Las drogas en los diferentes escenarios
Prohibición,
despenalización o legalización de las drogas
Foto de: Catalina Aristizábal |
Los argumentos de
quienes están en contra o a favor de la legalización o despenalización de las
drogas se evidencian a diario en los medios de comunicación. En esta
oportunidad, FORO JAVERIANO quiso, para no caer en lo mismo, adentrarse en la
realidad de las drogas en varias de las áreas del conocimiento, buscando que
sus lectores analicen los pros y los contras de la legalización,
despenalización o prohibición de estas sustancias.
Por:
FORO JAVERIANO
La discusión en torno a
las drogas nunca ha sido un tema pacífico en el país. Hace unos años,
únicamente se hablaba de la despenalización de éstas en un contexto social y
político que no permitía hablar de una legalización de las mismas. El debate
alrededor de estas sustancias, aunque presenta dos extremos bien definidos como
lo son, por un lado, la legalización de las drogas en un concepto social de
aceptación y con algunas restricciones definidas (como ocurre en el caso del
alcohol) y por otro lado, la prohibición total de ellas en un contexto de
imagen negativa y peyorativa de las mismas, presenta también un inmenso
panorama de matices, en el que los países han encontrado la solución en la
despenalización de ciertas conductas relacionadas con estas sustancias.
Sin embargo,
últimamente, los conceptos de despenalización y legalización se han venido
fusionando en uno solo en el debate en torno a las drogas, ya que, como afirma
el forense Michael Spontz “no se puede hablar de la despenalización de todas
las conductas relacionadas con drogas cuando en la conciencia colectiva se
sigue percibiendo una antijuridicidad material de ellas, ni se puede hablar
únicamente de una despenalización de estas conductas cuando se le está abriendo
la puerta a una política de Estado que deje de concebir como ilícitas estas
sustancias y pretenda integrarlas como parte del mercado·” Pues bien, hablar de
una legalización o de una despenalización implicaría entrar a analizar la
conciencia colectiva que se tenga frente al tema y las cesiones o restricciones
que pretenda guardarse para sí el sistema jurídico de un país.
En Colombia, en la
Sentencia C-221 de 1994, la Corte debió entrar a decidir la constitucionalidad
de las normas de la Ley 30 de 1986 que definían la dosis personal de
estupefacientes y establecían las sanciones por portar la mencionada dosis. Se
concluyó en esta sentencia que la Constitución ordena que prevalezca la
autonomía individual a través del derecho al libre desarrollo de la
personalidad, de modo que el consumidor individual no puede ser considerado
sujeto de sanciones penales, sino digno de apoyo y orientación. En el año 2002, el congreso aprobó la ley
745, que tipificó como contravención el porte y consumo de la dosis personal
pero esto fue declarado inexequible por la sentencia C-101 de 2004. En el 2008 ocurrió lo mismo con la Ley 1153
de 2007. Posteriormente, mediante Acto Legislativo Nº2 de 2009, el Congreso de
la República adicionó el artículo 49 de la Constitución Política y señaló que “el
porte y consumo de sustancias estupefacientes o sicotrópicas está prohibido
salvo prescripción médica.”Sin embargo, esta prohibición, más que orientarse
hacia el aspecto represivo de la conducta, pretendía orientar al legislador y
las políticas públicas. A finales de 2011 fue publicada la Sentencia
C-574 de 2011, con la que la Corte rechazó una demanda de inconstitucionalidad
presentada por un grupo de estudiantes y profesores de la Universidad de los
Andes que argumentaba que la modificación de la Constitución durante el
gobierno de Uribe para “prohibir” la dosis personal (Acto Legislativo 02 de
2009) daba pie para que las personas sorprendidas con sustancias ilegales
fueran a parar a la cárcel. La Corte negó esta tesis y afirmó que, aunque el
porte y consumo de drogas esté “prohibido”, las únicas medidas terapéuticas que
se pueden tomar contra quienes incumplan esta norma serán de carácter
“administrativo”.
