Por:
Luz Juanita Valencia
La
tertulia sobre la reforma de la justicia “Sus Defectos Inconstitucionales y sus
Pecados Anticonstitucionales”, que tuvo como lugar de encuentro el Club el
Nogal el pasado 30 de julio, fue presidida por cuatro abogados de gran renombre
en el panorama nacional: Humberto De la Calle, Néstor Humberto Martínez,
José Gregorio Hernández y Hernando Yepes, éstos tres últimos a quienes tenemos
el honor, como estudiantes, de tener a diario en las aulas de nuestra alma
mater.
Este
evento académico cobra gran importancia en la medida en la que se abrió un
espacio, de los que poco se abren hoy en día en el país, de deliberación pasiva
y tolerante ante las distintas opiniones que suscitaba el tan comentado
intento de reforma a la justicia por vía de acto legislativo. En esta
oportunidad, y gracias a las intervenciones de estos cuatro juristas, se pudo
hacer un recuento sobre los hechos relevantes que definieron la suerte de este
proyecto, permitiendo señalar en puntos muy concretos lo bueno, lo malo y
lo feo de la reforma a la justicia.
Si
bien la intención de reestructurar el sistema judicial es del todo loable como
mecanismo para agilizar el obstaculizado e ineficiente tráfico judicial, y ante
todo para reivindicar la percepción que se tiene hoy en día de la justicia como
servicio público disponible para una reducida élite de la sociedad colombiana,
la forma y el tiempo en el cual se enmarcó esta reforma no fueron los ideales.
Por
un lado, el hecho de que se hubiera impulsado este proyecto de acto
legislativo, aun cuando el ambiente político no era el propicio, no es
gratuito, pues no es secreto para nadie, y así nos lo hace ver José Gregorio
Hernández, que la Constitución de 1991 ha sido objeto de reformas
irresponsables por parte del Congreso y de los gobiernos como
manifestación de un interés generalizado de los presidentes por dejar su huella
en la Constitución, quienes, en su afán por ganar un mayor reconocimiento,
pierden de vista las consecuencias que su instauración puede acarrear
para el país. La verdad, con el presidente Santos no debía esperarse nada
distinto, en vista de que la propuesta insignia de su plan de gobierno era
precisamente la estructuración de una reforma a la justicia que embarcara al
país en un rumbo directo a una justicia real, tangible y para todos.
Por
otro lado, es evidente que no se hizo una lectura juiciosa sobre los mecanismos
que ofrece la Constitución para desarrollar proyectos de la envergadura de la
mencionada reforma, lo que culminó en una errada interpretación sobre la vía
adecuada para llevarla a cabo. A los ojos de los exponentes, se cometió un
craso error al decidirse por el acto legislativo en lugar a la conformación de
una asamblea constituyente (a pesar de que hoy en día, como nos lo recuerda
Hernando Yepes, no estemos frente a tiempos de homogeneidad y templanza,
necesarios para su éxito). En primer lugar, porque éste último ofrece mayores
garantías en cuanto a la utilidad y objetividad del contenido material de
la reforma, y en segundo lugar, porque, como lo expresó Néstor Humberto
Martínez, no se debe “tentar al diablo”, ya que el romper el muro
medianero entre el poder judicial y el político significó la corrupción de éste
último. Por ello, Yepes afirma que el Congreso no era el escenario indicado,
siendo éste el destinatario de las instituciones reformadas, por lo que se dejó
la puerta abierta para que se trabajara bajo los incentivos de sus propias
pasiones y anhelos y en defensa de lo que este cuerpo colegiado reclamaba como
sus derechos. Ante esto, José Gregorio Hernández no vaciló en señalar el
quebrantamiento de uno de los pilares constitucionales que definen el destino
de la sociedad, que es el reconocido principio de pesos y contrapesos inspirado
en el “Espíritu de las leyes”, de Montesquieu.
Y
a pesar de que los colombianos fuimos testigos del irrespeto y la inobservancia
de principios constitucionales por quienes decidieron portar la Constitución
Política bajo el brazo y no frente a sus ojos, es rescatable la reacción que el
pueblo colombiano ha ofrecido ante la “esquizofrenia institucional” a la que
hace alusión Humberto de la Calle. La falta de articulación entre el
sistema electoral y la opinión pública ha llevado a fallas estructurales en los
órganos de representación popular, lo que ha despertado en la ciudadanía un
interés por movilizarse y pronunciarse en contra del status quo y del orden
democrático, según asevera Hernando Yepes. Se forja entonces una sociedad
militante con una fuerza política que reacciona ante la falta de voluntad de
los agentes de los órganos de representación, por lo que la fallida reforma
despertó un interés en el ciudadano del común por el tema de la justicia,
frente al que se había mostrado entiempos anteriores, renuente y apático.
De
manera general, lo malo y lo feo de la Reforma a la Justicia nos dejó a
los colombianos con un sin sabor, y, sobre todo, con una gran frustración Pero
por ahora, sólo nos queda esperar tiempos mejores y propicios para
impulsar nuevamente (y esperemos también que exitosamente) la anhelada y
necesaria Reforma.
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