La
política siempre ha pretendido alcanzar un justo medio en el que se concilien
las posturas de los diferentes sectores de la sociedad. Sin embargo, diferentes
experiencias muestran que el secreto para ser exitoso a nivel individual parece
radicar en la intransigencia, los apasionamientos, la desproporción y la
estigmatización de los demás.
A raíz de la muerte de
Margaret Thatcher, las páginas de los
medios de comunicación y las redes sociales se llenaron de artículos que debatían,
no siempre de una manera políticamente correcta, la significación de Thatcher, sus políticas y
su influencia a nivel mundial. Llamó particularmente mi atención un video que
mostraba un grupo de jóvenes conservadores durante el funeral de la ex primera
ministra, los cuales destacaban su temperamento y tenacidad, incluso la
apodaban “la heroína de la derecha”, pese a que ninguno de ellos la vio
gobernar. Como era de esperarse, aprovecharon la oportunidad para mandar
mensajes de advertencia a la “izquierda”.
Me acordé en ese
momento de las palabras de un amigo que alguna vez me dijo que “la gente
siempre necesitará héroes, personas –o, al menos, imágenes- que vivan sus
ideales de forma apasionada y que logren generar controversia”. Es esta última
parte, para mí, la que caracteriza a los héroes modernos: la capacidad de
generar amores y odios a partir de la defensa de unas banderas, más allá de lo
oportunas y correctas que sean. Siempre se añorará la presencia de políticos
radicales, que, con su “mano dura” y sus posiciones invariables, logren hacerse
un lugar dentro de los corazones de los ciudadanos. Esto se puede ver en las
recientes elecciones venezolanas, donde la razón fue vencida por la pasión, y
el candidato a quien los pájaros le hablaban se quedó con la presidencia. Más
allá de las especulaciones alrededor del proceso electoral, lo cierto es que
Maduro obtuvo una importante cantidad de votos gracias a sus irracionales
estrategias de campaña, pasando por encima de lo que la cordura hubiera sugerido
a priori.
Colombia no se queda
atrás. La figura que más se acerca a la que se está describiendo es la de
Álvaro Uribe Vélez. Sus políticas lo llevaron a obtener un histórico récord de
popularidad, alcanzando el 85% tras la Operación Jaque y siendo 72% el promedio
de sus 8 años de gobierno. La pasión (en algunos, desenfrenada) que genera el
expresidente está lejos de cesar, puesto que su misión durante los últimos años
ha sido crear un neonacionalismo a punta de hiperbolizar la realidad y promover
la segregación de quienes piensan distinto. Así, expresiones como “traidor”,
“comunista”, “enemigo de la paz” o “apátrida” se han vuelto muy populares, por
ejemplo, en las redes sociales; basta con ver los tuits que contenían el
hashtag “#NoMásSantos” para ver el odio ciego que el uribismo ha logrado
inculcar en lo más profundo de sus seguidores. El que prefiere ver a Iván
Márquez en el Senado en vez de verlo en la insurgencia coordinando masacres,
así como el que se alegra de que Colombia no esté más al borde de enfrentarse
con sus vecinos, es un traidor chavista-castrista (¿ahora madurista?) que no
reconoce la falta que hace la mano dura de Uribe o del que, eventualmente, sea
utilizado como títere para que asuma esas banderas.
¿Se puede ser uribista
sin dejar la piel –y la razón-? Por supuesto. No todos caen en la idealización
de la realidad ni se dejan tentar por la imagen de héroe/mártir que se quiere
vender. Incluso tiene seguidores que son conscientes de que en un Estado de
Derecho son inadmisibles escándalos como los “falsos positivos” o las chuzadas.
Sin embargo, este uribismo moderado, si se quiere, no es el común denominador,
ni siquiera al hablar del grupo de los abogados (que, en teoría, tienen más
herramientas jurídicas para discernir) que apoyan al expresidente. Fue curioso
escuchar cómo un amplio número de estudiantes de derecho y abogados javerianos
exclamaban que el fallo de la Corte Internacional de Justicia sobre el litigio
entre Colombia y Nicaragua debía ser desacatado. Un abogado, durante 5 años, estudia
temas como la seguridad jurídica, la confianza en las instituciones y la
importancia de la heterocomposición a la hora de solucionar conflictos, entre
otros. A pesar de esto, su criterio jurídico fue vencido por el nacionalismo
que se apoderó en esos días de un amplio número de colombianos que creían tener
mejores herramientas que los magistrados del tribunal internacional. Ahora, es
fácil imaginar cuál sería la reacción de esos abogados el día de mañana cuando
su contraparte, tras ser vencida en un proceso, decida desacatar la providencia
del juez. Muchos de ellos, incluso, se indignaron cuando el procurador
Alejandro Ordóñez insinuó que desacataría la tutela que le ordenaba retractarse
pos sus declaraciones sobre el aborto. El criterio jurídico, pues, termina
siendo maleado por asuntos coyunturales.
Por todo lo anterior,
pareciera que, a la hora de hacer política, resulta mejor crear un discurso
radical y demagógico, recurriendo así a la inconsciente necesidad de la gente
de tener una figura heroica que inspire firmeza y confianza. Lo mismo le
sucedió a Margaret Thatcher, cuyas ideas políticas, económicas y fiscales,
unidas a su fuerte temperamento, le hicieron merecedora del ya bien conocido
apodo “Dama de Hierro”. Su carácter, además, la convirtió en blanco de muchas
críticas, siendo una de las más controversiales la referente a su relación con
Augusto Pinochet. Según sus detractores, detrás de la aparente fachada
democrática se encontraba una mujer que jamás se manifestó en contra de los
crímenes cometidos durante la dictadura chilena y que prefería alabar la
prosperidad económica que Milton Friedman y los Chicago Boys habían
polémicamente ayudado a generar
(recordado es el incidente en la entrega del Nobel de economía a
Friedman, en 1976, en la que un activista se levantó y comenzó a gritarle que
dejará a los chilenos en paz).
A pesar de todo esto,
las reacciones por la muerte de Thatcher, sobre todo en la esfera política,
estuvieron cargadas de sentimentalismo, de agradecimiento y de nostalgia por su
partida. La reacción de los británicos fue dispar: unos se reunieron en las
calles para darle una última despedida al féretro, que paseó por las calles
londinenses el día de su funeral; otros se manifestaron en su contra de
distintas maneras, siendo una de las más llamativas la que buscaba posicionar
la canción Ding Dong! The Witch is Dead
(“¡Ding Dong! La Bruja ha Muerto”), de la película “El Mago de Oz”, en el
primer puesto de la lista oficial de las canciones más pedidas en la radio
británica. Pese a que solo llegó al segundo puesto, logró posicionarse como la
canción más descargada a través de iTunes en el Reino Unido. Éstas son las
consecuencias de llevar una vida política caracterizada por la rigidez y el
radicalismo. En Colombia, los efectos todavía están por verse, pues hasta ahora
estamos pasando por el momento de mayor intensidad del radicalismo político
reciente. Puede, incluso, que sean las generaciones que no vieron gobernar a
ninguno de los involucrados las que hereden esos apasionamientos y determinen
las consecuencias de algo que, hoy por hoy, parece no tener una salida próxima.
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