martes, 7 de mayo de 2013

Editorial: Mano dura, éxito asegurado


La política siempre ha pretendido alcanzar un justo medio en el que se concilien las posturas de los diferentes sectores de la sociedad. Sin embargo, diferentes experiencias muestran que el secreto para ser exitoso a nivel individual parece radicar en la intransigencia, los apasionamientos, la desproporción y la estigmatización de los demás.
 
Por: Sebastián Solarte


A raíz de la muerte de Margaret Thatcher, las  páginas de los medios de comunicación y las redes sociales se llenaron de artículos que debatían, no siempre de una manera políticamente correcta,  la significación de Thatcher, sus políticas y su influencia a nivel mundial. Llamó particularmente mi atención un video que mostraba un grupo de jóvenes conservadores durante el funeral de la ex primera ministra, los cuales destacaban su temperamento y tenacidad, incluso la apodaban “la heroína de la derecha”, pese a que ninguno de ellos la vio gobernar. Como era de esperarse, aprovecharon la oportunidad para mandar mensajes de advertencia a la “izquierda”.

Me acordé en ese momento de las palabras de un amigo que alguna vez me dijo que “la gente siempre necesitará héroes, personas –o, al menos, imágenes- que vivan sus ideales de forma apasionada y que logren generar controversia”. Es esta última parte, para mí, la que caracteriza a los héroes modernos: la capacidad de generar amores y odios a partir de la defensa de unas banderas, más allá de lo oportunas y correctas que sean. Siempre se añorará la presencia de políticos radicales, que, con su “mano dura” y sus posiciones invariables, logren hacerse un lugar dentro de los corazones de los ciudadanos. Esto se puede ver en las recientes elecciones venezolanas, donde la razón fue vencida por la pasión, y el candidato a quien los pájaros le hablaban se quedó con la presidencia. Más allá de las especulaciones alrededor del proceso electoral, lo cierto es que Maduro obtuvo una importante cantidad de votos gracias a sus irracionales estrategias de campaña, pasando por encima de lo que la cordura hubiera sugerido a priori.

Colombia no se queda atrás. La figura que más se acerca a la que se está describiendo es la de Álvaro Uribe Vélez. Sus políticas lo llevaron a obtener un histórico récord de popularidad, alcanzando el 85% tras la Operación Jaque y siendo 72% el promedio de sus 8 años de gobierno. La pasión (en algunos, desenfrenada) que genera el expresidente está lejos de cesar, puesto que su misión durante los últimos años ha sido crear un neonacionalismo a punta de hiperbolizar la realidad y promover la segregación de quienes piensan distinto. Así, expresiones como “traidor”, “comunista”, “enemigo de la paz” o “apátrida” se han vuelto muy populares, por ejemplo, en las redes sociales; basta con ver los tuits que contenían el hashtag “#NoMásSantos” para ver el odio ciego que el uribismo ha logrado inculcar en lo más profundo de sus seguidores. El que prefiere ver a Iván Márquez en el Senado en vez de verlo en la insurgencia coordinando masacres, así como el que se alegra de que Colombia no esté más al borde de enfrentarse con sus vecinos, es un traidor chavista-castrista (¿ahora madurista?) que no reconoce la falta que hace la mano dura de Uribe o del que, eventualmente, sea utilizado como títere para que asuma esas banderas.

¿Se puede ser uribista sin dejar la piel –y la razón-? Por supuesto. No todos caen en la idealización de la realidad ni se dejan tentar por la imagen de héroe/mártir que se quiere vender. Incluso tiene seguidores que son conscientes de que en un Estado de Derecho son inadmisibles escándalos como los “falsos positivos” o las chuzadas. Sin embargo, este uribismo moderado, si se quiere, no es el común denominador, ni siquiera al hablar del grupo de los abogados (que, en teoría, tienen más herramientas jurídicas para discernir) que apoyan al expresidente. Fue curioso escuchar cómo un amplio número de estudiantes de derecho y abogados javerianos exclamaban que el fallo de la Corte Internacional de Justicia sobre el litigio entre Colombia y Nicaragua debía ser desacatado. Un abogado, durante 5 años, estudia temas como la seguridad jurídica, la confianza en las instituciones y la importancia de la heterocomposición a la hora de solucionar conflictos, entre otros. A pesar de esto, su criterio jurídico fue vencido por el nacionalismo que se apoderó en esos días de un amplio número de colombianos que creían tener mejores herramientas que los magistrados del tribunal internacional. Ahora, es fácil imaginar cuál sería la reacción de esos abogados el día de mañana cuando su contraparte, tras ser vencida en un proceso, decida desacatar la providencia del juez. Muchos de ellos, incluso, se indignaron cuando el procurador Alejandro Ordóñez insinuó que desacataría la tutela que le ordenaba retractarse pos sus declaraciones sobre el aborto. El criterio jurídico, pues, termina siendo maleado por asuntos coyunturales.

Por todo lo anterior, pareciera que, a la hora de hacer política, resulta mejor crear un discurso radical y demagógico, recurriendo así a la inconsciente necesidad de la gente de tener una figura heroica que inspire firmeza y confianza. Lo mismo le sucedió a Margaret Thatcher, cuyas ideas políticas, económicas y fiscales, unidas a su fuerte temperamento, le hicieron merecedora del ya bien conocido apodo “Dama de Hierro”. Su carácter, además, la convirtió en blanco de muchas críticas, siendo una de las más controversiales la referente a su relación con Augusto Pinochet. Según sus detractores, detrás de la aparente fachada democrática se encontraba una mujer que jamás se manifestó en contra de los crímenes cometidos durante la dictadura chilena y que prefería alabar la prosperidad económica que Milton Friedman y los Chicago Boys habían polémicamente ayudado a generar  (recordado es el incidente en la entrega del Nobel de economía a Friedman, en 1976, en la que un activista se levantó y comenzó a gritarle que dejará a los chilenos en paz).

A pesar de todo esto, las reacciones por la muerte de Thatcher, sobre todo en la esfera política, estuvieron cargadas de sentimentalismo, de agradecimiento y de nostalgia por su partida. La reacción de los británicos fue dispar: unos se reunieron en las calles para darle una última despedida al féretro, que paseó por las calles londinenses el día de su funeral; otros se manifestaron en su contra de distintas maneras, siendo una de las más llamativas la que buscaba posicionar la canción Ding Dong! The Witch is Dead (“¡Ding Dong! La Bruja ha Muerto”), de la película “El Mago de Oz”, en el primer puesto de la lista oficial de las canciones más pedidas en la radio británica. Pese a que solo llegó al segundo puesto, logró posicionarse como la canción más descargada a través de iTunes en el Reino Unido. Éstas son las consecuencias de llevar una vida política caracterizada por la rigidez y el radicalismo. En Colombia, los efectos todavía están por verse, pues hasta ahora estamos pasando por el momento de mayor intensidad del radicalismo político reciente. Puede, incluso, que sean las generaciones que no vieron gobernar a ninguno de los involucrados las que hereden esos apasionamientos y determinen las consecuencias de algo que, hoy por hoy, parece no tener una salida próxima.

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