miércoles, 18 de septiembre de 2013

Redescubriendo la labor del abogado.



¿Por qué comparas tu mandamiento interior con un sueño? ¿Te parece acaso absurdo, incoherente, inevitable, irrepetible, origen de alegrías o terrores infundados, incomunicable en su totalidad, pero ansioso de ser comunicado, como son precisamente los sueños? –Franz Kafka-

Por: Daniel Estrada Duque

Actualmente carrera como referencia a un programa de pregrado o posgrado en una universidad se ha convertido en carrera como referencia al afán de conseguir el primer empleo, apartando a las personas de una de las principales razones por las que se acude a una universidad: trascender en el conocimiento para la acción en comunidad.
Este es un fenómeno que se hace presente en todos los programas universitarios, pero de manera más latente en aquellos que tienen una clara vocación social como el derecho, donde los estudiantes que aspiramos a ejercer la labor de la abogacía nos debemos preparar, no sólo para adquirir un título que nos califique en la obtención de un empleo, sino también para desarrollar todo un recorrido de preparación constructiva y aprehensiva del conocimiento que nos conduzca a recibir las herramientas suficientes para poder abogar, es decir, para interceder por otro, para interceder por la víctima o el victimario, teniendo en cuenta las coyunturas que generaron el conflicto para poder solucionarlo. La labor del abogado representa una gran responsabilidad, porque de nosotros dependerá la defensa y efectividad de los derechos de estas personas.
Pero como lo mencionaba anteriormente, las facultades de derecho se ven permeadas por este fenómeno de transfiguración, haciendo que los aspirantes al ejercicio de la abogacía nos debatamos entre ejercer nuestra profesión como abogados que buscan sobrellevar su vida en un ámbito de mercado, sujetando nuestros principios a una actividad económica; o como verdaderos juristas que buscan aportar a la solución de los problemas en la sociedad, entre lo justo y lo equitativo. Nos vemos entonces enfrentados a la disyuntiva de escoger entre la comodidad económica o la labor por fuera de la zona de confort para buscar el respeto y el amor por la verdad.
Las diferencias en el ejercicio de la profesión al tomar esta decisión son notorias, pues nuestra realidad actual nos muestra que la mayoría de aspirantes tienden a desistir de su razón principal y han preferido sujetarse a las leyes del mercado y no a las leyes del derecho. Los abogados ya no utilizan sus conocimientos para prevenir los conflictos y buscar soluciones alternativas, sino que confrontan la capacidad de lucha dentro del pleito, reduciendo la justicia a la comprensión lógica del lenguaje; como sucede actualmente con los abogados que interpretan el texto de una ley para sacar provecho personal de la misma, alejándose del fin esencial de la norma. Sólo se les dijo que el Derecho Penal era la última ratio del Estado, pero no se les mencionó que el derecho como promotor de conflictos debería ser la ultima ratio del abogado.
La crisis que vive la justicia en nuestros días es producto de la crisis de nuestra carrera, así como de todas las otras carreras, pero –nuevamente lo digo- la nuestra tiene especial responsabilidad pues, si no lo recuerdan, somos nosotros quienes podemos impartir justicia de manera indirecta como abogados, y de manera directa como jueces. Hasta el día de hoy, los abogados han sido quienes han ocupado los puestos en los tribunales y, al día de hoy, son los abogados quienes están involucrados en este retroceso de la rama judicial, con la crisis que presenta el tercer poder hoy en día, fruto de las contradicciones por las gabelas y excesos que ha generado la excesiva politización de estos órganos. Las irresponsabilidades de los magistrados de hoy son las irresponsabilidades de los estudiantes de derecho de ayer.
Este el es el panorama general de los tribunales y las altas cortes, pero como toda generalidad, tiene sus excepciones (y me alegro que así sea). Del mismo modo en que el panorama general actual está compuesto por los antiguos estudiantes de derecho que decidieron ceñirse a las normas del interés personal, a las leyes del mercado; las excepciones están representadas en esos estudiantes que forjaron su intelecto bajo los principios de justicia y equidad, aferrándose a las leyes del derecho y a su interpretación; teniendo en cuenta la realidad social al momento de su aplicación.
Basados en estos ejemplos excepcionales –o sea de las excepciones- debemos repensar el ejercicio de nuestra profesión, buscando la claridad y el orden desde nuestras bases, pues el mercado y el ejercicio de la actividad económica nos han generado esta crisis, pero no nos darán la solución.

Debemos empezar desde nosotros mismos, desde los aspirantes al ejercicio de la abogacía, y propender porque dicha abogacía no se limite a la adquisición del título universitario, sino que se vaya construyendo desde el inicio de la carrera con las ideas y acciones que vayamos aportando. En escribir esa Declaración de los deberes del hombre y del ciudadano que los franceses olvidaron escribir; en redactar un Acta de Independencia real en las palabras y en los hechos; en diseñar los códigos de manera cuidadosa y excelsa para que todos tengan fácil acceso a ellos; en darle vida a nuestra Carta Magna en la sobriedad de la libertad matutina y no en la pesadez de la gula vespertina; en elaborar leyes dejando de lado el interés particular, buscando el interés general sin confundir éste último con el interés de las mayorías; en tomar decisiones a la luz de la verdad y la realidad que nos rodea. En estas ideas y muchas más acciones se encuentra el inicio del camino que decidamos tomar hacia una sociedad más justa, más equitativa y más solidaria; donde podamos convivir en la diversidad y en la pluralidad, donde los abogados sean quienes contribuyan a la prevención de conflictos y no a la producción de los mismos.

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