El incesante miedo a la
arbitrariedad de la justicia nos ha llevado al extremo de la deshumanización en
la Administración de Justicia contemporánea. La filósofa Martha Naussbaum nos
propone una solución.
Por:
Sebastián Luque Charry.
El temor al retorno del
despotismo en las decisiones del poder judicial ciega al administrador de justicia
ante cualquier factor diferente al dictamen legal. La teoría jurídica no avanza
más allá de la suposición de lo que es mejor en abstracto para el sistema
social y no se ocupa del ámbito práctico, ámbito que ya será objeto de análisis
de un ciencia diferente (i.e. sociología, ciencia política, etc.).
De ahí surge el
sinsabor que deja la disparidad entre el contenido de la ley y su aplicación.
La labor del juez, desde la aplicación de la ley, en muchas ocasiones recibe
formidables desprestigios en muchos países de occidente. ¿Qué tiene el excesivo
ceñimiento a la premisa legal, que suele disgustar en tantas ocasiones al
observador? La falta de concordancia entre lo que el último y el primero
encuentran justo. El primero encuentra justo lo que acuerda a la premisa legal,
el segundo encuentra justo lo que concuerda con su premisa moral. El segundo se
desecha porque no ha sido sopesado y deviene de un sustento pasional. El
primero se aplaude porque ha sido sopesado y deviene de un sustento racional (lo
anterior desde un punto de vista teórico, pues muchos sabemos que bajo la
situación de la deprimente administración de justicia de este país, la regla
general para el segundo, pareciera ser el sustento del primero).
Afirmar que el juez
debe sustentar su decisión involucrando un juicio más valorativo sobre el estado
particular de las partes conlleva a un descarte inmediato por parte de los
sistemas más positivistas. En las sociedades contemporáneas, sin embargo, esta
opción debe comenzarse a estudiar.
La filósofa
norteamericana Martha Nussbaum ha dedicado muchas de sus obras a la filosofía
del derecho, y actualmente dicta la cátedra “Literatura y Derecho” en la
Escuela de Derecho de la Universidad de Chicago. En su Justicia Poética, Nussbaum propone una teoría sencilla. La falta de
humanidad que se encuentra en los administradores de justicia hace que la misma
pierda su naturaleza y resulte una técnica fría e imperfecta, alejada de su
origen. Cultivar una respuesta conductual emocional más ligada con la situación
de quien se presenta ante la administración de justicia, afirma Nussbaum, se convierte
en un factor influyente para el sistema de justicia moderno. La literatura y el
arte son elementos fundamentales para lograr lo anterior.
La filósofa
norteamericana propone un giro a la base socrática de la poesía como distractor
de la razón y afirma que el ungüento artístico en jueces y abogados, ayuda a
re-humanizar una vez más la administración de justicia. El exceso al que llega
la separación entre administrador y administrado hace que el individuo no
encuentre en su aparato estatal una fuente cercana ni confiable de justicia y
hace que jueces y abogados se encierren más en la teoría dogmática, evitando
prestarle atención a la natura del
administrado, ampliando cada vez más la brecha.
A manera de ejemplo,
Nussbaum propone el efecto que generan muchas de las obras clásicas de
literatura jurídica moral sobre el criterio de justicia del abogado o el juez
(i.e. Crimen y castigo, A sangre fría,
Anna Karenina, etc.). No se trata de volver a una justicia basada en el
criterio subjetivo del juez, basado en la pasión, y descartando la razón,
ridícula suposición. Se trata de entrenar en los jueces un criterio más humano
en su comportamiento profesional, afirmando las bases dogmáticas jurídicas y la
ley como centro de su decisión, pero admitiéndole una cercanía mayor con los
ajusticiados.
De ahí la importancia de entrenar un poco el
otro hemisferio; dejar el dogma lógico racional que busca la utópica
objetividad radical, y ejercitar una metódica administración de justicia con
sentido humano, formando de manera anexa un criterio sobre el estado del
sujeto. Nussbaum no predica su teoría únicamente respecto del juez, sino que la
extiende a los demás órganos del poder público. Son las esferas del poder y la
política quienes deben someter su criterio al carácter humano del pueblo, y no
el pueblo quien debe esforzar su esencia para buscar asemejarse al querer del
poder estatal.
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