Doctores despotricando
Autor: Santiago
Bonivento – II Semestre
Soy un fiel convencido que la
verdadera paz, esa estable y duradera que tanto busca el presidente Santos con
la guerrilla de las FARC, no vendrá solo con la firma de un papel ni con la
implementación de los acuerdos. Y, lo que en teoría debería unir como valor
supremo, ha supuesto un gran enfrentamiento entre quienes apoyan y quienes
tienen reparos por el proceso. En este sentido, el oponerse, con argumentos
sólidos y bien fundamentados, no puede convertirse en un estigma para quienes
poseen reparos por lo aprobado o por la forma como se ha llevado a cabo la
negociación. Sin embargo, más que hacer un análisis detallado de este fenómeno,
me gustaría tratar un hecho innegable que, cada vez más, me demuestra que los
colombianos somos doctores en despotricar sesgados por la pasión y por el odio
profundo hacia alguien determinado.
Un país que busca la paz no puede
pretender alcanzarla si sus líderes, quienes pueden tomar decisiones armónicas
y basadas en el bien común, se enfrascan en peleas por cualquier razón. No es
sano para la democracia pero, ante todo, es un gravísimo error hacia las
generaciones futuras, proclives a seguir a quienes salen en el noticiero
hablando duro sin hacer un análisis detallado de lo que dicen, de cómo lo dicen
y de la razón por la que lo dicen. Me considero un vehemente escudero de
defender un pensamiento diferente, de la oposición con sustento, pero me opongo
radicalmente a la individualización de dicha oposición, que tiene como
resultado a corto plazo el salir en la portada del periódico, pero que no
alcanza a dimensionar las consecuencias que trae a largo plazo.
Ahora bien, creo a ciegas que somos
los jóvenes quienes debemos empezar a cambiar lo anteriormente dicho.
Perfectamente me puedo oponer a la firma en La Habana, pero debo tener razones
para hacerlo, dejando de lado el argumento simplista de decir que es porque soy
uribista. De la misma manera, me puedo oponer a la decisión de Peñalosa, en
Bogotá, de construir un metro elevado, pero debo tener razones más allá de
decir que lo justifico porque Petro argumentaba lo contrario. O puedo defender
una decisión del procurador, sin que esto se traduzca en insultar a quienes la
consideran, estando en su libre derecho, fuera de contexto o desproporcionada.
Si algo le ha hecho daño a Colombia es la
carencia de la misma sociedad para argumentar alejada de la visceralidad, del
fanatismo y de la pasión desbordada. El hecho de que seamos expertos en
inventarnos cualquier acontecimiento para despotricar sin parar de aquel que
piensa distinto y opina distinto, me hace suponer que vivir en un país en paz,
en donde la polarización se limite al debate y a la argumentación sustentada,
será más difícil de lo que nos podamos imaginar. Si no logramos dar el salto
argumentativo y de madurez, no habrá desmovilización, justicia transicional,
otorgación de curules a guerrilleros o Asamblea Nacional Constituyente que
valga para lograr ponerle los dos adjetivos a esa paz que tanto hemos añorado
en nuestro país: una estable y duradera.
La pregunta es sencilla: ¿queremos,
como jóvenes, dirigir nuestro país a punta de dañarle el caminado al otro? O,
formulada de otra manera, ¿queremos vivir el día a día tal cual como nuestros
líderes lo viven hoy por hoy?
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