¿Odia a usted a los
Abogados? ¿Los critica por su actitud, su forma de vestir o su forma de hablar?
Espero que nunca tenga problemas legales porque, de igual forma, necesitará de la
ayuda de uno.
No es casualidad que
cada vez que abro una revista estilo criollo-hipster
me encuentro con un artículo escrito por algún yuppie mochilero en contra de
los abogados, ya sea criticando su ética profesional o su forma de vestir (al
mejor estilo del Fashion Police del
canal E!). Generalmente, el autor del
artículo es un sujeto que escribe acerca de la pobreza en África por la mañana
en un Blog o Vlog (¿qué carajos es un
vlog, después de todo?), pero que
claramente es demasiado cool y
refinado para ensuciar su ropa de lino biodegradable y, hacer algo al respecto.
Finalmente los post-mamertos terminan
frecuentando los mismos establecimientos públicos que la gente que tanto desprecian
y critican. Los sujetos anti- el marrano
de turno derivan su subsistencia de estarle mirando los zapatos al vecino y
hacer criticas improductivas, en vez de preocuparse por sus propios asuntos.
Por otro lado, existe
un segundo grupo de personajes que critican la abogacía; se trata del abogado
anti-abogado, que, por deducción lógico-empírica, termina siendo una crítica un
poco emo. Sus críticas suenan algo
así:
“Según Lacan, podemos
clasificar a los Leguleyos en tres grupos sociológicos determinados con base en
su superación/no-superación del complejo de Edipo o de Elektra (Leidy, Johanna,
Kimberly, póngale el nombre que Ud. desee), analizando la forma que ostentan semióticamente
su Falo (dícese ‘corbata’, en términos mortales). En primer lugar
tenemos al Leguleyo que conserva el Falo dentro de su chaqueta. Es un sujeto
que se rehúsa al cambio, que escucha la Hora
de la Verdad y admira las declaraciones del Procu. Este sujeto teme perder su Falo y mostrar su sexualidad, por
lo que es un sujeto neurótico. En segundo lugar tenemos al Leguleyo que muestra
su Falo. Este sujeto se caracteriza por hablar en tres idiomas simultáneamente
(usan términos como promissory estoppel,
contract enforcement o me sacaron el Auschwitz),
aparecen en fotos en el ‘Face’ antes
de que realmente ocurran los hechos y
están obsesionado con los productos Apple. Este sujeto está tan obsesionado con
su Falo que se lo tiene que mostrar a todo el mundo, y es histriónico por
definición (attention whore). Por último,
está el Leguleyo sin Falo, que sufre de una crisis de identidad y que tiene
miedo a ser castrado. Se caracteriza por utilizar términos como ‘no me encasille, bacán’ o ‘no me gustan las etiquetas, viejo’.”
Sin embargo, por más
despreciables que sean los sujetos que critican por criticar y que viven de escribir
diatribas contra la abogacía, tienen razón en ciertas cosas. ¿Qué más odioso
que el Doctor, Doctor, Doctor, Doctor? ¿O más ostentoso que las corbatas Hermes y Ferragamo con la etiqueta volteada para que la gente sepa que
nuestro atuendo cuesta más que lo que se gana en seis meses el colombiano
promedio (en este sentido, es razonable que personajes como Arturo Calle, el Ralph Lauren Colombiano, odien a los abogados, ya que así el abogado
no tenga recursos para pagar sus servicios prefiere comprarse una camisa Yves Saint Laurent a una Alberto VO5)? ¿O más desagradable para
un tercero interviniente (que no estudia derecho) que una reunión de abogados
con tufo a whisky hablando sobre el dolo eventual, la reforma a la justicia, y
el abuso de la tutela en Colombia?
Finalmente, no es gratis la fama que tenemos.
Pero si hay que buscar
un verdadero culpable de nuestras excentricidades, es el consumidor o cliente.
¿Cuándo se ha visto que contraten a un abogado que use Crocs con una camiseta manga sisa con el estampe del “Pibe”, y que
coma morcilla con Kumis? Cuando está de por medio la supervivencia laboral, es
mejor ir a la fija, ponerse el Falo y un traje, atender al cliente y sonreír (“Muy buenos dias, jau mei ai jelp yu?”).
Por ultimo, hay que
advertirles a todas las personas que odian a los Leguleyos y escriben artículos
recurrentes en contra de la profesión jurídica, que seguramente algún fanático
religioso (que no sabe diferenciar entre una columna política y una
humorística) se sentirá ofendido por sus
comentarios (y los acusara de injuria o de calumnia, como seguramente me pasara
a mí por este artículo) o serán victimas de la censura, y
es precisamente en este momento donde inevitablemente necesitaran de la ayuda
de un Leguleyo. Después de prestado los servicios legales, el “buitre negro” exigirá que se le paguen
sus honorarios y, se quedara con su plata; finalmente nadie está obligado a
trabajar gratis (como lo pretenden ciertos anti-abogados) y nadie estudia 5
años y medio para recrear la película Cadena
de Favores (versión Law and Order).
Ahí estaremos, señores columnistas, dispuestos a defender sus derechos porque,
a diferencia de lo que ustedes argumentan, somos muchos más los abogados con
ética profesional que el estereotipo de rapiña
de cuello blanco en que nos encasillan.
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