Foto de: Catalina Aristizábal |
En ese mismo semestre
el Presidente Juan Manuel Santos comenzó a decir que se debía abrir el debate
sobre una posible legalización de las drogas a nivel internacional como una
política de grupo, y estableció que ese sería uno de los temas a tratar en la
Cumbre de las Américas, no como un escenario para llegar a una solución, sino
como un escenario para abrir el debate frente a otros países de la región, e
incluso, frente a Estados Unidos. Por otro lado, a finales de marzo de este
año, se presentó en la Secretaría de la Cámara un proyecto de ley que terminó
de expandir el debate sobre drogas a todas las áreas de la sociedad al
encontrarse frente a un gobierno que afirmó no estarlo impulsando. En este
proyecto de ley los términos de despenalización y legalización se usan
indistintamente e incluso, durante la
cumbre de las Américas, éstos dos no se diferenciaron ni siquiera en la
intención de aquellos que mencionaron el tema bajo la premisa del “sí pero
no”.
Es
este pues el panorama normativo, político y social que tenemos hoy en día en
nuestro país frente al tema.
Desde las artes
Los
paraísos artificiales: ¿malditos o divinos?
Por: Emilio Calderón
Reyes.
Estudiante de
literatura de la Universidad de los Andes.
Si la historia de la
literatura puede aportarle algo “útil” a la sociedad, esto sería que puede
hacerla caer en cuenta de cómo la vasta mayoría de sus problemas no son
exclusivos de la actualidad. Sino que, por el contrario, estos generalmente ya
han sido discutidos en el pasado. Es así que se puede hacer del estudio de la
literatura una búsqueda en el pasado para ampliar nuestras perspectivas para
afrontar los dilemas que se nos presentan más urgentes.
Si bien el debate legal
sobre la despenalización de las drogas es relativamente reciente en este país,
el consumo de sustancias que afectan el nivel de conciencia y la percepción de
la realidad no es, de ningún modo, un tema nuevo. A continuación, me referiré
al canon de la literatura de las drogas.
Ahora bien, está fuera de la brevedad de este texto y de los conocimientos de
su autor dar una exposición exhaustiva sobre el tema. Por otro lado, no tomo
partido en ningún bando. Este texto es, simplemente, una invitación al lector para que conozca la
literatura de las drogas y que, a partir de su lectura, saque por sí mismo sus
propias conclusiones. En una sociedad como la nuestra, en la que los debates
públicos tienden a la polarización y a la repetición de los mismos lugares
comunes, la literatura del pasado puede aportarnos creatividad para avivar
nuestras discusiones. En particular, acá hablaré de unos testimonios literarios
extraordinarios sobre el uso de alucinógenos, que aportan una perspectiva
reflexiva para analizar un tema que, generalmente, se discute con un exceso de estadísticas y
cifras y poquísima introspección.
La escritura para
Thomas de Quincey era, antes que nada,
una cuestión de supervivencia. Tras dilapidar toda su fortuna familiar y
quedar en la miseria, no tuvo otro remedio que ganarse la vida como escritor.
Una de sus obras es Las confesiones de un comedor de opio, un relato
autobiográfico en el que narra, en primera persona, sus igualmente terribles y
sublimes experiencias con las drogas. En
esta obra está presente la voz de un hombre arruinado, cuyos tormentos y
deleites son igualmente producto de una profunda adicción.
Otro escritor que
siguió el camino de De Quincey fue el poeta maldito Charles Baudelaire, también
para él las drogas fueron un tema literario y una experiencia personal.
Baudelaire llamó a estas sustancias los paraísos artificiales, porque
consideraba que, especialmente en las circunstancias más difíciles, brindaban
un refugio imperturbable de las durezas de la vida. Este poeta exaltó
especialmente las drogas que estimulaban la sensibilidad, como el hachís y el
opio, y en su obra los efectos de esta son un tema recurrente, como la
cinestesia, en la que: “Los sonidos tienen color, los colores tienen música”.
