Por: Elia B.
Sampayo Meza
¡El
arte no es un crimen! Gritaban los manifestantes entre las lágrimas y el dolor,
frente a un restaurante abandonado en Miami Beach. Todos protestaban ante el despiadado
disparo de un Taser (arma que administra descargas eléctricas) descargado sobre
el cuerpo de un joven colombiano de apenas dieciocho años. El inhumano percusor
fue un policía del departamento de Miami-Dade, quien trágicamente le habría
quitado la vida a Israel Hernández, Lito,
como lo llamaban en el colegio donde estudiábamos en Barranquilla.
Según
las versiones, Israel estaba pintando un Grafiti junto a otros amigos en la
madrugada del pasado martes 6 de agosto cuando en medio del “acto delincuente”
fueron descubiertos por los policías. Inundado de temor, salió corriendo
intentando escapar. Sin embargo, falló en el intento, con tan mala suerte que se encontró cara a cara con
aquellos policías que lo perseguían, quienes le ordenaban que se detuviera. El
joven errabundo tomó una decisión apresurada e incorrecta, al igual que aquel
violento oficial que sin compasión y abusando del poder, la fuerza y la
autoridad decidió disparar hacia el pecho del Grafitero ocasionándole la muerte.
Cuando
me enteré de la noticia me quedé sin aliento. Sentí un dolor insoportable que
invadió mi cuerpo no sólo porque tenía toda una vida por delante sino también
porque lo conocía desde muy pequeña en el colegio. Todos los estudiantes del
Colegio Británico de Barranquilla sabían quién era “Lito”. Tal vez por su forma
de ser tan extrovertida y particular, o sencillamente por que no había día que
algún estudiante llegara a la oficina de la directora de primaria en el horario
del recreo, sin que el tan popular Lito, no estuviera castigado por cometer
alguna travesura. Y murió por travieso. Ahora todos lo recuerdan como un gran bromista
“mamador de gallo” y para nadie es un secreto que tenia el corazón más grande y
noble de todos.
Mi
indignación por la pérdida de Israel aumentó cuando me enteré de la medida que
había tomado el Departamento Policial de Florida con el desalmado que le había
disparado: una suspensión por tres días de su cargo, a sabiendas que en medio
de risas junto a otros colegas, celebraba el triunfo de su actuación cometida.
A decir verdad, esto desbocó la furia en mí y decidí mostrar mi inconformismo
en esta corta columna de opinión. ¿Acaso esta actuación no demuestra unos
indicios de impunidad hacia con las autoridades públicas por sus crímenes
cometidos?
Es
irónico, que ante el crimen de un agente de la DEA, asesinado recientemente en
la ciudad de Bogotá tras un intento fallido de paseo millonario, Estados Unidos
aclame la extradición del homicida, y cuando un colombiano lo matan por pintar
una pared, su presunto homicida de Florida recibe un descanso remunerado de
tres días.
Si
bien es cierto, que aún no se tiene conocimiento pleno de la causa de la muerte
del joven, la Unión Americana de Libertades Civiles de Florida (ACLUF) ha
declarado públicamente que: “Éste es el último de una larga y trágica serie de
incidentes en los que la Policía de Miami Beach parece haber hecho un uso excesivo,
desproporcionado y letal de la fuerza”. A mi juicio, y creo que a juicio
de todos los conocedores de la noticia, pintar una pared con un estilo de arte urbano, no debe traer este tipo de
consecuencias fatales. Más que un acto de vandalismo, pintar un grafiti en los muros
de una propiedad privada es una contravención y la última no guarda proporción
alguna con el castigo infligido por el oficial. Este tipo de reacciones
desproporcionadas indican un uso abusivo y desmesurado de la fuerza y la autoridad
pública. Israel simplemente estaba haciendo efectiva su forma de expresarse en
el arte; y el arte sólo anida en los corazones nobles como el de Lito. Un artista
no es un delincuente, sino un soñador inofensivo.
Lo
que se avecina, además del desconsuelo y la tristeza de una familia, es una
gran demanda contra el estado de Florida, contra su departamento de policía y sobre
todo contra Jorge Mercado, el oficial que disparo el arma. Sin embargo, nada
devuelve la vida promisoria de nuestro querido Israe-lito.
Por
otro lado, en mi mente habitan unas preguntas ¿Qué pasaría si fuese el caso
contrario, un ciudadano Estadounidense asesinado presuntamente por un policía
Colombiano en la ciudad de Bogotá? ¿Qué tipo de sanciones habría para este
oficial? ¿Qué tan rápido se desarrollaría la investigación? Les aseguro que las
respuestas y actuaciones serían distintas.
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