sábado, 14 de mayo de 2011


Una abogada que piensa lo social con una perspectiva diferente

El derecho como conjuro: fetichismo legal, violencia y movimientos sociales

FORO JAVERIANO entrevistó a Julieta Lemaitre Ripoll, directora del Centro de Investigaciones Sociojurídicas CIJUS de la Universidad de los Andes, acerca de su más reciente publicación en donde estudia los movimientos sociales más significativos de Colombia y de qué manera aquellos han utilizado al derecho para reivindicar sus pretensiones en una lucha simbólica por el uso del mismo.

Por: Michael Monclou Chaparro

Foro Javeriano: Por qué hablar de conjuro ¿En qué consiste?

Julieta Lemaitre: El título del libro viene de uno de los capítulos que trata sobre los “Afros”. Mientras investigaba encontré una noticia sobre la masacre de Bojayá: se había hecho un rito maldiciendo tanto a la guerrilla como al ejército por haber causado la muerte de los niños en el fuego cruzado. Esto me llamó la atención y es entonces la metáfora con la cual juego en el capítulo diciendo que es tan inefectivo el conjuro como los títulos de propiedad colectiva que tenían estas comunidades sobre la tierra. De igual manera se encuadra dentro de mi trabajo en libro el cual es hablar del valor emocional y simbólico del derecho que, en general, se parece un poco a la magia en el sentido de que hay una voluntad de crear una realidad con el solo uso de la palabra. A veces lo logra, como cuando un juez casa una pareja. Pero otras veces parece tener un efecto más simbólico y éste fue el enfoque por el cual me decidí. Por otro lado, es posible que quien crea en el conjuro lo haga efectivo.

F.J.: ¿Qué es el fetiche de la ley y por qué en Colombia, según su estudio, es tan relevante?

J.L.: Como explico en el libro, la idea según la cual el derecho es un fetiche tiene por lo menos dos orígenes a finales del siglo XIX y principios del XX: por una parte la crítica de Gény al formalismo, y por la otra los estudios marxistas del derecho que retoman el fetichismo de las mercancías para hacer una analogía con el derecho. Ahí la persona clave es Pashukanis. Yo juego con esa tradición y con el uso que en estudios culturales se le ha dado al análisis del fetichismo sexual de Freud para proponer otra forma de comprender el derecho como fetiche, una que conserva el espíritu crítico de las anteriores, pero que pretende dar cuenta de la emoción. Esa emoción la describo como un exceso de entusiasmo en los activistas por las posibilidades de la reforma legal, que me niego a describir como falsa conciencia, y en cambio la señalo como un fenómeno de denegación. Es decir, al mismo tiempo que se sabe que el derecho es una herramienta limitada para el cambio social se invierten en él muchos recursos y energía como si no se supiera (esta es la denegación- saber y actuar como si no se supiera). Esta es la que Freud dice es la estructura emocional del fetiche, y por eso me pareció apropiado para comprender mis entrevistas. Pero por otra parte es apenas una metáfora para señalar que las personas somos contradictorias entre lo que hacemos, creemos y sentimos y que el estudio de esta contradicción no se puede agotar en tan solo señalarla, sino que es importante comprenderla. Yo creo que se trata, en Colombia, y en el caso de la fe en el derecho, en una lucha por establecer significados sociales compartidos sobre el valor de la vida humana, una lucha entre quienes quieren establecer como normativa las ideas que giran en torno al valor sagrado (incluso en un sistema laico) de la vida humana, y quienes señalan, no sin razón, que este valor no se compadece de la realidad de las cosas que vemos, y vivimos, a diario. Y para los que creemos que la vida es sagrada es difícil mantenernos en esta creencia en medio de la cotidianeidad de la injusticia que nos enseña que estamos equivocados, que la realidad es otra—esta realidad es algo que sabemos, pero que no queremos saber, de ahí la estructura de la denegación. Y el derecho, los derechos se convierten en el objeto que nos permite dejar de pensar en lo que sabemos y concentrarnos en lo que deseamos sea cierto en su lugar.

F.J.: Dentro de su libro, hay un capítulo dedicado a los movimientos estudiantiles dentro del cual se enmarca el de la Séptima Papeleta. Cómo ve el movimiento estudiantil actualmente, ¿cree que existe?

J.L.: Los grupos radicales de la universidad pública persisten. Se asemejan en alguna medida a los que incluso conocí de estudiante y alguno que otro con cierta filiación por la izquierda armada o de otro tipo. Lo interesante del movimiento del 89 es que fue más allá de eso. Por ejemplo, la marcha de estudiantes contra la reforma de la Ley 30, dicen, convocó poco más de 5.000 personas incluyendo los sindicatos que se unieron. Mientras que en ese entonces podrían salir hasta 25.000, cifras que no he visto actualmente. Lo que sí he visto en los estudiantes actuales es un mayor interés por lo que significó la constitución del 91 como en el caso de E-91 y Desde las Aulas. Sin embargo no conozco cuántos son o qué capacidad de convocatoria tienen.