Tanto
De Quincey como Baudelaire describen detalladamente los placeres de los
alucinógenos, que ellos consideraban
acercaban al hombre a lo divino. Pero en sus obras se reconoce la capacidad demoniaca de estos para corromper
al hombre, para sumirlo en la apatía, la pasividad y el hastío. No en
vano, Baudelaire criticaba los paraísos
malditos, a los que la humanidad recurría en su afán por traspasar los límites
de lo mundano, y razonaba que: “Un estado razonable nunca podría subsistir con
el uso del hachís. Este no produce ni guerreros ni ciudadanos. En efecto, al
hombre le está prohibido, so pena de decaimiento y de muerte intelectual,
alterar las condiciones primordiales de su existencia y romper el equilibrio de
sus facultades con el medio ambiente”
Desde la Medicina
Orientación
médica para consumidores y legisladores
Por Ricardo Luque Núñez.
Médico y Magister en Bioética de la
Universidad Javeriana. Asesor en la Dirección de Promoción y Prevención del
Ministerio de Salud y Protección Social.
El consumo de
sustancias psicoactivas per
se
no es una enfermedad. El consumo de drogas, legales o ilegales, es una conducta
asumida que busca alterar el estado de conciencia. Las “drogas” son diversas y
tienen mayor o menor aceptabilidad
social según la época, su poder adictivo o la cultura. El consumo puede ser
experimental, ocasional, habitual o adictivo, y dependiendo de factores como el
tipo de sustancia, su calidad, la dosis, la frecuencia del consumo, la vía de
administración, la edad o el esquema de personalidad y de elementos
contextuales, como el tipo de legislación o el precio, el consumo puede llegar
a ser o no problemático, para las relaciones sociales, la productividad o el
bienestar físico y mental. (Silvana Fernández. 2009. Servicios Virtuales,
usuarios Reales: 290 respuestas a preguntas sobre drogas.)
El proyecto de ley
radicado por el Representante Constantino Rodríguez, propone la despenalización
de los cultivos de marihuana, coca y amapola, a la vez que encarga al sector
salud de la prevención del consumo y del
manejo médico de la adicción. Al plantear responsabilidades para el sector
salud, se reconocen implícitamente las consecuencias de las sustancias
psicoactivas sobre el organismo de los consumidores.
Veamos:
La marihuana (un
alucinógeno) en su fase aguda, genera un estado alterado de conciencia durante
el cual acciones como conducir implican un riesgo. Pueden darse estados de
ansiedad o paranoia, afección de la memoria, taquicardia, ojos enrojecidos y
apetito aumentado. Los efectos crónicos tienen que ver con las afecciones
pulmonares que implica fumar. La marihuana no está exenta de los alquitranes y
sustancias cancerígenas que existen en el tabaco.
La cocaína (un
estimulante como la nicotina), puede producir sangrados por la nariz, ansiedad,
taquicardia, hipertensión arterial e insomnio. Los sentimientos de euforia y
bienestar, al no ser muy prolongados, inducen a un consumo repetitivo. Su uso
crónico puede generar síndrome de abstinencia y daños como perforación del
tabique nasal, infartos cardiacos o
cerebrales y disfunción eréctil.
Por último, la heroína
(sustancia depresora como el alcohol pero de alto poder adictivo), genera
sedación, con picos de excitación, alucinaciones agradables o terroríficas,
hipotermia y alteraciones hepáticas, digestivas o renales. Su uso crónico por
vía intravenosa genera flebitis, endocarditis con afectación de la válvula
tricúspide del corazón y el uso de compartido de jeringas, puede disparar las
tasas de enfermedades como las hepatitis o el VIH / sida.
Toda persona que en su
autonomía consuma sustancias psicoactivas―legales o ilegales―, puede estar
sujeta a diferentes grados de dependencia física o psicológica. Por lo mismo,
no toda adicción requerirá tratamiento médico, como también es cierto que el
consumo experimental puede llevar a sobredosis o a intoxicaciones que requieran
intervención clínica.
