domingo, 25 de octubre de 2015

Cuando la innovación se estrella contra la ley



La “Ley Netflix”, el decreto que reglamentará Uber o la circular de la Aeronáutica Civil sobre los drones son algunos de los intentos estatales por sistematizar propuestas novedosas que, desde los planos económico y tecnológico, retan las tradicionales estructuras aún presentes en el país. ¿Hasta qué punto es necesaria una respuesta normativa ante las alternativas emergentes?

Por: Sebastián Solarte Caicedo

La innovación es parte fundamental de las economías de mercado. A través de nuevas propuestas, los competidores pretenden atraer a los consumidores para mejorar su posición en el mercado y en la medida en que estas propuestas respondan a los problemas que presenta lo que ya está siendo ofrecido, el consumidor se sentirá más tentado a cambiar su comportamiento y buscar lo que le resulte más favorable. Lo anterior fue facilitado con el auge de las nuevas tecnologías, que permiten divulgar de manera más fácil, concentrada y con menores costos de transacción las nuevas alternativas ofrecidas a los consumidores.

El derecho reacciona ante este tipo de cambios y nuevos reglamentos son expedidos para contrarrestar los supuestos efectos negativos que estos pueden tener, en especial en países como el nuestro, donde aún se cree que con una nueva norma se puede arreglar cualquier problema. Aquí la más reciente propuesta de regulación se encuentra en el proyecto de la llamada “Ley Netflix”, que pretende darle a los servicios de streaming el carácter de servicio público, por lo que sus prestadores –por ejemplo, Netflix o YouTube- tendrán que tributar de manera especial, tener autorización estatal para prestar su servicio y estar registrados ante el Gobierno.

Este proyecto, redactado por un fanático del deporte colombiano y no por un experto en redes de telecomunicaciones –si no me cree, le recomiendo leer el artículo 37 del proyecto de ley-, impone en cabeza de empresas como Netflix una serie de obligaciones que producirán uno de dos perversos resultados, subirán los precios finales para los consumidores o las empresas encontrarán en exceso gravoso la prestación del servicio y dejarán de hacerlo.

Estas iniciativas legislativas buscan proteger las dinámicas ya existentes en el mercado. Por ejemplo, el proyecto de la “Ley Netflix” pretende evitar que la televisión pública y su contenido –plural, según su ponente- se pierdan. Sin embargo, el Estado no puede buscar solucionar problemas de mercado a través de leyes. Lo que innovadores y emprendedores buscan es mejorar los problemas que existen en un mercado determinado, y la respuesta de quienes allí intervienen, en lugar de censurar, debe ser mejorar. Si las personas prefieren el contenido de Netflix no es porque esta esté abusando de su libertad económica, sino porque el contenido de la televisión pública no es atractivo para los televidentes. Por lo tanto, el Estado, en lugar de reprimir las nuevas alternativas de contenido audiovisual, debería preocuparse por mejorar las ya existentes. La situación con Uber es idéntica: en ausencia de un servicio seguro y de buena calidad, surge la opción de pagar un precio mayor para conseguir un mejor servicio. Lo anterior, en lugar de llevar a una intervención represiva por parte del Estado para mantener el degradado monopolio de los taxistas, debería llevar a repensar las exigencias que se les hacen a estos para evitar mayores perjuicios contra los usuarios del servicio.

Desafortunadamente, el enfoque que tienen las regulaciones pretendidas es principalmente prohibitivo, lo cual conduce a que el emprendimiento y la innovación dejen de tener incentivos para proponer alternativas que mejoren la oferta de bienes y servicios que se hace a los consumidores. Las nuevas realidades, inevitablemente, darán lugar a nuevas propuestas que demandarán intervenciones más asertivas y menos invasivas por parte del Estado. Evidentemente, en la medida en que las tradicionales estructuras económicas se vean afectadas, será necesario plantear normas que armonicen los avances con lo ya existente –por ejemplo, en temas tributarios–. Sin embargo, el Estado no se puede convertir en un represor de la innovación, en especial si con ello se protegen deterioradas industrias y se atenta contra el bienestar del consumidor. Entre mayor sea la intervención, más se atenta contra lo establecido en la Constitución con respecto a la economía social de mercado y más en peligro se ponen las innovaciones que pretenden volver más eficientes los mercados.


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