Foto: Carolina Pastrana |
A favor de la medida del “desarme”
En esta sección FORO JAVERIANO tuvo la oportunidad de conocer la opinión de dos personas que están a favor de esta medida.
Como
gallos peleando
Estudiante de Derecho y Literatura de
la Universidad de los Andes
Curiosas sus
caras, queridos lectores, y abiertos sus ojos por la sorpresa, cuando lean esto
en su generoso foro. Dos estudiantes de “la competencia” como gallos peleando
-bravos como ciudadanos con salvoconducto- por la propuesta de nuestro alcalde
cordobés y de su secretario de gobierno pastuso de prohibir el porte legal de
armas en Bogotá. Pero yo no conozco a la persona que escribe la otra columna
–Los Andes también tiene muchos estudiantes- y no quiero pelear con él ni con
nadie.
Yo tampoco escribo para defender una gestión de la
que no he visto nada –en parte por el eterno escándalo de la derecha bogotana,
suspendida entre los ánimos de la regeneración y el macartismo- y de la que,
por lo demás, no espero mucho. Como decía mi abuelo: “piensa mal y acertarás”.
Sin embargo sí quiero decir que me gusta más que Bogotá esté sin armados
salvoconductados, que no quiere decir bienaconductados, ni decentes.
No voy a darles ningún argumento jurídico – ¡no
esperarán que un uniandino se enfrente a los colosos jurisconsultos que educan
con tanto éxito los jesuitas!-, ni voy a citar a la Corte Constitucional.
Simplemente voy a opinar.
Voy a recurrir, eso sí, a la idea tragicómica y
literaria del contrato social del par de ingleses y del señor Rousseau. Que se
me permita una mentira: tenemos Estado, y éste nació con un contrato del que
todos somos parte (parte obediente, o díscola y disipada, no importa en esta
parte de la exposición). Antes del Estado éramos hombres –con el perdón de las
siempre acertad@s feminist@s-, y ahora, en esta etapa post-contractual, somos
ciudadanos. Para Hobbes y Locke hemos hecho al Estado para que no nos matemos,
en un caso, y en el otro para que éste tenga el “derecho de defensa” de todos
los ciudadanos. Hacemos al Estado, parimos a esta persona artificial, para que
tenga guardados los machetes y sólo los afile cuando sea realmente necesario.
No me gusta andar por la calle y que mi vecino
–somos vecinos mucho antes que compatriotas- esté armado; no quiero que si me
estrello con él, tenga a la mano una pistola; no quiero, tampoco, que durante
un trance etílico de los que acometemos con tanta frecuencia los seres humanos
mi vecino coja su “treintaiocho Smith & Wesson del especial” y celebre la
noche disparándole a las nubes; no quiero que mi vecino encuentre a su esposa
con su vecino y decida cambiarse el estado civil a disparos; tampoco quiero que
si un señor se mete a la tienda de mi vecino para robarlo, él empelogote los
aguacates con las tripas del ladrón… Y es que no hemos creado al Estado para
que no vuelva a haber crímenes –esa no es su empresa, por ahora-, sino para que
castigue a los infractores y reparta las oportunidades. Hemos parido al Estado
para que sean sus manos ficticias las que impartan justicia y hagan derecho,
para que los ciudadanos no nos venguemos los unos a los otros.
Que Colombia sea un país con violencia no justifica
que nos armemos para prevenir los delitos, porque lo que sucede después del
hecho no puede prevenirlo. Estar armado no asegura que un robo no suceda, pero
sí hace probable un tiroteo. Sin embargo, el argumento de la defensa personal
sí es completo pero siempre problemático, por lo desproporcionado que resulta
eso de responder con balazos a los cuchillos y con muerte a los atracos. La defensa
personal como argumento para andar armado es egoísta y sólo piensa en el yo que
anda con el revólver… Que Colombia sea un país con violencia no justifica –no
quiero pensar que pueda justificar- este tipo de violencia tan particular que
es la del individuo que se arma para protegerse de su vecino. Las implicaciones
de este discurso de autodefensa son bastante conocidas en Colombia. Ya hemos
visto en lo que desemboca un país cuyo ordenamiento jurídico le da un espacio,
aunque pequeño, a la autodefensa. Y es que la violencia preserva la violencia,
la replica, la prolonga, la hace más fuerte. El primer paso para contener la
violencia es renunciar a ser violento. Debemos predicar, ejemplarmente, la no
violencia, y un vecino armado es, siempre, un hombre capaz de servirse de la
violencia. Esta prueba de tres meses de Bogotá sin armas no la podemos entender
como un atadura a los ciudadanos “de bien” que se preocupan por la seguridad.