Lo
que el legislador no considera es que la prevención del consumo ―al igual que
la prevención del tabaquismo―, recae en sectores diferentes al sector salud y
que contempla acciones como la prohibición de publicidad, establecer
límites a los canales de
comercialización, tasas de impuestos y otras formas de regulación a
cultivadores, productores y consumidores. Allí, en términos éticos y de salud pública, sí que siempre hace falta
una buena orientación médica.
Desde el Derecho
Sobre
políticas integrales y mafias incontrolables
Por: David Gómez,
La tradicional forma de lucha
contra las drogas, que hoy se consideran ilícitas, no ha dado resultado.
Durante años se ha atacado dicho problema por medio de la prohibición total de
la venta, comercialización, producción, distribución y parcialmente el consumo,
pero no se han logrado los resultados esperados. El consumo crece o no se
minimiza y las mafias no han desaparecido. La solución propuesta es la
legalización del consumo y del mercado. Sin embargo, eso trae consigo varios
problemas que tocan principalmente dos puntos. El primero es el consumo y el
segundo es el que tiene que ver con las mafias y sus actuaciones criminales.
La lucha contra las drogas debe atacar los susodichos puntos, para que el
fin que busca la legalización pueda ser eficaz.
Del resultado de la legalización del consumo, venta, comercialización,
distribución y cultivo de drogas puede que el consumo se aumente o se mantenga
estable, si se logra una reducción en los precios de éstas. Pero como
consecuencia de la legalización, es muy posible que se incremente, lo cual será
un problema de salud pública mayor al que actualmente existe. Por este motivo
una ley de legalización de drogas debe ir acompañada de normas y en general de
todo tipo de políticas públicas fuertes, encaminadas a buscar la disminución
del consumo. No podemos permitir que se promocione o se haga propaganda que
estimule el consumo de drogas o se deje a su suerte a quienes son dependientes
de ellas. En cuanto a las mafias, el
problema no se acabará simplemente legalizando la droga a nivel nacional,
porque como se sabe este es un problema global, y a un problema global se
necesita dar soluciones globales. Por esta razón, la legalización debe ser un
proceso transnacional. Se sabe que el mercado de drogas ilícitas más grande es
el internacional, por lo que a las mafias les interesa más exportar que vender
a nivel nacional. Si es legal producir drogas en Colombia a nivel nacional y no
a nivel internacional, las mafias seguirán vivas y sus actuaciones criminales
continuarán no solo a nivel internacional, sino a nivel interno por el control
del negocio. Así las cosas, la comercialización, producción, distribución y
venta de drogas, no puede convertirse en un negocio en el que el sector privado
pueda intervenir para enriquecerse, aplicando estrategias de mercadeo y
publicidad como si se tratase de cualquier otro negocio.
De lo anterior, se colige que el Estado entonces debe
tomar un control muy riguroso y restrictivo sobre el mercado de las drogas,
porque no se debe ver como un negocio, sino como una medida de salud pública
que busca sanar el problema de la adicción y el problema de la seguridad y
orden público. El mercado de las drogas debe ser muy limitado, para que el
Estado no logre efectos contrarios a los deseados y pueda cumplir con sus fines
de mantenimiento del orden público y garantía efectiva de los derechos, en
especial los de los niños y adolescentes.
Desde la economía y las ciencias administrativas
Hablando de
negocios y mercados lucrativos
Por: Mateo
Quimbayo F.
