ESPECIAL
Entrevista a Nilson Pinilla Pinilla
En
entrevista con FORO JAVERIANO, el
exmagistrado de la Corte Suprema de Justicia y la Corte Constitucional
compartió su visión acerca del proceso que adelanta el Gobierno con las FARC y
criticó la inconstitucionalidad del Tribunal para la Paz, el probable
desconocimiento de los derechos de las víctimas y las excesivas concesiones en
favor de los guerrilleros.
Por: Silvana Rozo y Sebastián Solarte
FORO JAVERIANO: ¿Considera que se
alcanzará la paz con el proceso que ha venido adelantando el Gobierno con las
FARC?
NILSON PINILLA: Para comenzar, el hecho de que se le
llame “proceso de paz” es una gran mentira. Puede ser un proceso con un grupo
insurgente para que este se reincorpore a las reglas de derecho, respete los
derechos de los demás y no siga cometiendo delitos; pero la paz tiene causas
mucho más profundas. Para que el proceso alcance realmente la paz, se debería
combatir más a fondo la injusticia social. El artículo 2° de la Constitución Política
habla del orden justo y la convivencia pacífica como fines del Estado, los cuales
no existen en la actualidad: hay una serie de desequilibrios en los niveles de
ingresos y en la concentración de la riqueza que impiden que se alcance una
verdadera paz. Esto es muy positivo, pero lo mismo se pensó en los procesos
adelantados con el M-19, el Quintin Lame y el EPL y se otorgaron una serie de
concesiones amplias para lograr su incorporación a la vida civil, pero no se
alcanzó la paz, pues ella no se va a alcanzar simplemente porque una pequeña
parte de la población deje de cometer delitos.
F. J.: ¿Qué opina de las concesiones
que está realizando el Gobierno en este proceso?
N. P.: En materia de justicia transicional, es
entendible que se deban hacer concesiones. Aun así, lo que se puede otorgar es
lenidad, esto es, sanciones más leves, pero jamás impunidad. En el artículo 13
transitorio de la Constitución Política se consagró una invitación a los grupos
armados para que dejaran las armas, pero ellos no lo hicieron. Ahora, el
oportunismo de las FARC permitió arrinconar al Gobierno y lo llevó a realizar
concesiones cada vez más amplias, y en esa medida, este grupo, que no quiere la
paz, tendrá la oportunidad para alcanzar el poder fácilmente.
Ahora,
a ellos, que cometieron delitos al por mayor, se les permitirá llegar al
Congreso. Además, a partir de las declaraciones de Leónidas Bustos, presidente
de la Corte Suprema, el narcotráfico es
considerado un delito conexo al delito de rebelión en la medida en que los
ingresos de dicha actividad sean destinados a la actividad subversiva. La
ventaja de ser considerado conexo a los delitos políticos es que se pueden
otorgar amnistías e indultos y no se pueden extraditar. De seguir así, la misma
consideración terminará teniéndose con secuestros y desplazamientos que se hagan
para financiar dicha actividad. Esto no tiene ningún sentido, y demuestra el
afán de otorgar impunidad. En el proceso
se está jugando con el derecho y se acomoda “a gusto del consumidor”.
F. J.: ¿Considera que los derechos de
las víctimas serán respetados durante el proceso?
N. P.: En primer lugar, no creo que las FARC
vayan a decir la verdad. Timochenko ha dicho que ellos no van a pedir perdón
por encontrar justificado su actuar, y Jesús Santrich, cuando le preguntaron si
habrá indemnización para las víctimas, respondió “quizás, quizás, quizás”,
parodiando el famoso bolero. Queda claro que no habrá sinceridad, no habrá
verdad, dirán unas pocas cosas y lo aprovecharán para que el Estado les otorgue
más concesiones. Encima de todo, ahora hay que perdonarles todos los crímenes
para que no sigan cometiendo más. Eso demuestra que hay una descriminalización
prospectiva, de manera que no hay problema en seguir asesinando ni
secuestrando, ya que tarde o temprano va a haber una restricción especial de la
libertad –tal y como pasará con el ELN.
F. J.: ¿Considera
viable la implementación de la Jurisdicción Especial para la Paz?
N. P.: El problema del Tribunal para la Paz
propuesto es que se desconoce por completo el principio de juez natural, según
el cual, nadie puede ser juzgado por un tribunal creado con posterioridad a la
realización de los hechos que se van a juzgar. Este principio, de raigambre
constitucional, está en nuestro derecho penal e incluso en la Convención
Americana de Derechos Humanos. Con respecto a esta última, nuestra
Constitución, en el artículo 93, establece que este tipo de tratados tienen
aplicación preferente sobre las disposiciones internas por preservar derechos
humanos. Acá, decidimos ignorarlo.
El
Tribunal es tan extraño, que incluso estará compuesto por extranjeros. También
hay incertidumbre frente a la elección de sus miembros: ¿tendrán las FARC
iniciativa en la designación de las personas? Sería paradójico que un juez, que
debe ser imparcial, objetivo e idóneo, sea nombrado por las personas a quienes
va a juzgar. Además, frente a quienes ya están siendo o han sido procesados,
habría que aplicar el principio de favorabilidad.
F. J.: En
países como Ruanda o Yugoslavia se implementaron tribunales ad hoc, constituidos ex post facto. ¿Por qué no adaptar esto
al caso colombiano y establecer un tribunal ad
hoc que aplique normas ya existentes?
