sábado, 2 de junio de 2018

Mujeres y política en Colombia


Llegó el momento de dejar a un lado los estigmas sociales y culturales para que las mujeres se tomen la plaza pública de este país, buscando una sociedad más igualitaria.  

MUJERES Y POLÍTICA EN COLOMBIA

Si bien desde mediados del siglo XX la política se abrió a las mujeres, esta lucha sigue vigente hoy en día. La participación femenina en los cargos de elección popular es considerablemente baja y la discriminación de género dentro de los mismos es muy marcada y evidente. Es hora de que las mujeres rompamos el techo de cristal
                                        
Por: Sara Gaviria Álvarez y Adriana Torres Camacho



En 1886 José María Samper expresó que: “la mujer no ha nacido para gobernar la cosa pública y ser política. Porque ha nacido para obrar sobre la sociedad por medios indirectos, gobernando el hogar doméstico y contribuyendo a formar las costumbres y a servir de fundamento y de modelo a todas las virtudes delicadas, suaves y profundas”. Desde este momento nos condenaron a la mujeres colombianas a estar atadas a los quehaceres domésticos y a ver la política como una labor masculina. A pesar de los obstáculos, las mujeres en Colombia hemos encontrado la manera de hacernos un lugar en la política y en la plaza pública. En 1954, por ejemplo, se nos otorgó el derecho a elegir y ser elegidas. Por otra parte, en la Constitución de 1991 se estableció el derecho a la igualdad entre hombres y mujeres. Hace ya más de un siglo que las mujeres colombianas tenemos plena libertad de decidir qué carrera queremos estudiar; fue en 1935 cuando se admitió a la primera mujer en una universidad colombiana.

Las mujeres hemos conquistado distintas áreas del saber; aun estando fuertemente inclinadas por carreras como enfermería, odontología, educación y psicología. Sin demeritar estas excelentes profesiones que las mujeres por décadas han demostrado dominar, aún sigue existiendo una fuerte disidencia de las mujeres en carreras que engloban la vida política. Son pocas las mujeres colombianas que optan por participar de la política, pues a pesar de tener plena libertad para decidir, parece ser que el campo laboral que ofrece la política sigue siendo agreste para las mujeres que desean desempeñarlo. La mujer colombiana en la vida política es como una carrera, donde se le permite a la mujer participar, aun sabiendo que nació para perder.

Para ilustrar esto, basta con una mirada al actual Congreso de la República, que está conformado por 268 congresistas, de los cuales únicamente 54 son mujeres, es decir aproximadamente un 20% de los curules del Congreso están ocupado por mujeres, cifra bastante preocupante teniendo en cuenta que vivimos en un país con más mujeres que hombres. ¿Cómo se garantiza entonces la representación de la población si la mayoría no está reflejada en el Congreso?

Esta desigualdad no solo se contempla desde una perspectiva nacional, pues los cargos públicos locales demuestran también fuertes indicios de machismo en nuestro país. Hoy en día únicamente el 12,2% de los mandatos locales son ejercidos por mujeres y únicamente en 134 de 1098 municipios gobierna una mujer. El problema no radica en que las mujeres no participemos de la vida política regional, es que nadie nos elige. La participación de mujeres en las elecciones a la Alcaldía ha aumentado paulatinamente en los últimos 10 años, pero el porcentaje de mujeres electas sigue sin aumentar. La mujer en la vida política sigue teniendo que soportar el techo de cristal, que son esas limitaciones no visibles, o muy difíciles de percibir, a las que las mujeres debemos enfrentarnos y las cuales nos impiden ascender en un rango jerárquico a cargos superiores. Desde una perspectiva más técnica es “el conjunto de prácticas y maniobras que dan como resultado que las mujeres sean desestimadas para el poder desestimadas no por la red formal de acceso a él sino por otra red informal poderosa, que juzga la habilidad requerida y que, en opinión, de quienes proveen los puestos, la candidata no posee.”