Estudiante de Administración de la Universidad de los Andes
Estudiante de Administración de la Universidad de los Andes
La lucha contra las drogas que ha liderado Estados Unidos en las últimas
décadas ha consistido, en su mayoría, en una lucha sin cuartel hacia los
productores y distribuidores de drogas, con la fumigación y erradicación de
cultivos, y la desmantelación de los grandes carteles asociados con la
producción. En otras palabras, se ha atacado la oferta del mercado pero no se
ha hecho mayor avance por el lado de la demanda. Y ante la inelasticidad de a
demanda de droga por parte de sus consumidores –dada la ausencia de productos
sustitutos, el aumento en los precios no tiene mayor efecto sobre la demanda
manteniéndose constante- se está generando un sistema de incentivos que hace
cada vez más difícil atacar efectivamente el mercado.
Por un lado, al ser ilegal y cada vez más difícil de producir, hace que el
producto se convierta en un bien escaso, y por lo tanto un bien caro –es por
esto que el mercado es tan lucrativo-, y como los consumidores no responden a
ese cambio, siempre habrá incentivos para que los individuos continúen con la
producción y, a pesar del riesgo, continúen el desarrollo de técnicas cada vez
más sofisticadas de evasión. Por lo tanto, yo creo que hay que legalizar las
drogas tan pronto como sea posible. El problema del narcotráfico es que es tan
rentable que siempre alguien continuará la producción. Y al legalizarlo, el
producto dejaría de ser escaso, bajaría
de precio, y eliminaría los incentivos existentes para que este fenómeno
siguiera desarrollándose en esas magnitudes. Los problemas sociales asociados
al consumo de drogas son evidentes, pero no creo que sean más graves que la
violencia que hemos vivido en las últimas tres décadas. La despenalización del
licor en Estados Unidos a principio del siglo XX es un simple ejemplo de ello.
No obstante, el problema que yo veo no es de voluntad
sino de conveniencia. Hay que recordar que el presidente Obama está en compaña,
y no se va exponer a abordar esos temas y ser atacado por sus contrapartes
Republicanos. Por haber venido a Cartagena –y ampliado el tiempo de la visa
americana- ya se ganó el voto latino en EE.UU, y eso es todo lo que le importa
en el momento.
Desde
el psicoanálisis
Consideraciones
presuntamente psicoanalíticas para el debate en torno a la legalización de las
drogas en Colombia
Por: Daniel E. Florez Muñoz
Escritor cartagenero, adscrito al
programa de Derecho de la Fundación Universitaria Colombo Internacional
Una
de las principales diferencias entre la psicología y el psicoanálisis es
precisamente la idea que permite a la primera la asociación entre lo que es la realidad
con aquello que es lo empíricamente dado, es decir para la psicología la
realidad es la positividad misma. El psicoanálisis por su parte supone otro
tipo de entendimiento de lo que la realidad es, para éste la realidad se articula
a partir de la idea de “Fantasma”. Esta categoría permite una redefinición
radical de la forma en la que se pueden entender los problemas sociales e
individuales. Un problemática evidente como el ¿Por qué legalizar o no el uso de drogas? Desde la perspectiva
analítica abierta por el fantasma debería ser redefinido, dando lugar a una
pregunta donde, por ejemplo, se tenga en consideración que cuando hablamos de
Drogas, realmente nos referimos a un tipo especifico de subjetividad la cual a
partir de la prohibición de la Drogas queremos negar sin negarla. La pregunta
que debería por lo menos abrir un primer debate es ¿Por qué supeditar un tipo de subjetividad (drogadicto) a un proceso de
rotulación y etiquetamiento? ¿Qué es lo que la sociedad encuentra en la
sola existencia del denominado drogadicto (toxicómano) que considera agresivo o
violatoria a su estructura de valores? Y quizá la más importante, ¿Cuáles son
las condiciones de posibilidad de un sentimiento de agresión de esa naturaleza?
