En Contra de la fiesta brava
TOROS… E IRREPETIBLES
Ilustración de Jennifer Monclou |
El
torero, una especie en vía de extinción, se levanta altivo y valiente con su
gavilla a enfrentar un salvaje y temido toro. Pero… ¿será que detrás de esa
sospechosa “licra” ceñida color rosa y un sombrero a lo Mickey Mouse se esconde
tal gallardía?
Por: Michael Monclou Ch.
(Febrero de 2009)
(Febrero de 2009)
“La cuestión que procede plantearse no es si los animales pueden
razonar sino: ¿Pueden sufrir?”
(Bentham)
Nunca pensé que Scarlett
Johansson, Natalie Portman[1] y
el inexperto escritor de esta sección tuviésemos algo en común, pero luego de
investigar un poco resultó que sí. A los tres nos repudian las corridas de
toros.
Recuerdo que cuando niño junto
con mi abuelo, gran admirador de las corridas, veíamos las faenas, yo siempre
le hacía barra al toro, y aunque mi deseo no consistía en producirle heridas al
señor de trusa extraña que se parecía a la que usaban mis tías y que ahora renació
como grito de la moda, sí me habría gustado verlo sin sus armas y amigotes para
ver con agrado cómo su única salida habría sido esconderse.
Las corridas de toros, otro
rezago de la colonia, al igual que la viruela y la gripa llegaron para quedarse
en nuestra cultura. Es por esto que ferias grandes y tradicionales y ferias
pequeñas e inventadas por el alcalde del pueblo, se han caracterizado -además
de una reñida competencia por ser la reina del chorizo, la guanábana, el borojó
y otros exquisitos manjares- por el espectáculo de ver un caballero valeroso
contra una fiera indomable, demostrando la gallardía y el espíritu soberbio del
hombre en leggins.
Este espectáculo digno de un
coliseo romano ha ganado innumerables adeptos al igual que no pocos opositores.
Entre los que están del lado de las corridas hay quienes defienden su
majestuosidad, destacan la cultura y raíces de la tauromaquia y hasta
argumentan que sin las corridas de toros no existiría el “toro de lidia”. Pues
bien, el toro de lidia no es el de Doña
Lidia una mujer que se hizo rica a punta de vender estos animales. Resulta que
al parecer en alguna época poco darwinista se creyó que a punta de cruzar toros
medio malgeniados se crearía una raza bien emberracada…. ¿Será por eso que el
paisa siempre es pujante, el costeño parrandero y el santandereano de mal
genio?
Como la idea no es realizar un
tratado biológico y expresamente se prohibió aburrir al lector, será mejor
continuar.
Personalmente no me considero un
amante incansable de los animales y mucho menos un San Francisco o Dr. Dolittle.
Es más, en ocasiones me asombra el cariño que se le puede llegar a dar a un
pincher o al perro colombiano por excelencia; “el frenspuder”, pero otra cosa
muy diferente es maltratar innecesariamente un animal con el objetivo de
entretener una masa histérica clamando por ello. Sería interesante ver los
mismos gritos al ver una banderilla clavada en los lomos de todas sus amadas
mascotas.
¿Qué tan agradable puede ser ver
un animal sangrando incesantemente? ¿Qué de loable tiene que un hombre armado y
respaldado ataque un animal acorralado e indefenso?
Está bien, no acaben las
corridas, sólo quítenles a los toreros sus armas y de paso el atuendo norteño
de lentejuelas y conviértanlo en una verdadera corrida en donde se deba correr
y quien más rápido y mejor lo haga será el vencedor. Tal vez ante lo peligroso
o aburrido, la gente prefiera ver una corrida de fútbol o de atletismo.
Como no se puede dejar de lado lo
jurídico del asunto, recordemos que los animales y dentro de estos, los toros,
no son sujetos de derecho, y puesto que por lo visto no han podido traducirse
los bramidos, maullidos etc. al lenguaje humano, sería imposible atribuirle una
característica nuestra a dichos semovientes con el fin de reconocerles su
derecho al “libre desarrollo del pastoreo y animalidad”. Sin embargo, es
innegable el hecho de que los toros sienten, y con esto no se habla de
sentimientos de amor entre el toro y la vaca por sus “toritos”, sino de su
sensibilidad en términos de su sistema nervioso, y para no aburrirme ni
aburrirlos con términos científicos, los invito a que usen su “frenspuder” como
sujeto de prueba, y verán que la reacción producida por el accionar de la
chancla será un armonioso chillido o un doloroso mordisco. No obstante, en medio de nuestra superioridad
racional decidimos que el toro es incapaz de sentir y para colmo de remate
asumimos que cuando sale al ruedo lo hace de manera valiente y brava con el fin
de tener una muerte digna y honrada. Es decir, el animal no piensa pero le
otorgamos cualidades humanas como la honorabilidad… ¿absurdo no?
En fin, para no redundar en las
críticas que mi contraparte “pendiente”, me hará, propongo que nosotros los
seres racionales, superiores e irrepetibles nos dediquemos a ver violencia en
los deportes en los que participemos nosotros mismos y con esto apoyemos al
boxeo. ¡Claro! El boxeo en donde dos humanos racionales e irrepetibles en ropa
interior deciden dar su consentimiento, manifestando así su voluntad para
obligarse a no caer en el cuadrilátero por cuenta de un puño y ganarse una
correa gigante para amarrarse esos grandes calzoncillos. Mientras tanto dejemos
que los amantes del animal miren a ver cómo justifican el “libre desarrollo del
pastoreo y animalidad”.
Las gatas tienen una costumbre muy mala:
díganles lo que les digan, se ponen a ronronear siempre para respondernos.
<<¡Si tan sólo ronronearan cuando dicen “sí” y maullaran cuando dicen
“no”, o si siguieran cualquier otra regla por el estilo de manera que se
pudiera conversar con ellas! Pero ¿cómo se puede hablar con alguien que
responde siempre lo mismo?>>
En esta ocasión, la gata negra se contentó con ronronear; y era
imposible adivinar si quería decir que “sí” o que “no”.
-L. Carroll, Alicia en
el país de las maravillas-
(Derrida J. “L’animal
que donc je suis”)
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