lunes, 7 de marzo de 2016

OPINION

Doctores despotricando

Autor: Santiago Bonivento – II Semestre

Soy un fiel convencido que la verdadera paz, esa estable y duradera que tanto busca el presidente Santos con la guerrilla de las FARC, no vendrá solo con la firma de un papel ni con la implementación de los acuerdos. Y, lo que en teoría debería unir como valor supremo, ha supuesto un gran enfrentamiento entre quienes apoyan y quienes tienen reparos por el proceso. En este sentido, el oponerse, con argumentos sólidos y bien fundamentados, no puede convertirse en un estigma para quienes poseen reparos por lo aprobado o por la forma como se ha llevado a cabo la negociación. Sin embargo, más que hacer un análisis detallado de este fenómeno, me gustaría tratar un hecho innegable que, cada vez más, me demuestra que los colombianos somos doctores en despotricar sesgados por la pasión y por el odio profundo hacia alguien determinado.

Un país que busca la paz no puede pretender alcanzarla si sus líderes, quienes pueden tomar decisiones armónicas y basadas en el bien común, se enfrascan en peleas por cualquier razón. No es sano para la democracia pero, ante todo, es un gravísimo error hacia las generaciones futuras, proclives a seguir a quienes salen en el noticiero hablando duro sin hacer un análisis detallado de lo que dicen, de cómo lo dicen y de la razón por la que lo dicen. Me considero un vehemente escudero de defender un pensamiento diferente, de la oposición con sustento, pero me opongo radicalmente a la individualización de dicha oposición, que tiene como resultado a corto plazo el salir en la portada del periódico, pero que no alcanza a dimensionar las consecuencias que trae a largo plazo.

Ahora bien, creo a ciegas que somos los jóvenes quienes debemos empezar a cambiar lo anteriormente dicho. Perfectamente me puedo oponer a la firma en La Habana, pero debo tener razones para hacerlo, dejando de lado el argumento simplista de decir que es porque soy uribista. De la misma manera, me puedo oponer a la decisión de Peñalosa, en Bogotá, de construir un metro elevado, pero debo tener razones más allá de decir que lo justifico porque Petro argumentaba lo contrario. O puedo defender una decisión del procurador, sin que esto se traduzca en insultar a quienes la consideran, estando en su libre derecho, fuera de contexto o desproporcionada.

 Si algo le ha hecho daño a Colombia es la carencia de la misma sociedad para argumentar alejada de la visceralidad, del fanatismo y de la pasión desbordada. El hecho de que seamos expertos en inventarnos cualquier acontecimiento para despotricar sin parar de aquel que piensa distinto y opina distinto, me hace suponer que vivir en un país en paz, en donde la polarización se limite al debate y a la argumentación sustentada, será más difícil de lo que nos podamos imaginar. Si no logramos dar el salto argumentativo y de madurez, no habrá desmovilización, justicia transicional, otorgación de curules a guerrilleros o Asamblea Nacional Constituyente que valga para lograr ponerle los dos adjetivos a esa paz que tanto hemos añorado en nuestro país: una estable y duradera.

La pregunta es sencilla: ¿queremos, como jóvenes, dirigir nuestro país a punta de dañarle el caminado al otro? O, formulada de otra manera, ¿queremos vivir el día a día tal cual como nuestros líderes lo viven hoy por hoy?


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