N. P.: Es cierto que en ambos casos fueron
creados tribunales ex post facto para
juzgar los crímenes cometidos. Sin embargo, estos no contaban con la garantía
de ser imparciales, pues fueron instituidos con la idea de que los investigados
merecían ser juzgados y sancionados. El problema para el caso colombiano es que
dicho tribunal aplicaría las normas colombianas, incluidas las concesiones
hechas a las FARC, lo cual activaría la competencia de la Corte Penal
Internacional, organismo que interviene para juzgar cuando una nación no puede
o no quiere juzgar los delitos de genocidio, contra la humanidad, de guerra o
de agresión. Lo sucedido en Yugoslavia y Ruanda es anterior a 1998, año en el
que fue fundada la Corte, por lo que esta no tuvo ninguna relación con los
procesos en aquellos países; pero si Colombia no es capaz de juzgar dichos
delitos, la Corte tendrá facultades completas para entrar a juzgar.
F. J.: Para evitar desconocer las
obligaciones internacionales y constitucionales expuestas, ¿qué alternativas
tiene el Gobierno en materia de justicia?
N. P.: El Marco Jurídico para la Paz. En aquel
momento, la Constitución fue reformada y se fijaron concesiones excelentes para
fomentar la desmovilización. Sin embargo, las FARC consideran que esto ya no les
sirve, y están tratando de conseguir mejores condiciones. Al declarar exequible
la reforma –sentencia C-577 de 2013-, la Corte Constitucional estableció unos
parámetros para que la aplicación del Marco no resulte inconstitucional, entre
ellos, garantizar los derechos de las víctimas. En un proceso, no se pueden
sacrificar los derechos de quienes ya fueron víctimas con el fin de garantizar
que, quienes aún no han sido víctimas, nunca lo sean. De lo contrario, para que
el eventual acuerdo, en sus términos actuales, no sea opuesto a las obligaciones
del Estado, sería necesario modificar la Constitución –en Colombia, estamos
acostumbrados a hacerlo- y denunciar la Convención Americana de Derechos
Humanos, quedando como un país paria.
F. J.: Colombia ya ha tenido otros
procesos de desmovilización en el pasado, con el M-19 y las AUC. ¿Qué ha hecho que el proceso de
desmovilización con las FARC haya sido tan difícil?
N. P. En primer lugar, hay una comisión legislativa abismal. Hay
normas anteriores bastante sabias, que se han dejado por fuera o se han
ignorado. En su debido momento, tanto al M-19 como a las FARC se les ofrecieron
muchas concesiones para que se adhirieran al proceso; sin embargo, no les
interesó. Pero la mayor culpa la tiene el mismo Estado, al ignorar lo que le
dicta la Constitución y no cumplir con sus funciones, por ejemplo, la orden de buscar
a toda costa el mejoramiento de las condiciones económicas y sociales. La
consecuencia es que existe una gran cantidad de población colombiana para la
cual los derechos fundamentales son un mito. Así es imposible derrotar a las
guerrillas, pues las llena de argumentos. Precisamente esa ineficiencia es la
que fundamentó, en un principio, la razón de ser de las FARC, el M-19, las AUC,
entre otras.
Yo
mismo fui testigo del surgimiento del ELN cuando estudiaba el bachillerato en
Bucaramanga. Unos estudiantes de la Nacional y de la UIS se solidarizaron con
las injusticias del país y decidieron buscar formas de cambiar las estructuras
sociales. Jaime Arenas Reyes, el padre Camilo Torres, entre muchos más, fueron apóstoles
que sacrificaron sus vidas en la búsqueda de justicia social. Eso se perdió,
ahora las guerrillas no son más que modus vivendi muy lucrativos. ¿Habrá
alguien que crea que aquellos que están en La Habana realmente tienen como meta
mejorar las condiciones de los campesinos?
F. J.: ¿Y qué cree que es necesario
para cambiar esas estructuras sociales?
Hay
dos problemas gravísimos que impiden ese avance en Colombia: la corrupción y la
violencia. La corrupción es fuente de violencia, por eso es más grave. Si no se
satisfacen los derechos de los asociados, porque la plata se queda por el
camino, y todo se mueve a base de mermelada, no se satisfacerán las necesidades del pueblo
y se generará violencia. Pero existe una tercera razón que justifica la situación
tan estropeada en que estamos: la pusilanimidad. Somos cobardes. Preferimos
quedarnos ahí, marginados, dejando que ocurra.
Siempre intentamos sacarle el cuerpo a las cosas para que lo hagan
otros.
F.J: ¿Qué le diría usted a los
estudiantes de la facultad que están leyendo esta entrevista, de cara al
proceso de paz?
Las
FARC derrotaron al Estado colombiano de una forma podrida y descompuesta,
contribuyendo al deterioro preexistente de la política. Todo se funda en la corrupción,
en la compra de votos, en los “favores” entre servidores públicos, etc. Si
ustedes no se ponen las pilas y comienzan a cambiar las cosas, no van a romper
con ese círculo vicioso que las generaciones anteriores creamos, pues en
últimas, los responsables de que las cosas estén mal en Colombia somos
nosotros. Por eso, quienes tienen la oportunidad de estudiar, deben hacerlo
intensamente. A pesar de que las circunstancias nos obliguen a hacerles grandes
paréntesis a nuestro Derecho, hay que tener claro cuáles son los lineamientos y
principios del Estado social de Derecho y de nuestro ordenamiento, para siempre
ir acordes a él. Algo crucial es exigirle a la autoridad y a las instituciones
que cumplan con sus funciones. La comunidad tiene todo el derecho a exigir
servidores públicos eficientes. En nuestras manos se encuentra el ejercer un
control social informal efectivo, que se lograría a través de la unión de las
comunidades y la participación activa en el escenario político.
No hay comentarios:
Publicar un comentario