domingo, 28 de octubre de 2012

Reflexiones sobre lo que implica ser una figura pública



De una figura pública se espera un comportamiento acorde con su posición. Esta expectativa es aún mayor cuando el deber que se tiene es el de representar. Sin embargo, el actuar desviadamente hace que se pierda más que la simple confianza que en él fue depositada.

Por: Sebastián Luque Charry y Sebastián Solarte Caicedo


Lo que representa ser una figura pública debe siempre ser analizado desde una perspectiva positiva y desde una negativa. Usted necesita, para lograr ser y permanecer figura pública, hacer ciertas cosas (aspecto positivo), pero debe usted también abstenerse de hacer otras (aspecto negativo).

La figura pública, sin importar la dimensión que ella tenga, bien sea una máxima autoridad al interior de una Nación o un simple representante al interior de cualquier comunidad, tiene indefectiblemente una responsabilidad que se compone de adoptar un patrón de conducta determinado que debe corresponder a su posición. ¿Por qué? Pues porque es, en la mayoría de los casos, un reflejo de aquello que representa como figura pública, y como tal, debe buscar ser la imagen de lo que de él se espera, sin desconocer, evidentemente, su esfera personal, que nada tiene que ver con su imagen social.

Esta responsabilidad conductual es de vital importancia, pues en tanto reflejo del querer comunal, debe buscar preservar la figura que representa, sea actor o político. El común de las personas esperan de aquél un comportamiento determinado, que no debe necesariamente  ser “correcto” en el sentido moral de la palabra, sino adecuado a su posición, lo cual depende de la figura en particular, pues no es lo mismo aquello que espera la comunidad de un actor o una celebridad que aquello que espera de un senador. En todo caso, cuando este comportamiento varía de aquello que se espera y lo hace de manera abrupta, frustra la expectativa de la comunidad y confunde sus intereses, lo cual conlleva a sensaciones de desconfianza e inseguridad. 

De ahí la responsabilidad de asumir un comportamiento adecuado a su posición. No se espera de un joven músico de rock que ande en corbata y vestido de paño predicando las buenas nuevas, así como no se espera que un representante político ande gritando a viva voz lo primero que se le viene a la cabeza cada vez que se sienta irritado.

Pero es que esta responsabilidad se agrava mucho más cuando la figura pública devino tal por medio de la voluntad de una comunidad, cuando representa directamente los intereses de un colectivo social. Cuando la posición de un sujeto es de tal carácter, está en la obligación de rendir cuentas sobre su gestión y, una vez más, no solo por aquello que debe hacer sino también por aquello que NO debe hacer.

Lo sucedido el mes pasado, durante el foro Paz Sin Impunidad, dejó un sinsabor en un amplio grupo de estudiantes de derecho, quienes fueron testigos de cómo su representante se levantó a increpar al expresidente Álvaro Uribe Vélez una vez éste llegó al evento. Sus palabras, además de ser una ofensa directa a los principios democráticos y participativos que se enseñan a diario en nuestra facultad, resultaron sorpresivas y hasta decepcionantes, pues las expresó a nombre de todos los estudiantes que representa sin que éstos tuvieran conocimiento de ello.

Quien haga las veces de representante debe cuidar lo que dice, y más aún si, al hablar, deja claro que lo hace a nombre de los estudiantes, pues es de esperar que sus palabras representen efectivamente lo que éstos quieren que se diga. Es cuestión de simple respeto con una comunidad que deposita su entera confianza en él y que lo último que espera es que se pierda. ¿Qué queda, pues, si ésta se derrumba? ¿Cómo exigir que se crea en un sistema de representación si sus principios más elementales son burlados?
Y es que en ningún momento se pretende que el representante deje a un lado sus ideales ni sus creencias personales. De hecho, la petición es la opuesta. Se busca que quien representa a una comunidad tenga suficientemente clara la diferencia entre la esfera privada y la pública, y que las mantenga separadas para así poder vivirlas ambas.

Además, estamos situados en una facultad de derecho. La tolerancia y el respeto por la opinión de los demás deben ser pilares que vayan más allá de las posiciones personales. Durante el foro, no solo se vio traicionada la confianza de los representados, sino que, además, fue traicionada de una forma tan anacrónica. No es admisible que entre los estudiantes se estén desde ya fomentando la intolerancia, el irrespeto y la irracionalidad, sin importar lo inmensa que pueda ser la diferencia de pensamiento con el interlocutor. No en una facultad de derecho. No en la Facultad de Derecho de la Universidad Javeriana.


Lo único que se pretende con todo esto es que las figuras públicas se desempeñen según lo que se espera de ellos. Existe un deber ser, tanto de carácter positivo como negativo, al que ellas deben ceñirse y del cual se espera que jamás se alejen. Queda un largo camino por delante, y es de esperar que no se vuelvan a presentar incidentes como los sucedidos el mes pasado. Argumentos hay para creer esto. Con seguridad, saldrán a relucir las cualidades por las que los estudiantes eligieron al actual representante y que han orientado los demás espacios donde se ha desempeñado, y con esta idea en mente, se esperará el cumplimiento de los deberes que se adquieren al convertirse en una figura pública

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