El carrusel de testigos
en Colombia ha puesto sobre la mesa evidentes fallas al interior del
organigrama estatal, en particular en lo concerniente a la efectividad de la
administración de justicia.
Por:
Luz Juanita Valencia
No siendo suficiente
con el controversial carrusel de la contratación, merece ahora nuestra atención
el ya estructurado y altamente desarrollado carrusel de testigos, que en nada se
asemeja a un juego de niños y que, por el contrario, evidencia una vulneración a
la institucionalidad y soberanía del Estado colombiano.
Y es que no debe
tomarnos por sorpresa que en una sociedad carente de principios y valores,
fundamentales para una adecuada convivencia, como es la nuestra, se den
fenómenos como este carrusel, donde se trafica con falsos testimonios con miras
a adquirir como contraprestación recompensas y beneficios penales y económicos,
e incluso, se persigan fines tan fútiles como concretar venganzas personales. Hecho
éste que, además, obstaculiza la ya desgastada y congestionada administración
de justicia, y pone en tela de juicio la legitimidad de figuras como la cosa
juzgada y la verdad y certeza de las sentencias judiciales.
Esta burla al imperio
del derecho lleva inevitablemente a que se desdibujen y desnaturalicen los
fines loables que impulsan al aparato judicial como mecanismo legítimo para
concebir la verdad y, con esto, la justicia. Por esto, cualquier ciudadano
pensará más de dos veces antes de acudir a la administración de justicia y
confiarle, entre otros derechos, su libertad y buen nombre, por un temor
fundado y sensato de terminar señalado por la comisión de un delito
inexistente, simple y llanamente porque hay quienes se prestan para comerciar,
como si se tratase de un juego, con los derechos ajenos a cambio de un interés
personal.
Este fenómeno social,
que pone en jaque la potestad del Estado, no puede entenderse como un hecho que
se desarrolla y fortalece al margen del mismo, pues el andamiaje y la operatividad
de este carrusel ha encontrado en la permisividad, por no decir patrocinio, de algunos
funcionarios públicos (fiscales y jueces) la posibilidad de permear la
institucionalidad judicial y estatal. No son pocas las medidas que se deben
tomar para entorpecer y desalentar el proceder de muchos delincuentes, como lo
sería, por ejemplo, el ejercicio de un mayor control y vigilancia sobre
funcionarios y abogados por parte de la Fiscalía y del Consejo Superior de la
Judicatura, la revaluación del valor de los testimonios como herramienta de
inculpación en los procesos penales y la imposición por parte del cuerpo
legislativo de mayores penas para quienes incurran en el delito de soborno y
falso testimonio. Así, serían las
medidas preventivas las que salvaguarden los derechos de los colombianos, y no que
se convierta la indemnización que el Estado brinde a quienes han sido víctimas
de este carrusel, que en principio debe entenderse como medida de último
recurso, en el normal proceder para restaurar los perjuicios causados.
Resulta cuestionable la capacidad del Estado para dejar indemnes a quienes
han sido víctimas de este carrusel, que trae consigo la desmembración del
tejido social y familiar y la materialización de daños morales. Esto se agudiza
en un país que es, lamentablemente, reinado por la ignorancia y los
prejuicios, donde los “chismes” pasan a
definir y posicionar a un persona frente a la sociedad, al punto de destruir la
posibilidad de realizarse satisfactoriamente como persona, pues su libre
desarrollo y desenvolvimiento en la esfera social y personal se supeditan a lo
que la opinión pública, e incluso la privada, sostengan frente a su moralidad y
buen nombre
Siendo así, resulta imperioso replantear el orden actual de las cosas al
interior del Estado, y sobre todo, del ordenamiento jurídico, para que tras una
ponderación de los costos y beneficios hecha por quienes participan de este
carrusel, éstos se vean desalentados a considerarlo como una alternativa para
la obtención de beneficios personales. Con esto, se podría lograr el cese
definitivo de la circulación de “verdades a voces” que no corresponden a la
realidad y que marcan negativa e irreversiblemente la vida de cientos de
inocentes bajo la aquiescencia del Estado.
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