Las pocas mujeres que en Colombia han logrado romper con los estigmas sociales y con el techo de cristal, aún deben enfrentarse a una violencia de género que en la mayoría de las ocasiones atenta de manera directa con su posición en el cargo público. A rasgos generales el porcentaje de mujeres en cargos públicos, es decir alcaldías, gobernaciones, asambleas, concejos y Congreso de la República, no supera el 22%, de las cuales más de la mitad han manifestado haber sido víctimas de violencia únicamente por el hecho de ser mujeres. Esta misma violencia ha llevado a muchas mujeres a renunciar a sus cargos públicos o abandonar de manera definitiva la política, pues han sufrido amenazas contras sus hijos, familiares o insultos contra su persona como “brujas”, “locas”, “menopáusicas” o “feminazis”, así como rumores de infidelidad e incluso en ocasiones el apagarles los micrófonos para evitar sus intervenciones en las sesiones.  Es muy difícil que las mujeres en Colombia se incentiven a participar de la vida política si esto implica ser más vulnerables a comentarios sexistas y a discriminación de género.

A pesar de que el pronóstico para las mujeres en la vida política no ha sido el más favorable, aún son muchas las que le apuestan a una Colombia más incluyente, donde haya más representación femenina en los espacios de poder, para así alcanzar una sociedad más igualitaria en la que se escuche con respeto y se priorice la inclusión. Las pasadas elecciones del 11 de marzo del 2018 demostraron una atmósfera política donde las mujeres fueron protagonistas; fueron las elecciones con mayor participación electoral de mujeres en toda la historia colombiana. A pesar de que la ley de cuotas no se está cumplimiento, y los cargos públicos ejercidos por mujeres siguen siendo muy pocos, mujeres como Angélica Lozano y Juanita Goebertus desafían los estigmas machistas de nuestro país para demostrar que poco a poco las mujeres estamos conquistando posiciones públicas con un respaldo electoral sorprendente.

En cuanto a las elecciones presidenciales es verdaderamente desmotivante observar que, de seis candidatos, únicamente hay una candidata en la contienda electoral. Hasta el momento, ninguna mujer ha ejercido la presidencia de la República y, peor aún, son muy pocas las postuladas para querer serlo. Por más de tres siglos solo hemos tenido hombres ejerciendo el poder central, es tiempo de que las mujeres desafían los prejuicios sociales y los estereotipos culturales y se lancen por la candidatura presidencial; Colombia y sus mujeres se merecen una presidenta que nos motive a dejar de jugar el rol secundario y a ser partícipes de la vida política que por tanto años nos ha marginado. Por supuesto que es alentador pensar que, de seis fórmulas presidenciales, tres están compuestas por mujeres como vicepresidentas: Clara López, Martha Lucia Ramírez y Claudia López. Sería un gran paso para nuestro país el poder contar por primera vez en toda la historia con una vicepresidenta, la cual pueda representar los intereses de las mujeres colombianas, pero no debemos complacernos únicamente con esto. No cabe duda que nos llenaría de orgullo contar con una vicepresidenta, pero la lucha no termina acá; no podemos dejar pasar otro generación en la que las mujeres sigan subordinadas a cumplir con roles de rango inferior, pues las mujeres colombianas podemos no solo aspirar a la presidencia sino también ejercerla.

Es tiempo de que las mujeres colombianas nos empoderemos y nos sintamos capaces de poder aspirar a los más altos cargos públicos. Es tiempo de que dejemos de lado los miedos, los estigmas y los estereotipos. Es tiempo de empezar a fijarnos más en el cerebro y menos en el cuerpo. Poco a poco este país va cambiando, pero todavía faltan trechos enormes por recorrer. Falta menos  miedo por parte de las mujeres y más respeto e inclusión por parte de los hombres. Seamos menos José María Samper y seamos más Simone de Beauvoir que siendo apenas principios del siglo XX, ya estaba gritando: “Sólo después de que las mujeres empiezan a sentirse en esta tierra como en su casa, se ve aparecer una Rosa Luxemburg, una madame Curie. Ellas demuestran deslumbrantemente que no es la inferioridad de las mujeres lo que ha determinado su insignificancia









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