martes, 7 de mayo de 2013

Reflexiones sobre la biología y el derecho


La biología y las ciencias sociales son utilizadas por juristas con una agenda política para explicar la razón de ser de políticas públicas creadas por interés propio. Sin embargo, antes de descartar una estas ramas del conocimiento, es una mezcla de ambas la que debe determinar el derecho.

Por: George Symington

El pasado 19 de abril se cumplieron 131 años de la muerte de Charles Darwin, considerado por muchos como el padre de la biología moderna. Desde la publicación de su famoso libro  El Origen de las Especies, son muchos los desarrollos científicos que se han descubierto alrededor de la teoría de la evolución y la selección natural, con una importante relevancia, tanto para la ciencia jurídica, como para el diseño de políticas públicas. Los descubrimientos de la biología no sólo afectan a las ciencias sociales de una forma interdisciplinaria, sino que nos ayudan a entender nuestro comportamiento y la forma como vemos el mundo, abriendo, una vez más, el debate sobre la existencia de la “naturaleza humana”.

Sin embargo, el rezago histórico del siglo pasado y las atrocidades barbáricas (genocidios, esterilización forzada, eutanasia forzada y otros crímenes de lesa humanidad) cometidas por regímenes autocráticos, que utilizaron teorías biológicas para justificar discursos de supremacía racial, y los programas de eugenesia instaurados en las democracias occidentales, hacen que exista cierta aversión y cierto tabú del público en general para desarrollar enfoques interdisciplinarios entre las ciencias sociales y la biología.

Pero resulta pertinente recalcar que fue la misma biología la que posteriormente refutó muchas de los postulados de la eugenesia, el cientificismo racista y el darwinismo social. Los descubrimientos de la biología han demostrado que los programas de la eugenesia conllevan a la perdida de diversificación genética, lo cual deriva inevitablemente en una mayor vulnerabilidad a contraer enfermedades, y también reduce la habilidad de adaptarse a los cambios ambientales. De igual forma, la biología nos muestra que todos los seres humanos descendemos de un solo grupo de Homo Sapiens que migraron de África hace más o menos dos mil generaciones y se esparcieron por Eurasia durante más de mil años. Al seguir esta línea de pensamiento, se ha comprobado, a través de estudios de ADN y otros análisis genéticos, que la mayor variabilidad genética se presenta dentro de grupos étnicos específicos y no sobre las denominadas “razas” humanas; estos estudios han puesto en cuestión el concepto de “raza” que tantos traumas y problemas históricos ha generado. Hoy en día, la misma ciencia ha comprobado y se ha encargado de demostrar que conceptos como “raza superior” son nociones seudocientíficas.

De acuerdo con lo planteado anteriormente, no es conveniente caer en el denominado relativismo cultural postmoderno extremista, que termina descartando la importancia y validez de la biología al tratarla como un simple discurso producto del constructivismo social, como ciencia que compite con otras teorías para ocupar el lugar de lo hegemónico y de validez epistemológica. Tampoco podemos caer en la corriente de pensamiento humanista psicológica, cuya premisa central es que los seres humanos gozamos de libre albedrio y que, de esta manera, el individuo es capaz de elegir libremente a dónde quiere ir y erigir su propio destino. Así, las dos corrientes de pensamiento anteriores tuvieron como efecto que muchos pensadores excluyeran y rechazaran la importancia de la biología. Sin embargo, los seres humanos estamos fuertemente influenciados por rasgos innatos biológicos que afectan nuestro comportamiento cotidiano. La cultura no es todo, y es necesario entenderla como el producto de eventos, tanto históricos, como biológicos. Somos el producto de una co-evolución entre los genes y la cultura.

Por otro lado, las investigaciones y descubrimientos biológicos no nos deben hacer caer en la denominada “falacia naturalista”, en la cual ciertos acontecimientos sociales deben ser vistos como fenómenos naturales e inevitables, y por ende, deben ser dejados sin regulación, argumentando en contra de la reforma social. El hecho de categorizar un comportamiento como biológico no significa que sea socialmente deseable, ni mucho menos evitable. A donde nos deben dirigir las investigaciones biológicas es a alertar a los creadores de políticas públicas sobre ciertas realidades humanas existentes, con el fin de generar pautas normativas sobre los comportamientos humanos deseables, necesarios para una convivencia e interacción pacífica. De igual manera, los creadores de las políticas públicas deben ser conscientes de las limitaciones que tiene el Derecho, como sistema de control social, para lidiar con nuestros rasgos biológicos, y de esta manera, orientar la producción normativa hacia la generación de medidas eficaces. 

Por último, vale la pena recalcar que resulta reprochable la utilización de la Biología por parte de ciertos juristas con una agenda política, para justificar sus discursos ideológicos y tratar de implementar políticas públicas que se adecuen a sus propios intereses, en detrimento de los derechos de demás. Por el contrario, se necesitan juristas investigadores en campos como la Biología de la Evolución y la Neurociencia, que desarrollen conocimiento científico interdisciplinario para contribuir a desarrollar políticas públicas incluyentes, democráticas, que acepten la diferencia, que apunten hacia el bien común y no hacia particularismos. Es en este sentido que la hermenéutica y la búsqueda de un justo medio aristotélico resultan esenciales a la hora de generar políticas públicas, que pretendan regular las realidades sociales derivados de nuestra historia biológica.

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