lunes, 7 de marzo de 2016

Tenemos Miedo

La inseguridad bogotana



El evidente incremento en la inseguridad cerca de la universidad es cada vez más preocupante. Son desgarradores y tenebrosos los testimonios de los que lo padecen.

Autor: Juan José Díaz Martínez

No es para menos. Los acontecimientos constantes en materia de seguridad, dentro y alrededor de la Universidad, siembran en los estudiantes temor y zozobra. Son cada vez más constantes y preocupantes las noticias que uno escucha sobre asaltos, intimidaciones y agresiones en contra de la población estudiantil.

Para todos los que usamos transporte público o simplemente caminamos hasta nuestros hogares, escuchar cada vez más y más noticias violentas cobran especial importancia, pues hacen que nos sintamos expuestos y vulnerables.

A través de los diferentes grupos y páginas de estudiantes en las redes sociales, nos enteramos de casos aterradores. Un fleteo en Plaza 39, la apuñalada que recibió una compañera de Universidad y un conductor de SITP en la puerta de Básicas, y los casi diarios reportes de compañeros que, con armas blancas o de fuego, son intimidados para entregar sus pertenencias, en lugares como la 7 o la 13 con 45, infunden inevitablemente entre nosotros pánico por nuestra seguridad.

Si bien se sabe que este tema no es nuevo, da la imagen de que recientemente ha aumentado el número de casos en los cuales los estudiantes quedamos en medio de una problemática que cada vez coge más fuerza en Bogotá. No es posible que la degeneración axiológica de nuestra cultura llegue al punto que permita que la integridad física y mental de una persona sea puesta en vilo por un aparato o unos cuantos billetes. Una sociedad no debe aceptar que sus miembros valoren más algo tan banal y mundano como un celular, que la vida misma.

Es muy fácil hablar de esto en nuestra situación. No se puede negar que hay razones muy profundas en nuestro contexto que llevan a las personas a arrebatarle a otros lo que les pertenece con el fin de subsistir. Nos hemos dado la espalda los unos a los otros durante mucho tiempo, les hemos cerrado muchas puertas a muchas personas y el resultado es cada vez más doloroso para todos.

Sin embargo, el número de personas que de entrada toman a la delincuencia como una profesión va en aumento. Una cosa es robar para alimentar a un hijo, que es hasta cierto punto igualmente reprochable, y otra es tomar un cuchillo y clavárselo a un estudiante, o formar una banda que se dedique a asaltar a las personas. Asesinar a un estudiante, es asesinar al futuro.

Sumado a esto, el desalojo de los vendedores ambulantes de los espacios públicos cercanos a la Universidad, apartándonos del debate de si fue una medida justa o injusta, indudablemente ha incidido en que tales espacios den la percepción de estar más solitarios. La disminución de los comerciantes callejeros ha reducido el flujo de personas en estos espacios, dejando a los estudiantes a merced de los delincuentes que se aprovechan de esta situación.

En este contexto, hay que entrar a analizar no solo las razones de esta problemática, sino qué podemos hacer para remediarla. Aumentar la presencia policial parecería una medida acertada a corto plazo, pero que en definitiva no resolvería la crisis de inseguridad por la que atravesamos.
Como conocedores del Derecho, podemos entender los alcances jurídicos de los delitos a los que nos vemos expuestos todos los días alrededor de la Universidad. No obstante, la seguridad es mucho más que capturar a los malos. Tenemos miedo y tenemos motivos para tenerlo. No quiero tener que llorar pronto a un amigo, no quiero tener que ver muerto a un compañero, no quiero vivir en un lugar donde un iPhone valga más que mi vida.

Esta querella no puede ser pasiva. No podemos permitir que el miedo nos domine, no podemos permitir que los criminales nos venzan y, con mayor contundencia, no podemos permitir que sean más las personas que se vean forzados a dedicar sus vidas a delinquir. 


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