F.J.: ¿Por qué en Colombia no se ha dado un movimiento tan fuerte de reivindicación de derechos de los afrodescendientes a diferencia de países como Estados Unidos o Sudáfrica?

J.L.: Bueno no tengo duda que no es por falta de racismo, incluso de manifestaciones violentas del mismo. Aunque también es cierto que el sistema de apartheid de Sudáfrica, que también existió en los Estados Unidos con el régimen de Jim Crow en el sur, involucraba al Estado en el racismo de una forma singular, que no existe en Colombia. En Colombia como en otros países (no todos) de la región la conciencia de la discriminación racial como problema se ve matizada por la ideología del mestizaje (la idea que en el fondo todos somos iguales no en cuanto diferentes sino porque, así no se note, somos todos producto de la miscegenación). Y también por la concepción fuerte según la cual la raza está ligada a la clase social, de manera que es posible al ascender en la escala social dejar atrás los efectos del racismo. Es una ideología perversa, pero efectiva para mitigar la protesta.

F.J.: ¿Por qué recurrir a recursos como la escritura narrativa y el psicoanálisis para describir movimientos sociales como el feminista?

J.L.: No sólo ese, sino todos los que estudio en el libro. La escogencia es en buena parte consecuencia del objeto de estudio: me enfoco en las emociones, y en emociones contradictorias y ambiguas, y estas fueron las herramientas que encontré para dar cuenta de ellas. La medida de su efectividad es si mi interpretación es convincente, o no.

F.J.: ¿Cómo ve el estado de nuestra mítica constitución de 1991?

J.L.: Sorprendentemente vital para ser una constitución tan joven. Creo que el único peligro que se reemplace por otra es que su desmonte sea parte de un proceso de negociación con las FARC (y quizá el ELN), que no aparece en el horizonte inmediato. Pero el resto de las facciones en conflicto parece haber aceptado que sus propósitos caben, o pueden caber, dentro del marco de la misma. Por otra parte ha sufrido, y seguirá sufriendo, modificaciones importantes, como es usual en las constituciones jóvenes. En unos 50 años sabremos realmente si tenía la fuerza para perdurar como fue concebida, o no…Son unos ritmos menos intensos que los de la política electoral.

F.J.: ¿Qué importancia ha tenido la corte constitucional en la manifestación del Derecho como símbolo?

J.L.: Toda. Cuando la Constitución se adoptó, mucho de lo que consagraba no sabíamos cómo interpretarlo o aplicarlo. Además tuvo una posición en derecho relativamente nueva que buscaba defender la constitución utilizando también expertos en diversos temas y problemáticas, no solo en derecho, sino aplicando sus decisiones a la realidad política y social del país. Creo también que la transformación real vino con la tutela pues democratizó el acceso a la justicia pensando en esta como un recurso. Sé que el mecanismo de amparo existe en otras constituciones, aunque no conozco las recientes de Ecuador y Venezuela, pero en ninguna parte es tan amplio como acá en términos de standing o acceso para dicho recurso.

F.J.: ¿Qué la motivó a escribir un capítulo autobiográfico en su libro?

J.L.: Básicamente un problema teórico: cómo dar cuenta en el activismo tanto de la agencia individual, amarrada a factores biográficos, como de la ausencia de agencia en la medida en que uno termina siendo, pensando, actuando como es usual en los tiempos que le tocó vivir. Es una pregunta particularmente importante cuando se piensa en el activismo como una resistencia, y también cuando se reflexiona sobre si el derecho puede o no cambiar la sociedad o tan sólo expresa los cambios ya existentes. Me pareció que una forma amena de reflexionar sobre la “relativa autonomía” de las decisiones personales en medio de la historia era hacer una pequeña biografía política. Es un género común en las etnografías, por ejemplo, el recurrir a la primera persona, incluso en algunos trabajos históricos (Hobsbawm lo hace en su trabajo sobre el siglo XX) y en los estudios críticos del derecho en los Estados Unidos. Aquí es donde ha resultado ser rarísimo…lo cual me parece raro a mí.

F.J.: Un libro o película que quisiera recomendar a nuestros lectores.

J.L.: En cuanto estudiantes de derecho: Los fundamentos legales de la desigualdad de Roberto Gargarella. Da cuenta de la relación entre constitución y política en el siglo XIX y ayuda a entender la génesis de algunos debates aún vivos, y poner en perspectiva los nuevos. Y en cuanto jóvenes, uno viejo: Las memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar: es un libro singular para leer a los 20 años cuando se empieza a pensar en uno mismo en medio de la historia.

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