jueves, 23 de agosto de 2018

La importancia de tener buen culo.

El cuerpo también grita 
La importancia de tener un buen culo 
Viejo verde y degenerado, había niños presentes”,” Pero qué ridículo, debería darle vergüenza hacer semejante espectáculoSon el tipo de reacciones, apenas naturales, de una sociedad que le gusta estar escondida.  
Autor: Juan José Díaz Martínez 

No es común que, bajo las imperativas morales de nuestra sociedad, se suela nutrir el discurso político con elementos distintos a la religiónlos insultos y, excepcionalmente, el humor, para dale fuerza y poder hacer que llegue de una forma más directa quienes escuchan.  
El pasado 20 de julio, durante la rutinaria y cada vez menos importante instalación del nuevo congreso de la república, el segundo senador más votado del país, exalcalde de Bogotá y exrector de la Universidad NacionalAntanas Mockus, se dirigió al frente del salón elíptico del capitolio mientras el Efraín Cepeda, saliente presidente del senado, daba su discurso de despedida. Allí se dirigió a los congresistas con la mirada, se volteo hacia la mesa principal, desabrochó su corre y, por solo unos instantes, su pálido trasero fue el centro de la mirada, incrédula y asombrada, de todos los nuevos parlamentarios que recién llegaban al capitolio. El mismo Cepeda, interrumpió su discurso para llamar al orden. 
Este acontecimiento, ciertamente único y sin ningún antecedente que se recuerde, fue el principal tema de conversación durante los días siguientes. Al punto que, de no ser por las nalgas de Antanas, seguramente la mayoría de los colombianos no se habrían percatado siquiera de la instalación del nuevo congreso. 
En los días siguientes se conoció la razón por la cual lo había hecho: se trató de una forma de pedirle silencio a los congresistas que, tras muchos llamados de atención de su parte que no dieron ningún fruto, no quisieron escuchar el discurso de despedida de Efraín Cepeda. La renuencia de los congresistas a dirigir su atención a las palabras del saliente senador, fue lo que llevó a Antanas a mostrar sus blancas posaderas, sin pelo alguno que lo detuviera. 
La imagen del senador verde, de pie y con los pantalones abajo hacia el congreso de la república, inundó las páginas de los principales medios del país, alimentando de la sed incansable de los compatriotas de opinar por todo. Vinieron comentarios desde ambos lados. Algunos aplaudiendo el acto del senador y otro que, sin temor a equivocarme me atrevería a afirmar su mayoría, condenaron el acto y lo calificaron como repugnante, irrespetuoso, degenerado y cochino. 
Este caricaturesco incidente, identificó 2 cosas importantes: la ficción de la democracia en nuestro país y la imposibilidad del uso del cuerpo como parte de un discurso político. 
La primera fue verdaderamente, lo que llevó a Mockus a realizar el performance, fue su móvil, su razón y justificación. En el primer día de este nuevo congreso, que pese a los importantes avances de los partidos de oposición, especialmente los verdes y la naciente lista de los decentes, está compuesto en su mayoría por sectores tradicionales de la sociedad y la política. 
Desde el 20 de julio de 1810, cuando se armó una revuelta, tras una pomposa actuación de un grupo de criollos contra el rico español Llorente, aprovechando el evidente debilitamiento del orden colonial, se convocó al cabildo abierto para exigir la formación de un gobierno interino que convocase una junta real de gobierno que uniera a las provincias y expidiese una constitución. Sin embargo, esto sólo fue la manifestación del deseo de un grupo de criollos ilustrados de acceder a puestos burocráticas 
Acabada la ocupación francesa en España, y tras la imposibilidad de las élites criollas de concebir un gobierno medianamente estable debido a sus aparentemente irreconciliables desacuerdos, el pacificador Murillo arribó a estas tierras y las reconquistó. Sólo con la constitución de Cúcuta de 1821, tendríamos realmente la separación con el régimen monárquico.  
Todo esto, anticipándome a la pregunta del sagaz lector, para demostrar que desde el nacimiento de esta república, y aun omitiendo muchos relatos decimonónicos, las élites colombianas y neogranadinas no han tenido dinámicas que posibiliten el acuerdo nacional aún en lo más fundamental, lo que ha desembocado en conflictos que aún asolan a la patria. 
Hoy por hoy, un congreso con las particularidades del que se posesionó el pasado 20 de julio, es un fiel reflejo de lo que ha sido la democracia colombiana. Bogotá, la llamada Atenas latinoamericana al ser la cuna de unos criollos ilustrados en ideas europeas, es el espejismo de una democracia sin oídos, con padres de la patria que sólo escuchan lo que quieren. 
