Y ojalá sea... ¡Una lección bien aprendida!
Autor:
Martha Alvear – Sexto Semestre
“Interés público”. Una de los
principios de la comunicación social y periodismo, que la muy aclamada docente
Astrid González, en su carta a Vicky Dávila, considera que se
ha violentado.
En sus palabras: -“No se me ocurre en qué estaba pensando cuando creyó que una conversación de esas podría ser de interés público”-. Y es entonces, en este punto, cuando mi respaldo e identificación total con cada palabra de ese escrito cae en declive.
En sus palabras: -“No se me ocurre en qué estaba pensando cuando creyó que una conversación de esas podría ser de interés público”-. Y es entonces, en este punto, cuando mi respaldo e identificación total con cada palabra de ese escrito cae en declive.
Si entendemos interés público
de la manera tal que el receptor espere recibir con ansias una noticia
trascendente de temas que comprometan a la Nación, entonces, sí, “Señora Vicky…
No hay nada de interés público en lo que usted ha hecho viral”. Pero,
lastimosamente, si ese gran concepto base de Astrid es aterrizado a la
realidad, encontraremos que el interés
público en Colombia, se ajusta más a aquello que alimente una parte interna
que todos tenemos, donde la banalidad lleva izada la bandera.
Lastimoso, sí; pero así es. El
morbo se ha convertido en los puntos que elevan el famosisímo raiting, en el
sustento de los periodistas, en el alimento del ego de estos por ganar
protagonismo mediático y, de hecho, muy
seguramente a través de él, han creído llenar expectativas tanto de receptores
como la de ellos mismos. La verdad, en
esa medida, no los juzgo. Al final del día, deben estar acostumbrados a ser
aplaudidos por su excelente labor.
Esta vez, todo ha llegado muy
lejos; o como dirían por ahí, se tocaron fibras delicadas.
Entiendo que cuando hay una verdadera
intención de colaborar con la justicia, la publicación de un video que
evidencia tanta intimidad, cobra un poquito de legitimidad, -no mucha, pero
algo-. Pero, la verdad sea dicha: el
video no es indicio de nada. No hay muestras de que el Sr. Ferro estuviera involucrado en una
supuesta red de prostitución; por el contrario, se quiso forzar la conversación
con claras intenciones de obtener respuestas que comprometieran al ex
viceministro, pero el objetivo, evidentemente, no se logra.
Contra todo pronóstico, la
publicación del video fue, primero, un error, y segundo, una estrategia, según
mi parecer, para mover a las masas del país;
utilizando al implicado como un peón en un gran juego de ajedrez.
Hay un ambiente de desasosiego,
incertidumbre y tristeza. No dejo de preguntarme, ¿Cómo será de la cotidianidad de esta familia
luego de ser el blanco de un país entero? ¿Será que seguirá vigente el
matrimonio entre Ferro y su esposa Marcela? ¿Serán sus hijos objeto de
bullying? O mejor aún, ¿si entienden sus hijos que podrán pasar a ser recordados por lo sucedido con su
padre?
Quién sabe.
Para mi gusto, todas las declaraciones
dadas por la pareja, no son más que un libreto preparado de común acuerdo, que
contiene conclusiones a las que debieron llegar luego de mucho discutir. Todo
como si fueran a dar ambos, una rueda de prensa.
Sin embargo, aunque cada palabra haya sido calculada, no se puede negar lo
pertinente que estas fueron para bajar los ánimos, y, tampoco, puede negarse que la heroína de toda
esta historia es Marcela, la esposa, quien hoy resulta ser el lado positivo de
un oscuro episodio. Ella, tuvo el decoro y la valentía de proteger a su familia
antes que seguir alimentando el morbo que muchos colombianos deseaban escuchar,
lo que muestra una gran lección de entereza y decencia.
Y por si se nos olvida… Un
fósforo o una colilla de cigarrillo generan un incendio.
Deseo que este triste momento quede grabado en
el corazón y memoria de quienes hoy ejercen el periodismo y de nosotros los
colombianos, de tal forma que ese concepto de interés público que ha venido
tergiversándose por el amarillismo y morbo al que nos hemos acostumbrado, sea
lo que debió ser desde un inicio, y así, las noticias puedan darse de una forma
comedida, guardando la integridad de los intervinientes y terceros implicados.
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