La inseguridad bogotana
El evidente incremento en la
inseguridad cerca de la universidad es cada vez más preocupante. Son
desgarradores y tenebrosos los testimonios de los que lo padecen.
Autor:
Juan José Díaz Martínez
No es para menos. Los
acontecimientos constantes en materia de seguridad, dentro y alrededor de la Universidad,
siembran en los estudiantes temor y zozobra. Son cada vez más constantes y
preocupantes las noticias que uno escucha sobre asaltos, intimidaciones y
agresiones en contra de la población estudiantil.
Para todos los que usamos
transporte público o simplemente caminamos hasta nuestros hogares, escuchar
cada vez más y más noticias violentas cobran especial importancia, pues hacen
que nos sintamos expuestos y vulnerables.
A través de los diferentes
grupos y páginas de estudiantes en las redes sociales, nos enteramos de casos
aterradores. Un fleteo en Plaza 39, la apuñalada que recibió una compañera de Universidad
y un conductor de SITP en la puerta de Básicas, y los casi diarios reportes de
compañeros que, con armas blancas o de fuego, son intimidados para entregar sus
pertenencias, en lugares como la 7 o la 13 con 45, infunden inevitablemente
entre nosotros pánico por nuestra seguridad.
Si bien se sabe que este tema
no es nuevo, da la imagen de que recientemente ha aumentado el número de casos
en los cuales los estudiantes quedamos en medio de una problemática que cada
vez coge más fuerza en Bogotá. No es posible que la degeneración axiológica de
nuestra cultura llegue al punto que permita que la integridad física y mental
de una persona sea puesta en vilo por un aparato o unos cuantos billetes. Una
sociedad no debe aceptar que sus miembros valoren más algo tan banal y mundano
como un celular, que la vida misma.
Es muy fácil hablar de esto en
nuestra situación. No se puede negar que hay razones muy profundas en nuestro
contexto que llevan a las personas a arrebatarle a otros lo que les pertenece
con el fin de subsistir. Nos hemos dado la espalda los unos a los otros durante
mucho tiempo, les hemos cerrado muchas puertas a muchas personas y el resultado
es cada vez más doloroso para todos.
Sin embargo, el número de
personas que de entrada toman a la delincuencia como una profesión va en
aumento. Una cosa es robar para alimentar a un hijo, que es hasta cierto punto
igualmente reprochable, y otra es tomar un cuchillo y clavárselo a un
estudiante, o formar una banda que se dedique a asaltar a las personas. Asesinar
a un estudiante, es asesinar al futuro.
Sumado a esto, el desalojo de
los vendedores ambulantes de los espacios públicos cercanos a la Universidad, apartándonos
del debate de si fue una medida justa o injusta, indudablemente ha incidido en
que tales espacios den la percepción de estar más solitarios. La disminución de
los comerciantes callejeros ha reducido el flujo de personas en estos espacios,
dejando a los estudiantes a merced de los delincuentes que se aprovechan de
esta situación.
En este contexto, hay que
entrar a analizar no solo las razones de esta problemática, sino qué podemos
hacer para remediarla. Aumentar la presencia policial parecería una medida
acertada a corto plazo, pero que en definitiva no resolvería la crisis de
inseguridad por la que atravesamos.
Como conocedores del Derecho,
podemos entender los alcances jurídicos de los delitos a los que nos vemos
expuestos todos los días alrededor de la Universidad. No obstante, la seguridad
es mucho más que capturar a los malos. Tenemos miedo y tenemos motivos para
tenerlo. No quiero tener que llorar pronto a un amigo, no quiero tener que ver
muerto a un compañero, no quiero vivir en un lugar donde un iPhone valga más
que mi vida.
Esta querella no puede ser
pasiva. No podemos permitir que el miedo nos domine, no podemos permitir que
los criminales nos venzan y, con mayor contundencia, no podemos permitir que
sean más las personas que se vean forzados a dedicar sus vidas a
delinquir.
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