Presenciar un debate en el capitolio es, cuando menos, desalentador. Intervenciones sin sentido, alejadas de la realidad, ofensivas, contradictorias y, ciertamente, en algunos casos absurdas, es solamente accesorio al hecho de que en las plenarias los congresistas no se escuchan entre ellos. 
La intención pues, de Antanas Mockus, resulta pertinente en la medida en que la democracia no es solamente la posibilidad de ser oído, sino además de escuchar. La persecución de los intereses particulares, o la simple inobservancia de lo que otros tienen por decir, comúnmente desembocan en el conflicto. En términos aristotélicos, la democracia presupone necesariamente de los conceptos de igualdad y libertad, esta última debiendo ser entendida bajo el concepto de la conciencia de los actos individuales. Por ello, los ciudadanos democráticos deben plantearse una democracia donde haya reciprocidad entre lo que se aporta y lo que se reciba. 
En este contexto, se asoma la justificación, no del fin, sino del medio que usó Mockus. Usualmente, son pocos los grupos que suelen utilizar elementos corporales en el discurso político. Es común, por ejemplo, ver feministas mostrando los senos en distintas manifestaciones, con el fin de visibilizar mucho más la situación de desigualdad entre hombres y mujeres y darle así mucha más fuerza a su discurso. 
Colombia es, sin lugar a dudas, un país en el que ha predominado históricamente la moral cristiana. No obstante, en 2 momentos de la historia nos hemos convertido en un país laico (no confundir con un estado ateo), en las reformas liberales de 1850 y en la vigente constitución de 1991, donde se acentúa la diferencia institucional entre el estado y la iglesia. 
En ese orden de ideas, algo reprochado desde una perspectiva moral no necesariamente debe ser objeto de censura por parte del estado. Ahora, vale preguntarse si lo que hizo Mockus debería ser sancionado. En principio, todo ello responde a lo una vez planteado por Foucault, entorno a que la pregunta por la sexualidad implica necesariamente una pregunta por la moral. 
Siendo así, el trasero es una parte del cuerpo sumamente sexualizada, lo que implica que su connotación moral condene su exposición. Es común en nuestra sociedad esconder las cosas, sentarnos encima de los problemas para no verlo. La satanización de la sexualidad, ocultar o ignorar que los jóvenes tengan sexo, por ejemplo, tiene como consecuencia que igualmente se practique rodeado comúnmente de ignorancia sobre educación sexual, haciendo más propensos a los jóvenes a embarazos no deseados. 
Así, es común menospreciar y condenar el uso del cuerpo, en especial de partes altamente sexualizadas, para fortalecer el discurso político. Por ello, es entendible el tabú que se ha formado alrededor del acto de Mockus.  
No obstante, es preciso señalar que el cuerpo no debe ser considerado como irrespetuoso. A veces, el cuerpo es mucho más preciso que las palabras, debido precisamente a la carga semántica que tiene. Hay que desmitificar el cuerpo, no deberíamos censurarlo, sino aceptarlo como parte de nuestra naturalidad y, por que no, incluirlo en el discurso político. El arte, la música y la literatura a menudo recurren al cuerpo para fortalecerse. 
La solemnidad que hay en los procedimientos, se deriva de las cargas simbólicas de lo que representan. La justicia es un rito, precisamente por la sacramentalidad que guarda una sociedad. La formación de leyes, igualmente, está revestida de procedimientos y formalidades que buscan que las normas imperativas de una comunidad expresen de la mejor forma posible la voluntad general. 
Sin embargo, la corporalidad no resulta contraria a estas solemnidades. Solo bajo ciertas impregnaciones morales, algunos ciudadanos verían en un trasero una amenaza a las buenas costumbres, como si ellos o sus hijos no estuviesen revestidos de lo mismo. Lo que debería asquear, es el derrumbamiento de los mínimos valores necesarios para una democracia.  
El culo blanco de Mockus tuvo un mensaje mucho más potente: los colombianos no nos escuchamos entre nosotros. 
No puede haber una democracia en la que 2 discursos cerrados se contrapongan sin la más mínima y elemental característica de un debate: escuchar. Es por eso que vale la pena seguir mostrando el cuerpo, vale la pena romper con estigmas sobre nosotros mismo para alcanzar fines mucho más grandes que los individuales. La construcción de una verdadera sociedad democrática, va más allá de juzgar actos que amoralmente son legítimos, y debe comenzar por el reconocimiento de la posición del otro. 


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