Por:
Víctor A. Delgado – IV semestre
Me tildarán de godo,
retrogrado, algunos incluso casi de defender la inquisición, pero sí, para mí
el formalismo se ha olvidado. Y no solo el formalismo, sino todas aquellas
prácticas que de él derivan, y es una situación que, si bien percibo ha
ocurrido dentro de los estudiantes de la facultad, es también cada vez más
común dentro de los miembros del profesorado de la facultad.
Es bien sabido, como todos los
días se evidencia, que el mundo cambia; las sociedades están en constante
movimiento y la facultad de derecho, por encima del resto, debe responder a
esos cambios. Siendo eso así, hay situaciones que, aún cambiando la coyuntura,
deben prevalecer sobre eventos transitorios que ponen, y a mi manera de ver han
puesto en jaque, una gran cantidad de valores y principios morales y sociales
que han hecho históricamente de la facultad lo que es, o, por lo menos, lo que parece
ser.
Hay una situación particular de la
cual los estudiantes, o gran parte de ellos, no han terminado o siquiera empezado
a apropiar. Somos, -y qué pena el atrevimiento de hablar por todos- muy
privilegiados de estar acá, de poder “compartir pupitre” con tanta gente que
algún día ocupará puestos tan importantes como los que nuestros antecesores han
ocupado. No es algo distinto a que cada uno de nosotros es un espécimen más de
una raza de abogados –en potencia al menos- con “pedigree” javeriano. Pero hay
cosas que, lentamente percibo, han hecho que eso cambie, que se modifique y que
pierda importancia.
En la Javeriana no podemos
solamente ser excelentes académicamente, sino que hay cosas que deben acompañar
ese proceso de formación. La Constitución defiende derechos como el de la libre
expresión o el ambiguo, pero solo cierto libre desarrollo de la personalidad, pues
hay cosas que, a mi juicio, son inadmisibles: Considero que no es sano para la
facultad anteponer la idea de pluralidad, expresada en las cátedras,
estudiantes, tenor político de dichas cátedras y estudiantes o simplemente el
brazo débil al ver la manera de vestir y portar de los estudiantes, a los
principios que históricamente nos han caracterizado; pues si bien no consideró
correcto que los estudiantes deban venir todos los días de corbata, tampoco
puede entenderse dicha libertad como la capacidad de vestirse con arapos y
alpargatas. El pelo largo y mal tenido en los hombres, la evidente falta de
cuidado personal de otros/as, la vestimenta, los jeans rotos y las camisetas
manchadas y desteñidas. Reitero en que no es necesaria la corbata a diario,
pero sí es evidente que es necesario un poco más de decoro al vestirse.
Esta situación es evidente también
dentro del profesorado: No es lo mismo, ni proyecta lo mismo ni genera la misma
reacción en los estudiantes, un profesor que se disculpa por no “estar bien
vestido” al no llevar corbata un viernes –después de muchos años de hacerlo- a
una persona que llega vestida como si acabara de salir a la calle a cualquier
cosa menos a dictar clase, de Converse, jeans y camiseta, seguramente pensando
que esa “pinta” le da tanta presencia como una corbata, un vestido, unas
mancornas y los zapatos bien embolados.
Insisto en que la universidad es
una escuela de pensamiento, una especie de tijera que, si bien no se encarga de
"cortarnos a todos iguales", sí ha hecho un patrón de conducta,
porte, forma de hablar y de expresar conocimientos que merece respeto, y que
aquella idea de pluralidad ha generado que se olviden, y cada día más se consagra
un nuevo javeriano que, si bien sigue siendo caracterizado por la excelencia
académica, atenta contra su esencia y desvincula el concepto que significa ser
abogado javeriano a lo que realmente se está viendo en algunos de los nuevos
estudiantes de pregrado.
Insisto
en que no escribo para ofender a nadie, sino simplemente como una forma de
expresar algo que, desde el punto de vista de los estudiantes se evidencia
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