viernes, 8 de junio de 2018

La política más allá de la pantalla

“REDMOCRACIA” 

Las redes sociales han aumentado la participación de los ciudadanos en los procesos políticos, sin embargo, en un entorno de polarización en el que los argumentos escasean, su rol resulta controvertido.  

Por: María Paulina Santacruz Salazar 

En promedio, una persona pasa dos horas al día conectada a redes sociales y diariamente se envían cerca de 500 millones de tweets. Algunas de estas plataformas de largo alcance, se han convertido en medios de difusión tan efectivos, que han conseguido crear y transformar mercados y conductas sociales, entre ellas, la manera de hacer política y de ejercer la democracia.  

Sin embargo, el papel que han jugado las plataformas digitales en procesos políticos es altamente cuestionable, y la desinformación, la manipulación, la falta de apertura y de flexibilidad son los protagonistas del debate. El diagnóstico: las redes sociales han dado voz y visibilidad a todo el que quiera participar, pero de una manera que ha producido la fragmentación compleja de nuestro tejido social.  

En un mundo ideal, las redes sociales serían una oportunidad para aumentar la participación de los ciudadanos en la discusión que debe preceder a la toma de decisiones, elemento esencial en una sociedad que se hace llamar democrática. La conectividad daría vida a una sociedad más ilustrada, gracias a la facilidad para acceder al conocimiento y compartirlo, así como para generar contenido, e intercambiar opiniones y posturas políticas. Así las cosas, parecería plausible utilizar las redes sociales como herramienta para hacerle frente a males que atentan contra la democracia, como lo son la corrupción, la demagogia y el fanatismo. Lamentablemente, nada más alejado de la realidad.  

Es importante actuar y cuestionar nuestra relación con el mundo digital, de manera que las discusiones que tienen lugar en el ágora cibernética del siglo XXI no debiliten, sino por el contrario fortalezcan los procesos democráticos. Para lograrlo, es imprescindible recordar qué significa realmente vivir en una sociedad democrática y participar en ella.  

Muchos asumimos de manera prematura, incluso ingenua, que vivimos en una democracia, al entenderla como la posibilidad de ir a las urnas y a través del voto popular, escoger a quienes toman decisiones en nuestro nombre y, en teoría, en nuestra representación. Sin embargo, una idea adecuada y completa de democracia abarca, no sólo la elección sino también los conceptos de participación y deliberación, lo cual a su vez invita a la función al gran olvidado de la era digital: el argumento, siendo este el primordial instrumento que nos permite tener diferencias sin convertirnos en enemigos.  

Observamos, sorprendentemente impávidos, como en ausencia de argumentación y deliberación, las redes sociales se convierten en un medio idóneo para alimentar la desinformación, el miedo y la polarización, afectando gravemente la manera como los ciudadanos nos relacionamos y tomamos decisiones. En vez de conectarnos, nos conducen a extremismos aparentemente irreconciliables (o al menos eso nos quieren hacer creer)Se inmiscuyen en nuestra vida de tal manera que han limitado nuestro juicio y con ello, menoscaban considerablemente nuestra libertad. 

Con todo, podría pensarse que la participación ciudadana aumenta con el uso de las redes sociales, sin embargo, se trata de una participación ficticia e ilusoria. Lo cierto es que, al no existir el diálogo, no hay debate, y la comunicación se limita a ser un bombardeo de ideas inflexibles, sin argumentos, lo cual impide un verdadero intercambio. Tocqueville se retorcería al observar que tweets de máximo 280 caracteres están determinando el futuro de las democracias actuales. 

Son cada vez más comunes los enfrentamientos virtuales, con consecuencias incalculables, que se presentan mediante el intercambio de insultos e injuriasVerdaderas masacres morales. Personajes anónimos, prevalidos de la ignominia, van soltando irreflexivamente afirmaciones que convierten en palabras sus incontroladas emociones.  

El problema no está en el desacuerdo, ni en la diferencia, ya que en una sociedad democrática pueden ser tantas las opiniones como los individuos que la componen, y no sólo sería utópico sino a la vez errado, evadir el conflicto y la disputa. Se trata de añadirle argumentos a nuestra participación, que sólo será legítima en la medida en que exista un proceso deliberativo que permita una conversación transformadora. 

Vivir en democracia implica mucho más que elegir a nuestros gobernantes y solucionar las divergencias a través de un método de mayorías. Se trata de una idea que desborda la posibilidad de tener opiniones y poder expresarlas a través del voto o la comunicación permanente en mediosLa buena noticia es que estamos a tiempo de reaccionar. 

No es demasiado tarde para hacer del mundo digital una “ciber-democracia”. Sin embargo, debe haber un cambio, porque democracia es también reconocer y respetar al otro. Es incluir. Es diversidad; aceptar las diferencias. Es racionalidad; entender que podemos convivir manejando racionalmente los desacuerdos. Debemos promover el uso de esa facultad racional que nos hace hombres. 

Y lo más importante, tenemos que utilizar las redes para dialogar con quien nos contradice y entender que nadie es dueño de la certeza absoluta. Esto para lograr, a través de la deliberación, la apertura y el respeto mutuo, sacar su máximo provecho, construyendo desde la diferencia y transformando positivamente nuestra sociedad. 



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