viernes, 18 de mayo de 2018

Lo que hace a un hombre extraordinario

Un lobo con piel de oveja 

LO QUE HACE A UN HOMBRE EXTRAORDINARIO 

Bernardo Gaitán Mahecha, la figura icónica del derecho penal en nuestra facultad falleció el pasado 22 de marzo. Este periódico le rinde un sentido homenaje recordando su vida y su legado. 

Autor: Juan José Díaz Martínez





A menudo este periódico se ha dedicado a plasmar en sus páginas a profesores y figuras representativas de la Javeriana. Algunas veces, ciertamente, más que merecidas, y otras tantas, en una forzada y bizarra condescendencia. Creería uno que allí ha residido su éxito durante mucho tiempo. 
No tengo la intención de que este texto sea así. Esto no es un perfil. Esto no es y no va a ser otro reconocimiento forzado a las figuras de nuestras instituciones, porque creo que algo así sería, cuando menos, desacertado. 

  Lo que pretendo pues, es examinar porqué Bernardo Gaitán Mahecha fue un hombre extraordinario. ¿Qué hace que un señor de 90 y tantos años, camine por los pasillos de la universidad y los estudiantes le abran paso, como una especie de pasillo reverencial? Tendría yo que advertir, que en el derecho no es fácil ser extraordinario, por más que todos crean que lo son. 
De allí que el nombre de Bernardo Gaitán Mahecha siempre fuera precedido con un adjetivo que le identificabaEl Maestro. Tal calificativo, que siempre ha estado presente entre nosotros, indicaba que era él aún sin mencionar su nombre, no es en absoluto incidental. 

En materia educativa, sus títulos imposibilitan medir bagaje intelectual. Llegó a los 12 años a Bogotá de su pueblo natal y entró a estudiar al colegio San Bartolomé. Al regresar a su pueblo en las vacaciones ocasionales, la gente culta en las leyes y los procedimientos avivó su interés en el derecho. 

Ahí mismo en el colegio, estaba la facultad de derecho. Entró a estudiar sin ningún requisito, sólo la matrícula. La política de entonces se hacía por conferencias en lo que se llamaba los viernes culturales, y allí estaba él, escuchando de primera mano las grandes figuras políticas de esos tiempos. 
Tal vez, el hecho de que su educación estuviera marcada por ser cursada en condiciones económicas difíciles demostraría una vez más que en medio de la austeridad la educación se valora de una forma especial. De modo que se forma no sólo un profesional, sino un intelectual enamorado del conocimiento, un extraordinario.  

No tenía más que un pregrado, pero no necesitaba nada más. Decía él, a sus más cercanos, que la universidad sola no servía para nada, sino que hay que trabajar. Sólo saliendo al mundo, viendo audiencias, escuchando abogados, haciendo diligencias, uno podría realmente aprender el derecho. 
Su particular visión sobre la educación definió, sin lugar a duda su prestigio como intelectual y académico, una de sus facetas altamente reconocidas. Creía, además, que el derecho es especializante. El derecho que se ejerce lo va especializando a uno, por eso no tiene sentido hacer un posgrado sobre algo de lo que ya se sabe, sino que debe hacerse sobre lo que no se sabe, bien sea de una rama del derecho distinta o de una profesión distinta. 

Era un Maestro, porque sabía de todo. La historia, la economía, la política no eran ciencias ajenas a su conocimiento. Según él, los procesos se repiten y siempre ha características comunes, por lo que, por ejemplo, conociendo la forma como los imperios desarrollan su hegemonía, son aplicables en cualquier período de tiempo en la humanidad. 

Pero con todo, el derecho es la más completa de todas las ciencias humanas, porque regula las relaciones entre personas. En cualquier sociedad, por más distinta que sea a los estándares occidentales, hay relaciones humanas que están reguladas u ordenadas, por lo que existen relaciones jurídicas.  

Las personas se pueden juzgar por sus bibliotecas. La del Maestro es envidiable para cualquier entusiasta del conocimiento universal. Con ella tenía la capacidad de hacer lo que como pensador lo hacía único, integrar el conocimiento desde múltiples perspectivas. 

Su prestigio como jurista y como académico, como padre de la dogmática penal en nuestro país, es probablemente la más visible entre nosotros. Pero tiene una faceta que hoy nos resulta un tanto más oculta, pero que en su momento lo determinó como un hombre destacable a nivel nacional. 
Su interés por la política empezó desde muy joven, y lo acompañó durante toda su vida. Son pocos los hombres de esta tierra que han sido capaces de mezclar con éxito dos disciplinas, ciertamente, controvertidas: el derecho penal y la política. Uno de ellos fue, por supuesto, un hombre a quien el Maestro admiraba profundamente y con el que compartía más que su apellido, Jorge Eliécer Gaitán.  

