lunes, 12 de marzo de 2018

De visita en el tarot jurídico


Crónica
De visita en el tarot jurídico

Ante la incertidumbre de la ley y la falta de vocación, FORO JAVERIANO estuvo de visita en el tarot jurídico consultando el porvenir de un trámite laboral llevado en el consultorio.



Autor: Aleister C.

El consultorio jurídico puede llegar a ser un verdadero dolor de cabeza. Las consultas, las liquidaciones y especialmente los trámites dejan a los estudiantes con su sentido de altruismo mermado y, no pocas veces, con su exiguo patrimonio recortado. Por esta razón, cansado de notificar autos admisorios por correo certificado y de enviar cartas perentorias a usuarios desaparecidos, decidí ir a un tarot jurídico para consultar el porvenir de un trámite que actualmente llevo en el consultorio.

El tarot, ubicado en una vieja casona por la Caracas con 55, prometía ser la solución a mis problemas. En el aviso colgado en la fachada, entre el dios Toth y el arcángel san Miguel, podía leerse: «¿tienes algún problema jurídico?, ¿se aproxima un juicio?, ¿te han demandado?, ¿vas a demandar a alguien? Si estás en trámite de algún juicio podemos ver el destino que marcan las cartas para ti». No había necesidad de más descripciones. Entré.
  
Al fin y al cabo, los usuarios no habían llegado a mí más que por disposición del azar, así que el tarot –que ahora pienso es mucho más que esto– podía ser por lo menos una guía para sus trámites, que por momentos se veían muy oscuros.

Me atendió una mujer joven, de unos veintidós años, quien se vio extrañada cuando le comenté que la consulta no sería específicamente para mí, sino en cierto modo para la persona que se había visto obligada a depositar su confianza en mí. Yo canalizaba esas angustias que ahora compartíamos. Al ver su gesto de desconcierto ante el propósito de mi consulta comprendí que los abogados confían suficientemente en sus capacidades como para delegar en un lector de cartas el futuro de sus casos, y que estos establecimientos estaban destinados a las personas que poco entendían de derecho y que ante su incertidumbre necesitaban algún consuelo, alguna lectura de lo que no entendían, alguien que los preparaba para lo que se venía. Ese era mi caso.

La mujer me hizo pasar a una pequeña sala con olor a incienso, iluminada con una luz roja y de cuyos techos colgaban atrapasueños de todos los tamaños. Mientras esperaba la llegada de un ocultista vestido de negro y con anillos de pentagramas, apareció un hombre bajo, de piel morena y en jeans; se presentó como xxxxx. Me hizo seguir a su consultorio, un espacio no menos asfixiante que la sala de espera, y tras una breve introducción sobre los arcanos mayores y los menores a la que debí prestar más atención, comenzó.

Advirtiendo la complejidad de una lectura de cartas que me afectaba solo colateralmente y su limitada precisión, el misterioso personaje empezó a destapar la baraja mística. Formulé mi pregunta sobre un trámite laboral que, tras una larga quietud en el juzgado, me depara una audiencia este mes. El tahúr cogió tres cartas, correspondientes al adversario, el consultante y el resultado. El adversario, personificado en El Papa, significa prevenido y bien asesorado, según explicó confusamente el adivino. A continuación, destapó la carta del consultante (el usuario que yo encarnaba en esa habitación fatal). El resultado me fulminó: El Loco, una persona de reacciones inciertas y desacertadas. Ya veía al juez dictando la condena. Porque lo sorprendente fue que la descripción coincidía con el perfil del poderdante: algo descuidado y desentendido del asunto, esperando de mí un desempeño profesional.

Finalmente, el hombre destapó la carta que contenía el destino del usuario y el mío. Al ver al Diablo aparecer, sentí una horrible sensación de agonía, incluso pensé que, después de cinco años, por fin me gritaban que el Derecho no era para mí, que mi vida había perdido el rumbo para siempre. Era mi fin. Sin embargo, en un ademán azaroso, el señor destapó una carta más debajo del Diablo. Aturdido, sentí mi esperanza renacer de las cenizas, justo para ser aplastada de nuevo. Era El Mundo, pero al revés. Me explicó que El Diablo no significaba fracaso, sino un enfrentamiento parejo y con final impredecible. Pero El Mundo invertido auguraba un camino espinoso. La suma de ambos, entonces, no era otra que la ardua lucha y la temible derrota.

Bajé terriblemente solo a buscar mi cabeza por el mundo, a imaginar qué haría con un diploma que no merecía. Pero encontré consuelo en la advertencia del tarotista: existía margen de error por ser una lectura de cartas por interpuesta persona, y el futuro podía ser otro. Envalentonado, salí a preparar una audiencia memorable. Estoy dispuesto a rebelarme contra los astros. El resultado será un tema para la siguiente edición.








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