domingo, 28 de octubre de 2012

Esa nueva vecindad llamada red social


        
Por: Jean-Paul Lastre   

A finales de la década de los setentas, un famoso cantante español escribía una canción sobre su ‘vecino de arriba’. La canción narra la difícil convivencia de uno de esos jóvenes  que con el tiempo se han convertido en una especie de cliché que describe la época: de guitarra en mano, con barba sin afeitar, con el pelo largo y sin peinar. Un desafío abierto, explícito e insolente al sistema. Por su parte, el vecino de arriba, era uno de esos caballeros que defendían las costumbres, era una permanencia de aquellos viejos valores. La evidente tensión que se desprende de esta extraña convivencia, en donde esos dos polos opuestos tienen que compartir un cierto escenario cotidiano de vida, termina con una exclamación resginada: “los vecinos de arriba/ inundan la ciudad,/si tu vives abajo,/ no te dejan en paz”. La repulsión mutua que estos dos personajes se guardaban, sirve como plataforma para retomar el problema de esos vecinos de arriba, los que inundan la ciudad. En otras palabras: sirve para retomar el problema de la convivencia.

Hay un asunto de particular interés con las redes sociales. Esa especie de contrato que se firma cuando se acepta una solicitud de amistad o cuando se sigue a alguien –todo depende de la red- genera una forma de extraña convivencia. Esa nueva persona en una lista virtual de conocidos, se vuelve parte de uno. Su rutina se vuelve descifrable y sus publicaciones, muchas veces, son algo así como una puerta abierta a una intimidad “que yo no quería conocer”. Ese que en un principio se consideraba como un amigo virtual –simple y llanamente- pasa a ser, después de un par de publicaciones incómodas, un vecino detestable, como el vecino de arriba de la canción. Las personalidades intensas son las primeras que caen en esta desgracia. El trastorno que los TL (Time Line) o NF (News Feed) sufren por culpa de estas vecindades, es irreversible: en mi caso, gracias a una personalidad intensa de la que me volví ‘vecino’, he podido saber cómo durmió, qué comió y con quién, de igual forma, cómo lo digirió y por último cómo lo absorbió. De igual forma, supe todos los detalles de una ruptura amorosa, que pasó por cachos, retorno, terminada y finalmente una amarga despedida que se tradujo en canciones, poemas, fotos, memes etc.

Sin embargo, convertirse en un vecino de arriba virtual no termina ahí. Las personalidades intensas son solo una especie de las muchas que hay. Un carácter común que comparten los vecinos de arriba es el de la espontaneidad desbordada –que es similar al vecino ruidoso-. Por enumerar unos pocos, no deben olvidarse aquellos especialistas –virtuales- en Política Internacional, en Procesos Electorales, en Relaciones Internaciones, incluso en Historia Contemporánea, que se devanan los sesos y los dedos por producir un lamento de unos cuantos caracteres que sea tan lúcido y original como para recibir el mayor número de likes o RT –que son dados por sus pares: otros vecinos de arriba-. Además de estos, está el comentarista deportivo, que cuestiona el futbol cuando se gana una medalla olímpica pero que sale antes de clase y del trabajo cuando juega la selección. El existencialismo también tiene su cabida: frases de cajón, quotes (que no son otra cosa que grandes ideas cortadas y manipuladas), fotos en sepia, blanco y negro: expresiones todas que invitan a la reflexión y a la conmiseración con la juventud perdida.

Como la relación de los vecinos insoportables está signada por la bilateralidad, me pregunto siempre, sobre todo en las noches de insomnio, acerca de qué tan detestable es mi silencio, mi poca expresividad, mi actitud voyerista y sobre todo, mi incomprensible posición de no compartir nada, en plena era de la información

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