Una crítica a la película
de la que todos están hablando.
La serpiente
que se deja abrazar.
¿Cuándo me iba a imaginar
que yo, que no tengo el coraje para tocar a una lombriz, iba a recibir con
tanta emoción el abrazo de una serpiente? Siéntase libre de leer el siguiente
artículo, las alarmas del spoiler alert
no se activarán.
Autora:
Silvana Rozo
Estoy segura de que no fui la única a la que, al
enterarse de que una película colombiana estaba nominada a un Óscar, le fue
inevitable estremecerse por ese orgullo nacionalista, casi chauvinista, que aún
subsiste de forma agonizante en los corazones de los colombianos. Claro, y cómo
no sentirse así cuando los únicos Óscares que abundan en este país son del
estilo de Óscar Naranjo, polémico y atrevido cordobés de hablado arrebatado y
melena curtida, que Protagonistas de nuestra
tele lanzó al estrellato hace un par de años. Es excitante ver un panorama
tan esperanzador en el cine nacional; no me atrevo a afirmar con total
seguridad que los días de exitosas superproducciones como El paseo o de Muertos de
susto habrán llegado a su fin pero parece que el cine local comienza a
trascender como nunca antes. Otras películas del 2015, como La tierra y la sombra o Siembra también han dado mucho de qué
hablar y han alcanzado festivales y premios de reconocimiento mundial.
El abrazo de la serpiente, de Ciro Guerra, es una película difícil de describir. Está basada en una
historia real, donde un científico anda viajando por la jungla, buscando una
planta alucinógena capaz de curarlo de una enfermedad selvática que lo zarandea
entre la vida y la muerte. Ayudado en vano por un indígena de una tribu ya
extinta, muere en la profundidad de la selva. 50 años después llega otro joven
científico, buscando esa misma planta. Tiene la suerte de toparse con el mismo
indígena, ya convertido en un anciano, a quien le pide ayuda para lograr su
cometido. Para no dañar la película a los lectores que no hayan tenido la
oportunidad de verla, dejaré mi descripción aquí. Aún así, algo que sí puedo
soplar es que tanto su mensaje como su producción dejan anonadado a cualquiera.
Los logros visuales del film son
extraordinarios. La película es en blanco y negro pero se pueden percibir múltiples
colores. La imagen es tan exquisita que el espectador logra percibir la selva
en su esencia. Agobiante pero majestuosa, armónica y hostil, la selva se
presenta como un escenario difícil. Es un lugar sagrado y adentrarse en ella es
ambicioso, pues quien no la conoce desafía sus reglas así no quiera hacerlo. Aquí
no solo habita una inmensidad de fauna y flora, también es el escenario de
situaciones excéntricas donde el hombre se comporta de maneras inusuales. Así,
la selva es la encargada de moldear los sujetos. El local, es decir el
indígena, es un guerrero que busca conservar su cosmovisión y sus raíces. El
hombre blanco (en esta casilla entra cualquiera que venga de la civilización)
es siempre un intruso. Un confundido que nunca comprendió el verdadero
significado del universo ni de la vida, que jamás entendió que la naturaleza no
se puede domar sino que solo se puede comprender y por eso se presenta como un
“vencido por la naturaleza”. No es la selva la que agobia a los sujetos, es la
transformación de su mente al estar en ella. Aún así, no creo que la película
quiera transmitir una demonización del hombre blanco como tal, pues
precisamente sus protagonistas, los científicos, son europeos que intentan
comprender las creencias, la cosmovisión y las diferentes culturas indígenas. Es
claro entonces que hay un mensaje muy poderoso sobre la naturaleza. Además de
la jungla, el río parece tener un papel protagónico en la película, no solo por
las múltiples tomas de él, sino porque precisamente tiene la forma de una
serpiente. El río se muestra en todas sus facetas; quieto y calmado o agitado y
agresivo, pero es siempre el encargado de introducir a los personajes a sus
aventuras venideras. Podríamos considerar al río como el creador de la trama,
que separa los sucesos pero a la vez se encarga de conectarlos.
Con todo, esta película es una
reconciliación con nuestras raíces. Desde las primeras tomas de la película es
evidente, pues inclusive está hablada en los dialectos nativos. Para nadie es
un secreto que en Colombia ha habido un rechazo generalizado hacia las culturas
indígenas, en parte por la tradición española, católica y conservadora que
heredamos de nuestros conquistadores, donde la cosmovisión indígena fue tildada
de “hereje”. Además la ciencia también ha sido un obstáculo para aceptar las
tradiciones nativas, cosa que la película esgrime de forma genial al enfrentar dos
culturas para reconciliarlas al final: la prueba empírica frente a la magia.
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