Las
barreras que impiden que algunos colombianos acepten el proceso de paz están
íntimamente ligadas, más que a argumentos, a emociones que surgen de un
horrible pasado. Ese "no porque no" pasional es lo que hay que
cambiar, y solo podemos cambiarlo con la poderosa, y no tan simple, palabra
"perdon".
Por: Santiago Osorio Salazar – II Semestre
A
los defensores acérrimos del proceso de paz nos parece lógico y casi obvio que
la negociación con las FARC es la mejor forma de lograr la paz, por no decir la
única, y que para que la negociación sea fructífera, es legítimo y necesario
cederles algunas cosas por más guerrilleros, terroristas y asesinos que sean. Y
digo que es necesario ceder algunas cosas porque una negociación es bilateral,
y para lograr la voluntad guerrillera de dejar las armas, se necesita más que
una rebaja de penas; aquellos opositores que dicen estar de acuerdo con una
negociación donde no haya beneficios para las FARC pasan por melifluos, pues
ellos mismos saben que eso no es más que un saludo a la bandera, y que una guerrilla con el bagaje de las FARC
no se va a rendir así como así.
Sin
embargo esa obviedad respecto a la negociación se nos facilita a muchos
defensores por una simple razón: no hemos sido víctimas directas del conflicto.
Es cierto que a mí no me afecta en nada que, como consecuencia del rendimiento
del grupo subversivo, se les otorguen indultos, curules o subsidios, incluso
admito la posibilidad de ver a Timochenko debatiendo en el Congreso. No
obstante, una persona que ha sufrido directamente el accionar de las FARC no
podría soportarlo, ¿Por qué? Porque no. Y es exactamente el “porque no” lo que
hay que cambiar. Es totalmente entendible que una persona que le hayan matado
al papa rechace rotundamente que los asesinos de su padre no tengan que pagar
la pena que en verdad se merecen como consecuencia de la negociación, pero que
sea entendible no significa que no haya que cambiarlo. Al fin y al cabo, si se
rechazan este tipo de posibilidades y no hay acuerdos, no va a haber un fin del
conflicto y los guerrilleros quedarían sin pagar penas y cometiendo mas
delitos.
Sin
duda, lo ideal sería que pagaran a cabalidad por todos sus delitos, pero hay
que ser realistas y entender que no es solo el Estado como institución el que
tiene que ceder, sino que somos todos, especialmente las personas más
afectadas, los que debemos ceder, ¿Y cómo cedemos? Perdonando. Si bien es cierto
que la paz no puede darse a cualquier precio, hay que pagar un precio de todas
formas, y si uno de los puntos a tratar es la participación política de este
grupo guerrillero, esto no significa que les entreguemos el Senado, significa
que hay que negociar. Aquellos que atacan el proceso critican los puntos de
negociación argumentando que la agenda política del gobierno no se puede
negociar con terroristas, y que ciertos puntos son igualmente absolutamente
innegociables; yo opino que todo es
objeto de deliberación, y cuando digo que todo es objeto de deliberación no
digo que todo es objeto de concesión. Es el deber de todos los colombianos
aprender a perdonar, dejar el egoísmo y la sed de venganza, y ponerse en disposición
de oír sin prejuicios, de no rechazar propuestas o posibilidades porque sí,
sino abrirse mentalmente y explorar nuevas posibilidades en aras de lograr el
fin del conflicto.
Creo
que es nuestro deber dar vía libre al proceso e intentar llegar a un acuerdo
justo que determine la paz que tanto anhelamos. Eliminemos entonces el “porque
no” de nuestro diccionario, motivado por el rencor, y cambiémoslo por un “depende”, y ese cambio
es solo posible si usamos como nunca antes la palabra “perdón”.
Posdata:
A los opositores les recomiendo que no digan aún que Santos le está entregando
el país a las FARC, al fin y al cabo ni siquiera han empezado a negociar.
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