Puede ser, si así lo queremos leer, una muestra más de que queremos superar el
hilo de sangre que, de una manera u otra, nos persigue a todos. Desprenderse
del hado violento es decirle adiós a las armas.
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Opinión
del Teniente Emerson Aguilar Bustamante (Oficina de Comunicaciones Estratégicas
de la Policía Metropolitana de Bogotá)
FORO JAVERIANO: ¿Cómo se aplicará la medida?
Teniente Emerson Aguilar: La restricción del porte de armas incluye la ciudad de Bogotá y 21
municipios del departamento de Cundinamarca y está regida por el decreto ley
2535. A quien incumpla la norma podrá abocarse el decomiso definitivo del arma
por parte de las autoridades que usualmente han sido designadas para adelantar
ese tipo de inspecciones como la Policía
Nacional y el Ejército. La resolución incluye una serie de excepciones que
deberán ser tenidas en cuenta, entre las cuales se encuentran las compañías de
seguridad debidamente acreditados, cuerpo diplomático o que adelanten acciones
relacionadas con tiro deportivo, así como miembros de la Fuerzas Armadas en
actividad o que pertenezcan a la reserva estarán exentos de acatar la norma.
Estarán también exentos de cumplir
con la norma los miembros de los diferentes organismos de seguridad del Estado,
ministros, viceministros y funcionarios directivos de nivel central, así como
magistrados, jueces, fiscales, congresistas secretarios de comisión del
Congreso y miembros del Cuerpo Técnico de Investigaciones (CTI) de la Fiscalía
General de la Nación que estén en uso de sus funciones.
F.J: ¿Por qué se toma la medida?
E.A: La concepción
básica y fundamental del
uso y empleo de las armas
de fuego a través de la historia lo ha constituido el afán del ser humano de
demostrar su superioridad en unos casos en otros tal vez pueda abocarse a una
necesidad de protección, la cual cuando se analiza bajo su conceptualización en
las sociedades democráticas debería entonces tenerse en cuenta las siguientes
conjeturas: ¿Para qué un arma? ¿Qué se pretende hacer con ella? ¿Qué
esperar de la misma? ¿Qué
ocurrirá con el arma? ¿Dónde y cuándo se empleará?
Analizar estos
cuestionamientos iniciales y evaluar sus consecuentes respuestas, es tarea no
sólo de la Policía Nacional, incluye de forma participativa y protagónica a todos
los sectores sociales en todos sus niveles, pues, para nadie es desconocido que
muchos ciudadanos quieren acceder a un arma de fuego o quedarse con la que
tienen, bajo el supuesto de que así aumentarán su seguridad y posibilidades de
autoprotección.
F.J: ¿Cree usted que la medida adoptada arrojará buenos
resultados para la ciudad?
E.A: No vacilamos al
afirmar que la presente saturación de armas de fuego, no sólo en Bogotá sino en
el país, bajo una perspectiva holística, requiere
de verdaderas medias que limiten y regulen de forma efectiva la compra, uso y
porte de este tipo de artefactos, pero no bajo el reflejo situacional de medida
restrictiva, impositiva e inquisitiva dirigida en este caso especifico, a
disminuir los índices de criminalidad, como podría llegar a creerse frente a
los delitos de alto impacto como el homicidio o sólo a limitarse al control
sobre las armas de fuego legales y su paso a la ilegalidad y su uso indebido
como lo determina la resolución número 001. Este tipo de nuevos escenarios
deben necesariamente ser asumidos como verdaderos espacios de generación de
cultura y pedagogía por la vida, herramientas jurídicas aplicables y
materializadas en medidas policiales de hecho deberán trascender el papel que
las faculta para constituirse en garantes de consciencias comunes y corrientes, naturales
e incuestionables en el paisaje social del cual las armas de fuego no pueden
continuar adornando sus contornos normalmente percibidos.
La principal
lección, evidenciada bajo la siguiente premisa: “Armas de fuego: ¿protección o
riesgo?”, debemos y podemos construir la seguridad con argumentos fehacientes,
convincentes, con la razón y visión de sociedades donde la cultura de armas
está superada.
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