Cuando uno le pregunta a Gustavo Zafra, uno de los mayores conocedores de esta faceta del Maestro, el dirá fue un hombre extraordinario, porque siempre fue el mismo. Fue un hombre de estado, con los cargos más apetecidos por quien ejerce o quiere ejercer el derecho. 

Su trabajo favorito fue cuando fue Inspector General de la Administración bajo el gobierno el expresidente Alberto Lleras Camargo. La razón era muy sencilla, y encajaba perfectamente con su porte de sabio, pudo recorrer hasta los más alejados y recónditos lugares del territorio patrio. Guainía, Guaviare, Vaupés, son departamentos que, si hoy son remotos, en esa época eran prácticamente inexplorados por el estado. Eso era lo que era él precisamente allá: el estado. 

Con ese puesto administrativo, sería capaz de dimensionar algo que resulta obvio, pero de lo que muchas personas a lo largo de su vida ni siquiera se percatan, y es la magnificencia y magnitud de nuestro país. Además, con las dificultades para viajar en esos territorios en esa época, hizo un verdadero ejercicio de interiorización de los lugares a donde iba. 

Su paso por la Alcaldía de Bogotá comenzó en 1976. Fue el mismo presidente quien lo llamó para pedirle que ocupara el cargo, porque en ese entonces las alcaldías y gobernaciones se ocupaban no por elección popular, sino por delegación del gobierno nacional. 

Allídicen los medios de la época que fue un alcalde combativo y administrador, más hombre de medidas que de obras. No pudo destacar tanto como otros mandatarios de esa estirpe en su época, porque los bogotanos se negaban a cruzar por la cebra y respetar los semáforos. Eso sí, logró establecer horas de cierre para los establecimientos nocturnos. Su administración fue como su carácter, eminentemente legalista. 

Recuerda que como alcalde publicaba en el periódico El Tiempo una carta cada viernes dirigida a la ciudadanía, donde se comunicaba con ella y les compartía los avances y las dificultades que había en la administración de la cuidad.   

Después de alcalde, se lanzó como candidato al Concejo de Bogotá, perdiendo por tan sólo 300 votos. Llegaría a ser ministro de justicia, bajo el gobierno conservador de Belisario Betancourt, como la cuota liberal en el gobierno. Allí, se recuerda como una de las fichas claves en las condenas de Félix Correa y Jaime Mosquera, gerentes del grupo Colombia y del Banco del Estado. 

En la Corte Suprema no debe haber liberales ni conservadores, debe haber jueces” 

Fue uno de los 70 juristas que trabajó en el Código Penal tipo Latinoamericano, que buscaba unificar los principios y las prácticas penales en el continente. Estuvo codo a codo, con las más grandes figuras latinoamericanas del derecho penal en el siglo XX. 

Hubo un episodio que, sin lugar a duda, fue determinante en la historia de nuestro país. Cuenta Fernando Carrillo que cuando los universitarios estaban redactando el texto de la Séptima Papeleta, en el auditorio Felix Restrepo de la Javeriana, querían la aprobación y la opinión de alguien respetado, antes de enviárselo al Registrador Nacional. 

Tocaron a la puerta de la oficina de Bernardo Gaitán Mahecha, quien siempre suscitó una estimulante mezcla entre respeto y temor a sus estudiantes, muchos de los cuales estaban allí. El Maestro revisó el texto original. Les dijo que del texto que sería llevado a los votantes para preguntarles si querían una nueva Constitución Política, habría sólo que cambiarle una palabra. Los años siguiente estaríamos promulgando la nueva carta política. 

Un lobo con piel de oveja, lo llamaría en el 82 la revista Semana. Pero un lobo ante todo. Fue en su tiempo tan brillante como controvertido.  

El Maestro era para nosotros la combinación perfecta entre el orgullo y la nostalgia de una profesión que se ve, en nuestros días, cada vez más deteriorada. Su verdadero legado está, no en lo que fue ni en lo que hizo, sino en el mensaje que como sus estudiantes nos dejó: aprender, conocer, estudiar, ser cada vez mejores personas, reírnos de nosotros mismos. 
Quisiéramos hacerle un mejor homenaje, pero por ahora lo mejor que podemos hacer, es tratar de ser remotamente parecidos a lo que fue él. 

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