En mi concepto, lo que funda el temor (odio/envidia) que lleva a un determinado
grupo social a incluir y someter a otros partir de la reinscripción de la ley
sobre determinados cuerpos, es la consciencia de un goce al cual el otro tiene
acceso por fuera de las coordenadas del Goce Fálico. Estamos ante un tipo de goce,
que al evadir las mediaciones sociales genera la ilusión de una satisfacción
absoluta lo cual en últimas representa la muerte misma. Es este hecho el que
posibilita una mirada social cargada
envidia y ansiedad, la cual es traducida al interior de una sociedad como la
colombiana que se encuentra privada de cánones simbólicos que permiten el pleno
desarrollo de la dimensión pacificadora del significante, en procesos de incorporación
heterotópica y mecanismos disciplinarios orientados por el afán de homogeneizar
a aquel que se ha permitido salirse de los canales socialmente establecidos
para gozar. No es de extrañar el carácter de “Anónimos” de buena parte de los
grupos de autoayuda, así como el permanente énfasis en la denominada instancia
de “recaída” la cual es proyectada como una segunda muerte para el que se
encuentra en proceso de desintoxicación.
En relación a esto, nos comenta el
profesor Mario Duran, cómo en el momento en el que el denominado adicto se
asoma a ese goce que no es sexual, que está en el límite del saber sobre la
imposibilidad de la completud simbólica. Esto plantea para el psicoanálisis una
perspectiva singular y es que se cuenta con aquello que nos dejó Freud que se
llama la pulsión (trieb), con esa
palabrita tan usada del significante y aquel lugar que nos contó Lacan parecido
al del basurero. Al fin y al cabo los adjetivados "adictos" demandan
amor como buscan droga, la confunden con el goce y no soportan la demanda
dirigida al Otro. Eso es lo que se puede experimentar bajo los efectos de la
transferencia, valiéndose de la función del analista como causa del deseo y del
lazo que puede desarrollarse. Abrir la posibilidad de que el sujeto se deje de llenar
de significantes y acceda a un saber como medio de goce, para poder entonces
esperar que surja una demanda analítica.
Me parece fundamental
resaltar una serie de elementos para tener en cuenta a la hora de realizar un
debate de esta naturaleza, y es precisamente el hecho de que toda batalla por
la definición de los marcos de la prohibición debe partir necesariamente de la
realidad psíquica de aquellos sobre quienes recae la prohibición, es la
realidad psíquica (realität) o lo que Freud denominaría Edipo, lo que remite a
un determinado cuerpo de goce el cual define a partir de la inscripción del
matema de la sexuación los principios referentes a la construcción del lazo
social y por tanto a determinadas formas de acceder al goce. Es precisamente es
cuerpo de goce el que soporta el “plus de goce” el cual se relaciona
directamente con el fantasma. Vemos por lo tanto, como se origina una
concatenación que va desde Edipo hasta el Fantasma que posibilita una
determinada proclividad a ciertas demandas socialmente censuradas como formas
casi que ineludibles de experimentar el goce. Es curioso, que el origen de
nuestra realidad psíquica se encuentre precisamente es una prohibición
(incesto), la cual es trasmitida y adoptada de forma lingüista bajo la
estructura del mandato fundante del orden social. Este hecho, debe generar por
lo menos dos consideraciones relevantes, la primera es que nuestra realidad
psíquica se configura culturalmente a partir del ingreso del significante en
nuestras vidas, y la segunda -que se desprende de la primera- es que no existe
en lo absoluto nada de “natural” en el ser humano, todo queda condicionado a
determinadas relaciones e inclusiones que dan sentido a nuestra realidad
psíquica. El psicoanálisis es un anti-esencialismo radical, no parte de ningún
contenido sustancial u ontología de lo humano, a lo máximo a lo que aspira es a
dilucidar la estructura que subyace a los procesos de construcción de
identidades y las condiciones de posibilidad del vínculo social. Finalmente, el
problema de la Droga tampoco es extraño al estudio psicoanalítico, recordemos
–tal como lo hace Fleischer– que ya el mismo Foucault cita las drogas como un
ejemplo de desexualización del placer. Esta referencia aparecerá tanto más
llamativa si se recuerda que Freud inventó el psicoanálisis precisamente sobre
la base de una constatación del fracaso de la droga, concretamente la cocaína,
panacea universal en la cual él había puesto muchas esperanzas. Este fracaso lo
lleva a inventar otra tipo de medicina, superando el modelos de la mirada
instaurado por Charcot, y que permite a Freud situar al médico de un modo
cualitativamente distinto al de un sapiente, y por supuesto es el final del enfermo
como simple portador de síntomas que no tendrían nada que ver con su decir y su
historia. Este fracaso llevó a Freud hasta la invención de un método, lo que
implicaba un cambio de discurso, ahora discurso analítico. El análisis, todo
análisis, podría bien no tener lugar, en efecto, más que sobre la base de una
forclusión de la droga.
