La paz y su geometría
Autor: Alejandro Moreno – Nuevo Miembro del
Consejo Editorial de Foro Javeriano.
Un valioso profesor de primer
semestre reservaba su última clase para hablar de la gestión hecha para
conseguir la construcción del edificio Gabriel Giraldo que fue inaugurado en
junio de 1993, pocos meses después de la muerte del histórico decano que estuvo
al frente de la facultad durante cuarenta años, y que educaba afirmando que el Derecho no es ni conservador ni liberal y
tiene para todos, los mismos principios, sólidos e inconmovibles.
La construcción del edificio
fue uno de los principales objetivos de la Fundación Gabriel Giraldo, gestada
por los discípulos del padre, y se financió no con recursos de la universidad,
sino con los aportes voluntarios de los egresados, muchos de los cuales el clérigo
ayudó a ubicar laboralmente y a posicionarse en las altas esferas del gobierno,
ya fueran liberales o conservadores. La fundación, recuerda el valioso
profesor, tomó por símbolo una bandera tripartita: una franja roja separada de
una azul por una blanca. Acaso un símbolo de neutralidad o un llamado a la paz entre
uno y otro de los partidos que protagonizaron el conflicto que, con mutaciones
discursivas e innovaciones bélicas, derramó la sangre de todo un siglo. Hasta
que un pacto en Alicante, y otro en Cataluña fijaron una paz formal entre dos
élites que encontraron como coagulante la repartición periódica del poder. Una paz fabricada que no fue suficiente y que
cuya estrechez sirvió de aliciente al surgimiento de otras formas de violencia.
A un nuevo y más complejo conflicto que en pocos años desplegó toda su furia
contra el establecimiento y contra el país, blindado financieramente por
lucrativos negocios ilícitos.
Dos víctimas de esta nueva ola de
violencia tienen un espacio de recordación en la entrada del primer edificio de
la facultad: Álvaro Gómez Hurtado y Luis Carlos Galán Sarmiento. El primero fue
secuestrado durante largos meses por la escuadra Jaime Bermeo del M-19, y el
segundo fue asesinado en Soacha por órdenes del Cartel de Medellín en
situaciones que aún la justicia no ha terminado de desvelar. Además de su común
condición de víctimas, ambos son íconos de sus ideas, y de sus partidos. En
medio de sus bustos, ubicados en el muro izquierdo de la entrada del Giraldo,
se encuentra una pared en blanco. Podemos ver entonces como esa concepción de
liberales y conservadores unidos por la paz tiene un espacio simbólico en el
diseño del edificio. Por otra parte, el patrón de la bandera de la fundación,
materializado en el edificio, evoca a un particular estudiante de la facultad
con quien el padre Giraldo estuvo en especial desacuerdo: Carlos Pizarro
Leongómez, último comandante del M-19, cuya bandera alude la misma
interpretación semiótica. Pero esta
representación incolora adquiere una tercera dimensión cuando se voltea la
mirada hacia el otro extremo de la playita,
donde se encuentra la capilla del edificio, a la cual le da la bienvenida una
escultura de San Ignacio de Loyola, que fija su mirada de piedra sobre el muro
intermedio. ¿Liberales y conservadores unidos por la Iglesia? ¿Liberales y
conservadores guiados por la compañía de Jesús?
La interpretación sobre el
triángulo escaleno que se dibuja en la playita
del Giraldo quedará a la imaginación del lector, pero cobra especial atención
hoy en día, cuando la palabra paz
hace parte de nuestro vocabulario diario, tanto para defenderla, como para cuestionarla y atacarla. Hace quizás
falta detenerse a observar e intentar descifrar la ecuación que cada día se
plantea en nuestras narices, y que tiene algo por decirnos.
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