De
una figura pública se espera un comportamiento acorde con su posición. Esta
expectativa es aún mayor cuando el deber que se tiene es el de representar. Sin
embargo, el actuar desviadamente hace que se pierda más que la simple confianza
que en él fue depositada.
Por:
Sebastián Luque Charry y Sebastián Solarte Caicedo
Lo que representa ser
una figura pública debe siempre ser analizado desde una perspectiva positiva y
desde una negativa. Usted necesita, para lograr ser y permanecer figura
pública, hacer ciertas cosas (aspecto positivo), pero debe usted también
abstenerse de hacer otras (aspecto negativo).
La figura pública, sin
importar la dimensión que ella tenga, bien sea una máxima autoridad al interior
de una Nación o un simple representante al interior de cualquier comunidad,
tiene indefectiblemente una responsabilidad que se compone de adoptar un patrón
de conducta determinado que debe corresponder a su posición. ¿Por qué? Pues
porque es, en la mayoría de los casos, un reflejo de aquello que representa
como figura pública, y como tal, debe buscar ser la imagen de lo que de él se
espera, sin desconocer, evidentemente, su esfera personal, que nada tiene que
ver con su imagen social.
Esta responsabilidad
conductual es de vital importancia, pues en tanto reflejo del querer comunal,
debe buscar preservar la figura que representa, sea actor o político. El común
de las personas esperan de aquél un comportamiento determinado, que no debe
necesariamente ser “correcto” en el
sentido moral de la palabra, sino adecuado a su posición, lo cual depende de la
figura en particular, pues no es lo mismo aquello que espera la comunidad de un
actor o una celebridad que aquello que espera de un senador. En todo caso, cuando
este comportamiento varía de aquello que se espera y lo hace de manera abrupta,
frustra la expectativa de la comunidad y confunde sus intereses, lo cual
conlleva a sensaciones de desconfianza e inseguridad.
De ahí la
responsabilidad de asumir un comportamiento adecuado a su posición. No se
espera de un joven músico de rock que ande en corbata y vestido de paño
predicando las buenas nuevas, así como no se espera que un representante
político ande gritando a viva voz lo primero que se le viene a la cabeza cada
vez que se sienta irritado.
Pero es que esta
responsabilidad se agrava mucho más cuando la figura pública devino tal por
medio de la voluntad de una comunidad, cuando representa directamente los
intereses de un colectivo social. Cuando la posición de un sujeto es de tal
carácter, está en la obligación de rendir cuentas sobre su gestión y, una vez
más, no solo por aquello que debe hacer sino también por aquello que NO debe
hacer.
Lo sucedido el mes
pasado, durante el foro Paz Sin Impunidad, dejó un sinsabor en un amplio grupo
de estudiantes de derecho, quienes fueron testigos de cómo su representante se
levantó a increpar al expresidente Álvaro Uribe Vélez una vez éste llegó al
evento. Sus palabras, además de ser una ofensa directa a los principios
democráticos y participativos que se enseñan a diario en nuestra facultad,
resultaron sorpresivas y hasta decepcionantes, pues las expresó a nombre de
todos los estudiantes que representa sin que éstos tuvieran conocimiento de
ello.
Quien haga las veces de
representante debe cuidar lo que dice, y más aún si, al hablar, deja claro que
lo hace a nombre de los estudiantes, pues es de esperar que sus palabras
representen efectivamente lo que éstos quieren que se diga. Es cuestión de
simple respeto con una comunidad que deposita su entera confianza en él y que
lo último que espera es que se pierda. ¿Qué queda, pues, si ésta se derrumba? ¿Cómo
exigir que se crea en un sistema de representación si sus principios más
elementales son burlados?
Y es que en ningún
momento se pretende que el representante deje a un lado sus ideales ni sus
creencias personales. De hecho, la petición es la opuesta. Se busca que quien
representa a una comunidad tenga suficientemente clara la diferencia entre la
esfera privada y la pública, y que las mantenga separadas para así poder
vivirlas ambas.
Además, estamos
situados en una facultad de derecho. La tolerancia y el respeto por la opinión
de los demás deben ser pilares que vayan más allá de las posiciones personales.
Durante el foro, no solo se vio traicionada la confianza de los representados,
sino que, además, fue traicionada de una forma tan anacrónica. No es admisible
que entre los estudiantes se estén desde ya fomentando la intolerancia, el
irrespeto y la irracionalidad, sin importar lo inmensa que pueda ser la
diferencia de pensamiento con el interlocutor. No en una facultad de derecho.
No en la Facultad de Derecho de la Universidad Javeriana.
Lo único que se pretende con todo esto es que
las figuras públicas se desempeñen según lo que se espera de ellos. Existe un
deber ser, tanto de carácter positivo como negativo, al que ellas deben ceñirse
y del cual se espera que jamás se alejen. Queda un largo camino por delante, y
es de esperar que no se vuelvan a presentar incidentes como los sucedidos el
mes pasado. Argumentos hay para creer esto. Con seguridad, saldrán a relucir
las cualidades por las que los estudiantes eligieron al actual representante y
que han orientado los demás espacios donde se ha desempeñado, y con esta idea
en mente, se esperará el cumplimiento de los deberes que se adquieren al
convertirse en una figura pública
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