martes, 17 de noviembre de 2015

Crónica de una reprobación anunciada


Pese a ser de Derecho, la justicia y la razonabilidad parecen estar ausentes de ciertos métodos empleados por la Facultad. Ni siquiera en los preparatorios, cuando el final parece tan cerca, se puede evadir esta realidad.

Por: Jaime Hernández y Sebastián Solarte

Esperó nueve o diez semestres por este momento. Tal vez once. La puerta de vidrio del sexto piso estaba, como de costumbre, cerrada. Golpeó tímidamente y sonrió para que Laura y Henry le abrieran la puerta. Ellos le devolvieron la sonrisa, la misma con la que consolaban, semana a semana, a quienes recibían un “reprobado” a cambio de las largas horas de estudio, el desglose minucioso de los bancos de preguntas y la impresión de resúmenes de cientos de páginas que no contenían, por ningún lado, lo que el profesor había pretendido como respuesta.

Al entrar, observó al frente suyo a otras tres personas, cada una más elegante que la anterior, quienes divagaban ansiosamente entre mares de papeles y códigos con la sensación de haber olvidado todo. Sabía que los nervios de sus compañeros, al igual que los suyos, no se debían a la falta de estudio sino a la incertidumbre que ofrece el sistema de preparatorios a los estudiantes. Iba mentalizado para sentarse frente a un profesor –cuya identidad desconocería hasta el momento de ser evaluado-, quien, sin grabar el examen ni tener un segundo calificador, tenía en sus manos la posibilidad de retrasar su grado unos meses más.

No sabía cuáles eran las reglas de juego. Le dijeron que solo ciertas materias serían evaluadas y que el examen buscaba integrar los conocimientos adquiridos a lo largo de la carrera. No le advirtieron, sin embargo, que ni siquiera esas reglas solían ser seguidas. Son muchos –no todos- los profesores que exigen a los estudiantes poder contestar de memoria preguntas sobre historia o manejar temas que ni siquiera hacen parte del pensum de la Facultad. La falta de certeza, incluso, lleva a que algunos profesores evalúen con base en qué tan bien puede un estudiante repetir la postura enseñada por él, como si todos hubieran tenido que pasar por su cátedra como requisito para llegar a ese momento. En aquellos casos, el pensamiento crítico y las teorías de los demás profesores deben quedarse en el cajón, pues si se plantean en el examen, la reacción del evaluador no se hace esperar y de su boca sale el “reprobado” que decenas de estudiantes han recibido por el simple hecho de no compartir su visión.

Esperar en la sala de espera le trajo varios recuerdos. Se acordó de quienes no podían inscribir materias a tiempo e iban al sexto piso a pedir la apertura de un cupo. Muchos de ellos se encontraban en esa situación por haberse atrasado al perder o dejar de meter alguna materia y solo buscaban ponerse al día. Sin embargo, esto no importaba: “los errores en la vida se pagan con sangre o con plata”, como le respondió un funcionario de la facultad a un compañero suyo que solo quería que le abrieran un cupo para poder terminar todas las materias en décimo semestre y no tener que pagar media matrícula el siguiente semestre por ver una sola clase. También recordó a quienes se amontonaban en el sexto piso para pedir la revisión de los exámenes de las clases dictadas por ciertas vacas sagradas para quienes evaluar de manera objetiva y ecuánime era un golpe al ego. Nunca entendió cuál era el vacío que aquellos profesores estaban tratando de llenar con esa actitud, pero esperaba que pronto sanaran internamente para que comenzaran a comportarse con sensatez. Tal vez muchos de estos juristas olvidan, entre su oficina, los cocteles y las clases, que antes de ser abogados son personas; y más allá de su frialdad, distancia y dureza, deberían ser figuras que infundan ejemplo y respeto, no sólo en el ejercicio de la profesión sino en el diario vivir. Lo anterior, especialmente, de cara a sus alumnos, quienes, más allá de estar en el aula aprendiendo derecho, se están formando como personas.

Alguien alguna vez dijo que “el alumno soporta todo menos la injusticia”. Tal vez sea hora de repensar ciertos métodos de enseñanza y evaluación para evitar discutibles situaciones en una Facultad como la nuestra, la cual, con más de 80 años de historia, debería constantemente revisar sus metodologías y procesos para lograr educar abogados humanos y justos. En ciertos casos, el apego a las tradiciones solo sirve como contentillo para profesores y funcionarios; sin embargo, la esencia de una universidad son sus estudiantes, y es su correcta formación la que debería gestionar sus directrices.

Su mente fue detenida por el llamado del profesor. Su turno había llegado. Minutos después, de su cara salió una sonrisa cuando el profesor le anunció el “reprobado”. Ante la imposibilidad de cambiar el sistema, era mejor resignarse, disfrutar la ironía de la situación y darle, de antemano, su más sentido pésame a quien iba a ser evaluado enseguida. Finalmente, no era la primera ni sería la última vez que la Facultad le sorprendería de esta manera. 


Servir cada día con desinterés y afecto, un imperativo (…) trabajar sin tregua porque se acreciente cada vez más el prestigio de vuestra facultad, un ferviente anhelo, que espero sea para vosotros tarea grata que realizaréis con decisión inquebrantable”. Gabriel Giraldo, S.J.

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