Ley
Orgánica de Ordenamiento Territorial
La LOOT: ¿nueva frustración de la región
Caribe en su intención de promover la regionalización de Colombia?
Foto: Catalina Aristizábal |
El ordenamiento
territorial en Colombia exige de una concepción social y democrática para su
modernización que permita concebir a las comunidades no ya como meros sujetos
pasivos del proceder gubernamental, sino como los protagonistas y partícipes de
la vida política. Expresiones colectivas como la “Liga Costeña” y el “Voto
Caribe”, en distintas épocas, han fungido como estandartes de todos aquellos
impulsos por materializar una verdadera autonomía de las entidades
territoriales y superar las acentuadas desigualdades económicas existentes hoy
en día entre las regiones de Colombia. Ello, sin embargo, se ha visto frustrado.
Por:
Diego Andrés Zambrano Pérez
Abogado
especialista en Derecho Público, Ciencia y Sociología Políticas
Muy seguramente
Orlando Fals Borda falleció sin siquiera imaginarse que los contornos del
Estado colombiano, desde el aspecto de su organización territorial, por fin
fueran definidos por el Congreso a través de normas orgánicas. Mucho menos
hubiera sospechado el historiador y sociólogo que aquellas, como bien se ha
señalado en los medios y en la comunidad académica, tan sólo desarrollaran el
inacabado y por demás complejo tema, de forma muy mínima o somera.
Y es que el
académico barranquillero, quien otrora fuera uno de los más estudiosos del
diseño político-administrativo del país, le apostó en sus escritos a la regionalización
del territorio en función de los multidiversos procesos culturales y de
identidad allí existentes. Para él, claramente, no se trataba de un debate
simplista sobre la división geográfica y el reparto funcional de competencias y
funciones, en cuanto que la clave consistía en incorporar aspectos
demográficos, políticos, de modernización estatal y de desarrollo económico
efectivo, en torno a un eje de proyección democrática de la Nación.
De hecho, en
obras como “La insurgencia de las
provincias” o “La Nueva República
Regional”, Fals Borda proyecta para el análisis dos cuestiones: por un
lado, que el proceso de regionalización es absolutamente necesario a efectos de
lograr cristalizar el modelo de descentralización y autonomía requeridos para
superar el excesivo centralismo que, de ordinario, le ha imprimido la política
colombiana a sus propias dinámicas; y de otro lado, que lo que debe abordarse y
resolverse es la articulación y distribución de las competencias entre los
distintos niveles de la administración, de suerte que se preserven éstas a
cabalidad y, por ende, se cumplan plenamente los postulados insertos en los
principios de concurrencia, subsidiariedad y coordinación.
A lo mejor, esa
tesis no solamente ha fungido como estandarte de quienes integraron lo que dio
en conocerse a principios del siglo XX como la ilustre Liga Costeña, sino que
también se ha tornado en eje fundamental de todos aquellos impulsos postreros
por materializar una verdadera autonomía de las entidades territoriales, pese a
todo lo que pregona la Constitución de 1991. No en vano cabe mencionar el
denominado “Voto Caribe” como un trascendental acontecimiento participativo
que, en esencia, se tradujo en el más admirable hito fiel de una expresión
colectiva decidida e insatisfecha con las acentuadas desigualdades económicas
existentes hoy en día entre las regiones de Colombia.
Sin embargo,
dicha manifestación no fue objeto de planteamiento alguno en la Ley Orgánica de
Ordenamiento Territorial, pues si bien dedicó un título a la definición de las
regiones administrativas y de planificación -RAP- como aquellas conformadas por dos
o más departamentos, con personería jurídica, autonomía financiera y patrimonio
propio, con el propósito de avanzar en el desarrollo regional, la inversión y
la competitividad, lo cierto es que dejó nuevamente librado a las cambiantes
coyunturas del foro congresional -esta
vez al legislador ordinario-, la definición de la Región como entidad
territorial. Difícil tarea si se tiene en cuenta la muy prolongada espera de la
LOOT.
A juzgar
entonces, por lo visto, la discusión pervive y encuentra vigencia,
sencillamente porque aún el ordenamiento territorial en Colombia exige de una
concepción social y democrática para su modernización y para concebir a las
comunidades no ya como meros sujetos pasivos del proceder gubernamental, sino
como los protagonistas y partícipes de la vida política; particularidad que, a
la sazón, orienta las reglas de relación entre los individuos, las sociedades
locales y el gobierno. En ello residen las realidades resultantes de la
diversidad propia, cultural y socioeconómica que deberían ser de interés a la
hora de construir un modelo auténtico e integral de organización del territorio
colombiano.
Con razón
entonces, es de alabar el loable y denodado esfuerzo de los ciudadanos de la
costa Caribe por expresarse tan lúcida y fervientemente ante la sociedad
colombiana, recordándonos a todos la importancia de pronunciarse y dejar en
claro un interés prevalente por la cosa pública a través de los mecanismos de
participación estatuidos en nuestra democracia. Pero también, principalmente,
por querer atribuirle a la Ley Orgánica de Ordenamiento Territorial un
potencial renovador y de cambio territorial que hasta ahora muy difícilmente
puede concedérsele.
Francamente Fals
Borda, a pesar del triunfo contundente que significó la papeleta Caribe ya hace
unos años, en estos momentos sería un costeño frustrado más.
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