Por: Sebastián Solarte
Durante la carrera, los
estudiantes soñamos con el momento en el que el decano nos haga entrega del
diploma que acredite que el pregrado, ese primer paso dentro de la formación
jurídica de los abogados, ya se cerró. Dentro de los ahora egresados, habrá
algunos cuyo paso por la facultad se limitó a los 190 créditos de materias de
derecho, complementarias y electivas que eran necesarios para poder graduarse.
Habrá otros, en cambio, que aprovecharon el tiempo del pregrado para ampliar sus
horizontes, explorar nuevos proyectos y desarrollarse en distintos sectores.
Ellos saldrán con un valor agregado personal, producto de su persistencia y sus
ganas. El pregrado es, por qué no, el último momento para el ensayo y error,
para salir de dudas, y así no quedar con la pregunta “¿qué hubiera pasado si…?”
dando vueltas en la cabeza. El tiempo está, las oportunidades también, y, de
fallar, las consecuencias serán parte de ese proceso de afrontar las tareas
pendientes.
Escoger estudiar
derecho es una decisión difícil de tomar. Al entrar, nadie sabe con certeza qué
es lo que están por estudiar. Tampoco se tiene muy claro cuáles serán los retos
que la carrera propondrá, ni mucho menos cómo será la vida tras graduare con el
título de “abogado” pesando sobre los hombros. Muchos, incluso, se toman un
tiempo entre el colegio y la universidad para pensar, pero al final, y en medio
de toda la incertidumbre, la decisión se toma. Así, se llega a primer semestre
sin saber qué le depararán los siguientes cinco años de la vida, pero
consciente de que, para poder estudiar derecho, fue necesario dejar de lado
otras opciones de vida que, en algún momento, fueron consideradas. Dichas
alternativas, compuestas por hobbies y pasiones principalmente, siguen latentes
al interior de la cabeza del estudiante, quien incluso alcanza a averiguar cómo
vincularse al equipo anhelado, cómo inscribirse a un curso de música o de
cocina, o cómo proceder para hacer ese doble programa con el que se fantaseaba
en el colegio.
Sin embargo, en esta
facultad somos víctimas de la comodidad del horario. Salir a más tardar a la
1:00pm malcría. La disponibilidad de tiempo permitiría explorar los proyectos
que se tenían en mente al iniciar la carrera, pero la pereza se convierte en
una excelente fuente de excusas. La universidad nos “pica”, la casa nos llama,
y todas las iniciativas terminan cediendo ante la llamada “madre de todos los
vicios”.
Es gracias a esa
comodidad, que muchos abandonan los proyectos que tenían en mente. Con el paso
de los semestres, éstos terminan siendo meros recuerdos de lo que hubiera
podido suceder en la universidad. Así mismo, a lo largo de la carrera se
conocen nuevas alternativas, muchas de las cuales se ven perjudicadas porque la
pereza invita a declinar cualquier propuesta que involucre cierto esfuerzo
adicional; y así, quien opte por rechazarlas, tendrá un tranquilo, aun cuando
lineal, paso por la universidad. En cambio, quien hace un alto en el camino y
decide tomarlas, llegará a su grado con la satisfacción de no haber dejado nada
pendiente, o de, al menos, haber intentado. Llegarán, pues, con ese valor
agregado que una formación que más allá de lo obligatorio puede ofrecerle a sus
vidas.
Este valor agregado del
que hablo no es necesariamente académico ni profesional. Tampoco me refiero a
actividades cuyo fin sea engalanar la hoja de vida. Cada persona sabrá cuál es
el proyecto que, a nivel personal, complementará mejor su formación jurídica.
También sabrá cuál es el momento más propicio para ir por él. En mi caso, fue
en este periódico, el cual tengo el honor de dirigir hasta esta edición, donde
encontré una alternativa que me permitiera ir más allá. Me di cuenta de que el
pregrado es una oportunidad única para explorar y experimentar, y cada uno es
responsable de ver cómo le saca el máximo provecho. Espero que quien me suceda
pueda disfrutar la experiencia y sacarle todo el provecho que ésta puede
ofrecer.
La cuña no va dirigida
hacia nada en particular. Tiene como único fin motivar, invitar a vencer la
comodidad y la pereza, y así aprovechar las oportunidades que se presenten para
ir más allá durante unos años que, de lo contrario, podrían llegar a ser
desgastantes y agotadores. Nadie se preocupará por revisar que cada estudiante
esté aprovechando al máximo su paso por la facultad; es tarea de cada uno
decidir si se quieren chulear los proyectos que se tenían en mente. La idea es
que esta editorial sirva de espejo, que refleje todo lo que está pendiente y
todo lo que se dejó pero se quiere hacer, y que no sea el diploma de abogado el
que lo haga cuando ya sea muy tarde. Esa es la invitación que hoy les hago.
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