sábado, 21 de enero de 2012


En Contra de la fiesta brava

TOROS… E IRREPETIBLES
Ilustración de Jennifer Monclou

El torero, una especie en vía de extinción, se levanta altivo y valiente con su gavilla a enfrentar un salvaje y temido toro. Pero… ¿será que detrás de esa sospechosa “licra” ceñida color rosa y un sombrero a lo Mickey Mouse se esconde tal gallardía?

Por: Michael Monclou Ch.
(Febrero de 2009)


“La cuestión que procede plantearse no es si los animales pueden razonar sino: ¿Pueden sufrir?”
(Bentham)

Nunca pensé que Scarlett Johansson, Natalie Portman[1] y el inexperto escritor de esta sección tuviésemos algo en común, pero luego de investigar un poco resultó que sí. A los tres nos repudian las corridas de toros.

Recuerdo que cuando niño junto con mi abuelo, gran admirador de las corridas, veíamos las faenas, yo siempre le hacía barra al toro, y aunque mi deseo no consistía en producirle heridas al señor de trusa extraña que se parecía a la que usaban mis tías y que ahora renació como grito de la moda, sí me habría gustado verlo sin sus armas y amigotes para ver con agrado cómo su única salida habría sido esconderse.

Las corridas de toros, otro rezago de la colonia, al igual que la viruela y la gripa llegaron para quedarse en nuestra cultura. Es por esto que ferias grandes y tradicionales y ferias pequeñas e inventadas por el alcalde del pueblo, se han caracterizado -además de una reñida competencia por ser la reina del chorizo, la guanábana, el borojó y otros exquisitos manjares- por el espectáculo de ver un caballero valeroso contra una fiera indomable, demostrando la gallardía y el espíritu soberbio del hombre en leggins.

Este espectáculo digno de un coliseo romano ha ganado innumerables adeptos al igual que no pocos opositores. Entre los que están del lado de las corridas hay quienes defienden su majestuosidad, destacan la cultura y raíces de la tauromaquia y hasta argumentan que sin las corridas de toros no existiría el “toro de lidia”. Pues bien, el toro de lidia no es el de  Doña Lidia una mujer que se hizo rica a punta de vender estos animales. Resulta que al parecer en alguna época poco darwinista se creyó que a punta de cruzar toros medio malgeniados se crearía una raza bien emberracada…. ¿Será por eso que el paisa siempre es pujante, el costeño parrandero y el santandereano de mal genio?

Como la idea no es realizar un tratado biológico y expresamente se prohibió aburrir al lector, será mejor continuar.

Personalmente no me considero un amante incansable de los animales y mucho menos un San Francisco o Dr. Dolittle. Es más, en ocasiones me asombra el cariño que se le puede llegar a dar a un pincher o al perro colombiano por excelencia; “el frenspuder”, pero otra cosa muy diferente es maltratar innecesariamente un animal con el objetivo de entretener una masa histérica clamando por ello. Sería interesante ver los mismos gritos al ver una banderilla clavada en los lomos de todas sus amadas mascotas.

¿Qué tan agradable puede ser ver un animal sangrando incesantemente? ¿Qué de loable tiene que un hombre armado y respaldado ataque un animal acorralado e indefenso?
Está bien, no acaben las corridas, sólo quítenles a los toreros sus armas y de paso el atuendo norteño de lentejuelas y conviértanlo en una verdadera corrida en donde se deba correr y quien más rápido y mejor lo haga será el vencedor. Tal vez ante lo peligroso o aburrido, la gente prefiera ver una corrida de fútbol o de atletismo.

Como no se puede dejar de lado lo jurídico del asunto, recordemos que los animales y dentro de estos, los toros, no son sujetos de derecho, y puesto que por lo visto no han podido traducirse los bramidos, maullidos etc. al lenguaje humano, sería imposible atribuirle una característica nuestra a dichos semovientes con el fin de reconocerles su derecho al “libre desarrollo del pastoreo y animalidad”. Sin embargo, es innegable el hecho de que los toros sienten, y con esto no se habla de sentimientos de amor entre el toro y la vaca por sus “toritos”, sino de su sensibilidad en términos de su sistema nervioso, y para no aburrirme ni aburrirlos con términos científicos, los invito a que usen su “frenspuder” como sujeto de prueba, y verán que la reacción producida por el accionar de la chancla será un armonioso chillido o un doloroso mordisco.  No obstante, en medio de nuestra superioridad racional decidimos que el toro es incapaz de sentir y para colmo de remate asumimos que cuando sale al ruedo lo hace de manera valiente y brava con el fin de tener una muerte digna y honrada. Es decir, el animal no piensa pero le otorgamos cualidades humanas como la honorabilidad… ¿absurdo no?

En fin, para no redundar en las críticas que mi contraparte “pendiente”, me hará, propongo que nosotros los seres racionales, superiores e irrepetibles nos dediquemos a ver violencia en los deportes en los que participemos nosotros mismos y con esto apoyemos al boxeo. ¡Claro! El boxeo en donde dos humanos racionales e irrepetibles en ropa interior deciden dar su consentimiento, manifestando así su voluntad para obligarse a no caer en el cuadrilátero por cuenta de un puño y ganarse una correa gigante para amarrarse esos grandes calzoncillos. Mientras tanto dejemos que los amantes del animal miren a ver cómo justifican el “libre desarrollo del pastoreo y animalidad”.


Las gatas tienen una costumbre muy mala: díganles lo que les digan, se ponen a ronronear siempre para respondernos. <<¡Si tan sólo ronronearan cuando dicen “sí” y maullaran cuando dicen “no”, o si siguieran cualquier otra regla por el estilo de manera que se pudiera conversar con ellas! Pero ¿cómo se puede hablar con alguien que responde siempre lo mismo?>>

En esta ocasión, la gata negra se contentó con ronronear; y era imposible adivinar si quería decir que “sí” o que “no”.
-L. Carroll, Alicia en el país de las maravillas-
(Derrida J. “L’animal que donc je suis”)




[1] Prometedoras actrices hollywoodenses y amores platónicos del suscrito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario