martes, 7 de mayo de 2013

“Choque Político” de expresidentes: ¿convicción, deber o necesidad?


La lucha de expresidentes que ha llamado la atención de los medios de comunicación pareciera esconder de fondo fines que, lejos de contribuir a políticas de interés público y social, parecieran estancarse en un plano meramente personal.

Por: Luz Juanita Valencia

En los últimos días se ha dado un vasto cubrimiento por parte de los medios de comunicación a lo que se ha denominado “la lucha de expresidentes”, y no han sido pocas las opiniones que ha suscitado y los debates que ha desencadenado. Los involucrados, a saber, Ernesto Samper, Andrés Pastrana y Álvaro Uribe, quienes han encontrado en el actual mandatario, Juan Manuel Santos, un objetivo político o un aliado, han puesto nuevamente sobe la mesa, y de qué manera, roces que en algún momento se pensó habían quedado en el pasado. La intensidad y nivel de sus discusiones y acusaciones ya han polarizado a la opinión pública, y seguro la de los propios ciudadanos, que no sólo toman partido por las díadas Uribe-Pastrana y Samper-Santos, que se han conformado por lo menos en un plano retórico, sino también respecto a las distintas explicaciones que se han ofrecido para fundamentar y explicar este “choque político”. Por un lado, hay quienes afirman que es producto de la creación de nuevos espacios donde, hoy en día, es posible apreciar una política más abierta, y, por otro lado, quienes consideran que es un saldo de cuentas pendientes entres ex mandatarios.

Yo, por mi lado, me rehúso a aceptar que la raíz de esta lucha política nazca necesariamente, o por lo menos no únicamente, de una de las vertientes aludidas. Por lo que es menester cuestionarse, a fin de llegar a nuestras propias conclusiones, por el móvil determinante que lleva a estos tres personajes a ensañarse en una disputa que, además de innecesaria, resulta altamente desgastante. ¿Será entonces por convicción, deber o necesidad?

La convicción pareciera no ser la respuesta, o por lo menos, eso es lo que indica su falta de compromiso y carácter frente a sus propios discursos. Por un lado, no es raro que, cuando se les pregunta por una determinada posición u opinión, la expongan con entrega y convencimiento, pero con el pasar del tiempo no la puedan sostener, pues más se demoran en defenderla, cuando ya la han cambiado por otra. Y por otro lado, suele pasar, y no con poca frecuencia, que ante la posibilidad de que los medios de comunicación le den la estocada final a quien es objeto de sus acusaciones y embates, titubean y prefieren hacerse los de la vista gorda.

En cuanto a la posibilidad de apelar a un deber como causa de esta guerra entre expresidentes, aunque discutible, parece no serla. Aún si se analiza como producto de un compromiso que voluntariamente han adquirido con la sociedad, el cual se extiende más allá de la vigencia de su mandato como jefes de Estado, no parece correcta, incluso al punto de tornarse desalineada  e irresponsable, la forma como lo asumen y la dinámica bajo la que operan. Es decir, una cosa es querer ejercer un control político imparcial y objetivo, y otra cosa muy distinta, es que desnaturalicen el sentido mismo del diálogo y la construcción política recurriendo a insultos y calificativos fuera de tono con un componente crítico constructivo muy pobre para desaprobar y señalar errores que uno y otro han cometido, como si ese proceder subsanara los propios. No es producto de un deber, sino de un acto político, y es socialmente irresponsable que, en su condición de figuras públicas, se presten para manifestar tanto resentimiento e intolerancia, en un país que ya tiene suficiente de eso.

Lo que nos deja con el factor necesidad. Y es bajo este entendido que no debe extrañarnos que el poder y la atención que se tiene como presidente haga falta a quien, salvo por su pensión de expresidente, se convierte en un ciudadano más, que se gana la vida haciendo política entre otros sectores y que tiene un reconocimiento público por eso. En este sentido, esta lucha no es más que una tentativa por ganar protagonismo y acaparar la atención pública, por sentir que no han perdido vigencia y por negarse a entender que su ciclo ya ha acabado. Por esto, cuando terceros se ofrecen a mediar y conciliar para zanjar las diferencias, no hay quien acepte, lo cual es entendible, porque en este punto ponerle fin a esta guerra sería solventar su fuente de visibilidad social y por tanto, no sería otra cosa que, aceptar su muerte política.

Lo que importa ahora no es hacerle propaganda a los personajes involucrados, lo cual sería contribuir a su cometido, sino hacer un llamado a los ciudadanos para que no se dejen enredar por este tipo de artimañas políticas, y que, bajo esta perspectiva, afinen sus criterios y se queden únicamente con lo que, poco o nada, merezca ser rescatado de fondo. No se trata de escoger bandos, no sólo porque no debemos dejarnos polarizar, sino sobre todo porque, en cuanto a políticos ególatras se trata, no hay quien merezca ser preferido sobre los demás.

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