sin
embargo, no todo fue alegría como con el derecho privado. Cuberos nos confesó
que sufrió muchísimo la clase con el doctor Barrera con quien, a cierre del
primer semestre, se iba “tirando” derecho romano. También sufrió muchísimo
Psiquiatría Forense y Economía.
No se
había graduado cuando fue a inscribirse en la especialización de Derecho
Comercial en los Andes, donde tuvo que prometer que el día de la matrícula
llegaría con el diploma en la mano. Estaba cursando la especialización cuando
le ofrecieron ser profesor por primera vez, para iniciar lo que ha sido una
larga carrera de docencia. Empezó siendo profesor auxiliar de uno de sus
profesores de la especialización, quien tenía “un sistema salvaje” con él, ya
que dictaba clase durante una hora, y donde dejará el tema tendría que seguir.
Lo describe como algo “muy retador y agotador, pero interesante”.
Posteriormente,
los mismos alumnos a los que les dio clase fueron quienes lo postularon para
ser profesor titular unos semestres después, luego de que se “agarraron” con
otro profesor titular. Sin embargo, era tan joven que al terminar los exámenes
orales de ese semestre –cuenta con una sonrisa- una alumna le dijo que quería
saber si ya se había graduado de la universidad. No era una pregunta tan tonta,
pues tenían casi la misma edad.
Luego
de un tiempo de dar clase en esa universidad, decidió darse un descanso de la
docencia cuando nació su segunda hija. Sin embargo, no lo volvieron a llamar
para que continuara con su clase, “lo cual habla muy bien de ellos y muy mal de
mí”, dijo bromeando con ese humor que tanto lo caracteriza. No obstante, al
cabo de unos años, se encontró al doctor Arturo Solarte quien le ofreció dictar
clase en la Javeriana, su alma máter, donde dictó clase varios años, tomó un
descanso, y retomó hace un par de años.
En
cuanto a su vida laboral, el doctor Cuberos empezó a trabajar muy temprano en
su carrera, cuando terminaba segundo año de derecho. Allí duró varios años,
hasta que viajó a estudiar su maestría en Londres. En ese momento tuvo tiempo
para reflexionar, y decidió que quería hacer algo diferente, sin saber muy bien
qué. Al volver, tomo la decisión de no llegar a una oficina de abogados, sino
empezar a trabajar en una empresa, así que ingresó a la Fundación Social, y
luego de dos años ingresó a la firma de la cual es socio actualmente.
La
pregunta del millón: ¿Cómo llegó a ser socio? Pues bien, cuando llegó a la
firma ya había trabajado siete (7) años con su padre en una oficina pequeña,
pero con una clientela interesante, y había sido director de área en su paso
por la Fundación Social, lo que permitió que llegara al puesto de abogado senior. Desde ahí, a punta de trabajo
duro logró convertirse en socio en siete años, lo cual fue un reto ya que no
había un plan de carrera establecido.
Como
buenos estudiantes de derecho, le preguntamos sobre la vida de firma. El doctor
Cuberos nos respondió que hay de todo. “Depende del tipo de práctica, del jefe,
de cómo administre su vida. Yo siempre he llegado a trabajar temprano. Si uno
llega temprano le roba tiempo a su sueño, pero si llega tarde le roba tiempo a
su vida”. Agregó que es posible buscar un balance organizándose, y que es
lograble. “No es la muerte, no es el final del mundo, pero es ciertamente un
ejercicio muy exigente. Requiere de profundidad jurídica, manejo de cliente,
estar pendiente de las cosas de la firma, formar a los más chiquitos. Es
exigente pero interesante”.
No
podíamos despedirnos del doctor Cuberos sin pedirle un consejo, por supuesto.
Como consejo para los estudiantes, dijo: “Que lo urgente no les haga perder de
vista lo importante. El oficio, la vida y las circunstancias atropellan, y a
uno se le olvidan las cosas esenciales. Las cosas esenciales tampoco son
tantas, pero son muy importantes: Ser buena gente, no andar “con el mico al
hombro” todo el día, ser amable con el entorno, con la gente, sonreír. ¡Reírse,
qué delicia reírse, que importante reírse!”.
Finalmente,
al preguntar por la persona que se esconde detrás del profesor y abogado, nos confió
que le fascina la música. Tocó muchos años piano y hoy en día le encanta tocar
batería, cosa que trata de hacer una vez a la semana. También le encanta leer,
jugar tenis e ir a su finca cada vez que puede.
El
doctor Cuberos es una viva muestra de que se puede combinar un brillante
ejercicio de la profesión, una profunda dedicación académica, pero antes que
nada una sencillez y amabilidad que deslumbran. Definitivamente la profunda
admiración que se ha ganado de sus estudiantes no es gratuita, ni mucho menos.
CRÉDITOS
FOTO: Juan Manuel Suárez M.
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