Daniel
Barrios-Séptimo Semestre
LA LUCHA CONTRA LA TAUROMAQUIA: ¿EN CONTRA DE LA
DEMOCRACIA?
Durante la última administración bogotana se ha visto cómo se
intenta acabar con la tauromaquia. Como aficionado a la fiesta brava he tenido
siempre presente que en algún momento, muy posiblemente más pronto que tarde,
los animalistas ganarán la batalla y dejaré de contar con las corridas de toros
como una posibilidad dentro de mi agenda cultural. Estoy dispuesto a aceptar
esto, pues las transformaciones sociales ocurren y unas veces se está en el
afortunado grupo que se beneficia de ellas, pero otras se cae en el desdichado
grupo contrario. Lo que sí no estoy dispuesto a aceptar es que se deteriore la
democracia y que a un grupo de
ciudadanos se les viole sus derechos en nombre de la maltratada democracia.
La Alcaldía no puede prohibir las corridas de toro por medio de
una simple decisión administrativa ya que estas se encuentran protegidas por
medio de una ley expedida por el Congreso. Por este motivo, la creatividad ha
sido amplia por parte del alcalde y ha intentado lograr su objetivo por todos
los medios posibles. Primero dio por terminado unilateralmente, mediante un
decreto, el contrato de arrendamiento de la Plaza de Toros La Santamaría que
tenía la Corporación Taurina con el distrito. La Corte Constitucional tumbó
esta decisión y ordenó a la Alcaldía, en un término no mayor a seis meses,
reanudar el espectáculo y que se garantizaran mecanismos contractuales para la
continuidad del arrendamiento de la plaza. Haciéndole el quite a esta decisión, Petro
aprovechó que La Santamaría necesitaba de ciertas obras de restauración e
inició un proceso de contratación para poderlas ejecutar. A diferencia de todas
las otras obras que se llevaron a cabo durante su administración (en la que
improvisó hasta más no poder debido a su desespero por contratar y ejecutar
para mostrar resultados de manera rápida a la opinión pública) el alcalde
decidió dilatar todo lo que pudo dicho proceso.
Viendo que ya se le acaba la gestión y que no ha ganado su lucha
personal antitaurina, Petro ha convocado a una consulta popular para que sean
los bogotanos quienes decidan sobre el tema. He aquí donde encuentro mi mayor
distanciamiento ideológico con todo este proceso. Pienso que no se le puede otorgar
a un grupo mayoritario el poder de decidir sobre los gustos culturales de uno
minoritario. En Colombia hemos confundido la democracia con la voluntad de las
mayorías, cuando lo que verdaderamente convierte a una democracia valiosa es el
respeto hacia los derechos de las minorías.
Aparte de causarme disgusto, me es difícil creer que el actual
alcalde procede de manera autoritaria frente a este tema. Gustavo Petro es una
persona que durante toda su carrera política ha pertenecido a movimientos y partidos
políticos que conforman siempre la minoría en el Congreso y entiende muy bien
que para el sano funcionamiento de la democracia hay que respetar el derecho a
ejercer la oposición. Por eso estoy convencido de que la tauromaquia sí se
puede acabar en Bogotá y en Colombia pero jamás desconociendo al ordenamiento
jurídico o disminuyendo la democracia.
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