martes, 7 de mayo de 2013

Editorial: Una última invitación


Por: Sebastián Solarte


Durante la carrera, los estudiantes soñamos con el momento en el que el decano nos haga entrega del diploma que acredite que el pregrado, ese primer paso dentro de la formación jurídica de los abogados, ya se cerró. Dentro de los ahora egresados, habrá algunos cuyo paso por la facultad se limitó a los 190 créditos de materias de derecho, complementarias y electivas que eran necesarios para poder graduarse. Habrá otros, en cambio, que aprovecharon el tiempo del pregrado para ampliar sus horizontes, explorar nuevos proyectos y desarrollarse en distintos sectores. Ellos saldrán con un valor agregado personal, producto de su persistencia y sus ganas. El pregrado es, por qué no, el último momento para el ensayo y error, para salir de dudas, y así no quedar con la pregunta “¿qué hubiera pasado si…?” dando vueltas en la cabeza. El tiempo está, las oportunidades también, y, de fallar, las consecuencias serán parte de ese proceso de afrontar las tareas pendientes.

Escoger estudiar derecho es una decisión difícil de tomar. Al entrar, nadie sabe con certeza qué es lo que están por estudiar. Tampoco se tiene muy claro cuáles serán los retos que la carrera propondrá, ni mucho menos cómo será la vida tras graduare con el título de “abogado” pesando sobre los hombros. Muchos, incluso, se toman un tiempo entre el colegio y la universidad para pensar, pero al final, y en medio de toda la incertidumbre, la decisión se toma. Así, se llega a primer semestre sin saber qué le depararán los siguientes cinco años de la vida, pero consciente de que, para poder estudiar derecho, fue necesario dejar de lado otras opciones de vida que, en algún momento, fueron consideradas. Dichas alternativas, compuestas por hobbies y pasiones principalmente, siguen latentes al interior de la cabeza del estudiante, quien incluso alcanza a averiguar cómo vincularse al equipo anhelado, cómo inscribirse a un curso de música o de cocina, o cómo proceder para hacer ese doble programa con el que se fantaseaba en el colegio.

Sin embargo, en esta facultad somos víctimas de la comodidad del horario. Salir a más tardar a la 1:00pm malcría. La disponibilidad de tiempo permitiría explorar los proyectos que se tenían en mente al iniciar la carrera, pero la pereza se convierte en una excelente fuente de excusas. La universidad nos “pica”, la casa nos llama, y todas las iniciativas terminan cediendo ante la llamada “madre de todos los vicios”.

Es gracias a esa comodidad, que muchos abandonan los proyectos que tenían en mente. Con el paso de los semestres, éstos terminan siendo meros recuerdos de lo que hubiera podido suceder en la universidad. Así mismo, a lo largo de la carrera se conocen nuevas alternativas, muchas de las cuales se ven perjudicadas porque la pereza invita a declinar cualquier propuesta que involucre cierto esfuerzo adicional; y así, quien opte por rechazarlas, tendrá un tranquilo, aun cuando lineal, paso por la universidad. En cambio, quien hace un alto en el camino y decide tomarlas, llegará a su grado con la satisfacción de no haber dejado nada pendiente, o de, al menos, haber intentado. Llegarán, pues, con ese valor agregado que una formación que más allá de lo obligatorio puede ofrecerle a sus vidas.

Este valor agregado del que hablo no es necesariamente académico ni profesional. Tampoco me refiero a actividades cuyo fin sea engalanar la hoja de vida. Cada persona sabrá cuál es el proyecto que, a nivel personal, complementará mejor su formación jurídica. También sabrá cuál es el momento más propicio para ir por él. En mi caso, fue en este periódico, el cual tengo el honor de dirigir hasta esta edición, donde encontré una alternativa que me permitiera ir más allá. Me di cuenta de que el pregrado es una oportunidad única para explorar y experimentar, y cada uno es responsable de ver cómo le saca el máximo provecho. Espero que quien me suceda pueda disfrutar la experiencia y sacarle todo el provecho que ésta puede ofrecer.

La cuña no va dirigida hacia nada en particular. Tiene como único fin motivar, invitar a vencer la comodidad y la pereza, y así aprovechar las oportunidades que se presenten para ir más allá durante unos años que, de lo contrario, podrían llegar a ser desgastantes y agotadores. Nadie se preocupará por revisar que cada estudiante esté aprovechando al máximo su paso por la facultad; es tarea de cada uno decidir si se quieren chulear los proyectos que se tenían en mente. La idea es que esta editorial sirva de espejo, que refleje todo lo que está pendiente y todo lo que se dejó pero se quiere hacer, y que no sea el diploma de abogado el que lo haga cuando ya sea muy tarde. Esa es la invitación que hoy les hago.

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