Desde la sociología
Repensar la legalización de la
droga
Por: Tatiana
Patricia Godoy Jiménez
Estudiante
de sociología de la PUJ
El narcotráfico en Colombia, no es un problema de legalización
de drogas. La revisión tanto del problema de tierras, como de las relaciones de
producción y cotidianidad en el campo
colombiano nos abriría un espectro más complejo sobre problemas de fondo que
están más allá de la legalidad o no de la venta de drogas. A lo largo de la
historia de Colombia, y no muy diferente a muchos de los países
latinoamericanos, se ha consolidado algo que podríamos llamar ‘el facilismo
económico’ ligado a relaciones de clientelismo que han consolidado diversas
estructuras de poder, en las que el paternalismo sigue permeando decisiones
económicas, políticas y sociales actuales. Es necesario entonces, reconsiderar
una serie de políticas de impacto a mediano y largo plazo que acompañen tanto
la redistribución de la tierra como las formas en las que las personas podrían
participar de la economía generando mayor ingreso tanto para el núcleo familiar
como para el país; el tema de la educación se hace importante, para enseñar
diversas formas de tecnificación del campo, al igual que, generar cultivos
alternos con los cuales se reduzca el
impacto de la plantación y se mantengan ciclos productivos estables sin generar
problemas en las tierras y lo más importante, es que, estos procesos de
aprendizaje garanticen posibilidades de desarrollo en el campo y no extensivas
migraciones a las ciudades.
Sin embargo, si esta fuera una
solución posible en el corto plazo, se debe tener en cuenta la experiencia
Argentina respecto a la agroindustria a principios del siglo XX, por la que se logró un rápido crecimiento
económico entre 1914 y 1930, que desembocó en un estancamiento de la economía,
entre otras cosas por la concentración de tierra en pocas manos, lo que pocas
veces se tiene en cuenta a la hora de poner en marcha alguna política pública
en nuestro país.
Por ser un país en vías de desarrollo industrial, en segundo en desigualdad
(después de Haiti), no se han alcanzado a solucionar, cuestiones referidas a la
prestación de salud, seguridad y educación, por lo que queda por preguntarse si
estamos preparados para asumir un cambio tan importante a nivel económico,
político y social.
Los beneficios económicos para una y otra clase dirigente del país, serian
también un tema a pensar para fomentar el debate. ¿Qué posibilidades existen de
que esta clase terrateniente y gobernante, no se aproveche de la renta
diferencial generada por la legalización de la droga, fomentando la desigualdad
persistente en el país?
Es por ello, que este articulo, más que para fomentar una postura respecto
al tema, invita a reconsiderar el dilema
desde diversas dimensiones, que tengan en cuenta no solo el impacto económico
que beneficiaría a uno u otro sector, sino, como esta decisión se insertaría en
la vida cotidiana del colombiano. También
invita a generar conocimiento a cerca de nuestro pasado como país y como parte
de una serie de relaciones que van más allá de las netamente económicas, que se
incluyen en un debate más amplio de economía capitalista en un mundo
globalizado.
Encuesta
realizada a 100 estudiantes de la Facultad de Ciencias Jurídicas de la
Pontificia Universidad Javeriana sobre la posible legalización de las tres
sustancias más mencionadas en este debate
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