La biología y las ciencias sociales son utilizadas
por juristas con una agenda política para explicar la razón de ser de políticas
públicas creadas por interés propio. Sin embargo, antes de descartar una estas
ramas del conocimiento, es una mezcla de ambas la que debe determinar el
derecho.
Por:
George Symington
El pasado 19 de abril
se cumplieron 131 años de la muerte de Charles Darwin, considerado por muchos
como el padre de la biología moderna. Desde la publicación de su famoso libro El
Origen de las Especies, son muchos los desarrollos científicos que se han
descubierto alrededor de la teoría de la evolución y la selección natural, con una
importante relevancia, tanto para la ciencia jurídica, como para el diseño de
políticas públicas. Los descubrimientos de la biología no sólo afectan a las ciencias
sociales de una forma interdisciplinaria, sino que nos ayudan a entender
nuestro comportamiento y la forma como vemos el mundo, abriendo, una vez más,
el debate sobre la existencia de la “naturaleza humana”.
Sin embargo, el rezago
histórico del siglo pasado y las atrocidades barbáricas (genocidios,
esterilización forzada, eutanasia forzada y otros crímenes de lesa humanidad) cometidas
por regímenes autocráticos, que utilizaron teorías biológicas para justificar
discursos de supremacía racial, y los programas de eugenesia instaurados en las
democracias occidentales, hacen que exista cierta aversión y cierto tabú del
público en general para desarrollar enfoques interdisciplinarios entre las ciencias
sociales y la biología.
Pero resulta pertinente
recalcar que fue la misma biología la que posteriormente refutó muchas de los
postulados de la eugenesia, el cientificismo racista y el darwinismo social.
Los descubrimientos de la biología han demostrado que los programas de la
eugenesia conllevan a la perdida de diversificación genética, lo cual deriva
inevitablemente en una mayor vulnerabilidad a contraer enfermedades, y también reduce
la habilidad de adaptarse a los cambios ambientales. De igual forma, la biología
nos muestra que todos los seres humanos descendemos de un solo grupo de Homo
Sapiens que migraron de África hace más o menos dos mil generaciones y se esparcieron
por Eurasia durante más de mil años. Al seguir esta línea de pensamiento, se ha
comprobado, a través de estudios de ADN y otros análisis genéticos, que la
mayor variabilidad genética se presenta dentro de grupos étnicos específicos y
no sobre las denominadas “razas” humanas; estos estudios han puesto en cuestión
el concepto de “raza” que tantos traumas y problemas históricos ha generado.
Hoy en día, la misma ciencia ha comprobado y se ha encargado de demostrar que
conceptos como “raza superior” son nociones seudocientíficas.
De acuerdo con lo
planteado anteriormente, no es conveniente caer en el denominado relativismo cultural
postmoderno extremista, que termina descartando la importancia y validez de la biología
al tratarla como un simple discurso producto del constructivismo social, como
ciencia que compite con otras teorías para ocupar el lugar de lo hegemónico y
de validez epistemológica. Tampoco podemos caer en la corriente de pensamiento
humanista psicológica, cuya premisa central es que los seres humanos gozamos de
libre albedrio y que, de esta manera, el individuo es capaz de elegir
libremente a dónde quiere ir y erigir su propio destino. Así, las
dos corrientes de pensamiento anteriores tuvieron como efecto que muchos
pensadores excluyeran y rechazaran la importancia de la biología. Sin embargo,
los seres humanos estamos fuertemente influenciados por rasgos innatos
biológicos que afectan nuestro comportamiento cotidiano. La cultura no es todo,
y es necesario entenderla como el producto de eventos, tanto históricos, como
biológicos. Somos el producto de una co-evolución entre los genes y la cultura.
Por otro lado, las
investigaciones y descubrimientos biológicos no nos deben hacer caer en la
denominada “falacia naturalista”, en la cual ciertos acontecimientos sociales
deben ser vistos como fenómenos naturales e inevitables, y por ende, deben ser
dejados sin regulación, argumentando en contra de la reforma social. El hecho
de categorizar un comportamiento como biológico no significa que sea
socialmente deseable, ni mucho menos evitable. A donde nos deben dirigir las
investigaciones biológicas es a alertar a los creadores de políticas públicas
sobre ciertas realidades humanas existentes, con el fin de generar pautas
normativas sobre los comportamientos humanos deseables, necesarios para una
convivencia e interacción pacífica. De igual manera, los creadores de las políticas
públicas deben ser conscientes de las limitaciones que tiene el Derecho, como
sistema de control social, para lidiar con nuestros rasgos biológicos, y de
esta manera, orientar la producción normativa hacia la generación de medidas
eficaces.
Por último, vale la
pena recalcar que resulta reprochable la utilización de la Biología por parte
de ciertos juristas con una agenda política, para justificar sus discursos
ideológicos y tratar de implementar políticas públicas que se adecuen a sus
propios intereses, en detrimento de los derechos de demás. Por el contrario, se
necesitan juristas investigadores en campos como la Biología de la Evolución y
la Neurociencia, que desarrollen conocimiento científico interdisciplinario para
contribuir a desarrollar políticas públicas incluyentes, democráticas, que
acepten la diferencia, que apunten hacia el bien común y no hacia particularismos.
Es en este sentido que la hermenéutica y la búsqueda de un justo medio
aristotélico resultan esenciales a la hora de generar políticas públicas, que
pretendan regular las realidades sociales derivados de nuestra historia
biológica.
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