lunes, 12 de noviembre de 2012

Cómo extrañamos al Ministro Rodrigo Lara Bonilla: un hombre de justicia


El Ministro Lara, aparece como uno de los grandes progresistas de la justicia y de la lucha por la transparencia política que ha tenido Colombia.

Por: Ricardo Gómez Pinto. Profesor de Derecho Económico.

Cuando el cartel de Medellín, liderado por Pablo Escobar, asesinó al Ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, yo tenía 4 años. Nunca lo conocí. Sin embargo, tuve la oportunidad de conocer a su hijo, Rodrigo Lara Restrepo. Eso me dejó dar una mirada al pasado y aprender un poco sobre la personalidad de un gran líder y hombre de Constitución. 

Hoy, casi 25 años después de su muerte, las amenazas contra la justicia parecen ser las mismas de aquellos años. El año está terminando y nos deja de aguinaldos una reforma a la justicia fracasada, una mujer en la cartera de justicia y el inicio de los diálogos de paz.

Todo esto, paradójicamente, parece coincidir en algo. El problema que afronta la justicia, hoy, fue algo de lo que nunca hablo el proyecto de reforma presentado por el gobierno. El proyecto nunca habló de algo fundamental que fue lo que le costó la vida, en gran parte, al Ministro Lara Bonilla.

Hay que recordar que durante los debates de la reforma, nunca se discutió sobre los verdaderos problemas que amenazan a la justicia. En parte, por falta de interés tanto del gobierno como de los congresistas que se desentendieron de los problemas para dar paso a sus acuerdos y reducir los poderes de la Corte Suprema y el Consejo de Estado en el control que se ejercía contra los legisladores y que tanta legitimidad había ganado con los juicios contra la parapolítica y los  vínculos de algunos legisladores con el narcotráfico, quienes encontraron propicia la oportunidad para sacar ventaja de la reforma. 

La reforma del gobierno, se olvidó por completo de la justicia y de la dignidad que merece el derecho. El gobierno Santos, junto al exministro Juan Carlos Esguerra, se olvidaron de lo que son las amenazas que acorralan a la justicia, a los jueces y a las instituciones que estos defienden. El país se olvido que el mayor riesgo que hoy se cierne sobre la justicia es el de la corrupción y el riesgo de captura judicial que se cierne sobre funcionarios judiciales que eso genera, y la desviación de poder, como el del legislativo, que adapta todo el sistema de derecho para salir impune de los juicios de control, en la lucha contra los vínculos con grupos al margen de la ley, como en los peores tiempos del cartel de Medellín.

El limitado interés que el gobierno sigue demostrando por una política judicial, refleja el olvido  de la lucha de jueces, como el Hércules del que habla Dworkin, por el imperio de la justicia. La reforma se olvido de lucha de Lara Bonilla, como lo hizo el país en aquel momento.   

La reforma a la justicia se olvidó de la lucha de las generaciones caídas por el terror. Hoy el mensaje de la dignidad del derecho se volvió a perder pero esta vez por actos que vinieron de los mismos hacedores del derecho. Hace 30 años esos hacedores fueron los que entregaron su vida por sacar adelante una política pública judicial limpia que necesitaba el país. Muestra de eso fue la renovación que representó el Código Contencioso Administrativo de 1984, cuyo ideólogo fue el entonces Ministro Lara. El avance del código en materia de derecho de petición y la renovación de las acciones judiciales ante la jurisdicción contenciosa para la defensa de derechos y la legalidad, se convirtió en una verdadera renovación de la justicia que hacía más cercano al pueblo el derecho, la ley y el poder democrático para transformar las realidades.      

La lucha que debía adoptar el gobierno Santos, con el revivido Ministerio de Justicia,  debía dirigirse a atacar una amenaza que puede resultar peor que el terrorismo que durante los años ochenta y noventa del siglo XX atacó a la sociedad. El enemigo de la justicia, hoy, es la corrupción y la falta de autonomía de los funcionarios judiciales; la falta de garantías de acceso a la gente a una justicia de verdad, no de papel. Esa fue la lucha que el gobierno actual, pero sobre todo el Ministro de Justicia del momento, nunca se atrevieron a dar.

El país extraña a un Ministro de Justicia de verdad que haga de la justicia el fortín inquebrantable del derecho. El país extraña el derecho que reivindique la dignidad de las personas y haga de cada una un proyecto de vida en igualdad de acceso a los recursos mínimos de existencia. El país extraña un ministro de justicia que luche por la justicia, y como dicen las máximas de Couture, un ministro que haga a la justicia la máxima del derecho cueste lo que cueste. Por eso, el país extraña a Rodrigo Lara Bonilla.   

Pero esto queda atrás. Los diálogos de paz que marcan el presente, tienen mucha relación con esto, y, tal vez, dependen de esto. No existe una plataforma jurídica que haga sostenible el proceso y las consecuencias de los acuerdos. La Constitución tiene todas las herramientas pero el gobierno empezó al revés, y no las ha decantado ni regulado. Eso se convierte en un factor de inseguridad jurídica para la sociedad y para la paz. Los acuerdos debían venir apoyados con un kit de instrumentos jurídicos que permitan garantizar la estabilidad del proceso de paz, porque esto no es solo un proceso de reuniones y mesas de concertación. Esto es el inicio. El resto lo debe definir el derecho de la mano con la justicia.

Se trata de una justicia que cree un marco de paz. Una justicia que integre a los diferentes pero sobre todo a los contrapuestos. Una justicia democrática es una justicia que crea condiciones para hacer viable un proceso de paz, que hable de verdad, justicia y reparación para todos. 

En este contexto, la Ministra Ruth Stella Correa, tiene un reto inmenso en materia de política judicial. Recuperar la dignidad de la justicia, que ella como juez conoce, así como atacar la falta de autonomía que el proyecto de reforma a la justicia del gobierno desconoció. Cuando se ataque esa problemática se tratará de una reforma integral. Una justicia que traiga una lección sobre la filosofía del derecho que habla de garantías judiciales, no de prebendas a congresistas; de justicia para iguales, no de clases sociales, económicas, ni jurídicas, pero sobre todo, de principios constitucionales básicos de convivencia, para poder hablar de una justicia que defendieron con la muerte Lara Bonilla y otros. Una política pública judicial que extraña y añora el país.   





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