martes, 27 de octubre de 2015

La Otra Cara del Dragón



Catalina Sojo Molina

En su primer libro, Los Días del Dragón, la periodista Silvia María Hoyos habla sobre su correspondencia con Pablo Escobar y la manera como logró sobrevivir a la guerra que estremeció al país en las últimas dos décadas del Siglo XX.

“En este país donde cualquier cosa es posible, no falta sino que, con todo el tiempo que tiene Escobar y con la vista que disfruta en ese bosque le vaya a dar por volverse poeta.“

Al igual que decenas de periodistas en ese momento, Silvia María Hoyos no se preparó para la guerra. Terminando sus estudios, se adentró al enfrentamiento que se vivió en Medellín en las últimas dos décadas del Siglo XX, y la primera lección que aprendió fue la muerte. En esa época, ejercer el periodismo en Colombia era prácticamente una sentencia de muerte, pues día a día  sus colegas eran asesinados, y los edificios de medios de comunicación incendiados. Silvia María llegó a reportar hasta tres asesinatos diarios, desde personas influyentes y voceros en contra del terror, hasta personas que simplemente estaban en el lugar equivocado. Sin embargo, ninguno de estos asesinatos le fue tan cercano como el de su tío Carlos Mauro Hoyos, Procurador General en ese momento, quien fue asesinado por orden de el capo de capos, el patrón Pablo Emilio Escobar Gaviria.  Cansada de que la muerte fuera su diario vivir y sin esperar respuesta alguna, en medio de su dolor Hoyos aprovechó la estadía del patrón en La Catedral para hacerle llegar una carta. Lo que Silvia nunca imaginó fue, no solo que recibiría una respuesta, sino que detrás de ese monstruo que aterrorizaba a la sociedad había también un ser humano, un padre y un poeta frustrado.

Hace aproximadamente 2 años, en una de esas inusuales pero agradables tardes soleadas en Bogotá, me reuní con Silvia María y empezó a narrarme la historia que llevaba guardada por dentro desde hace 20 años. Me contó acerca de las cartas que se intercambió con Pablo Escobar con el propósito de preguntarle acerca de sus muertos. Llegó incluso a contarme que enviados de Escobar intentaron robarle las cartas escritas a mano por el capo, y firmadas con su huella, pero nunca lo lograron. Me contó Silvia que, después de años de violencia y sangre que mancharía para siempre la historia de Medellín, al enterarse que estaba milagrosamente embarazada, y ver que traería un niño a un país marcado por la guerra, decidió escribirle a Escobar. Silvia en ese momento se cuestionaba muchas cosas, como el saber cómo le hablaba Escobar a sus hijos de la muerte y de la ciudad.

Años después, al ver materializados estos hechos en su libro, Los Días del Dragón, no pude evitar sorprenderme por la crudeza de lo que escribe Silvia María, pues al no haber vivido en esa época los hechos resultan casi irreales. Su historia llega  al punto en que fue prácticamente secuestrada por Escobar, junto a otro número de periodistas, para documentar laboratorios que tenía el capo de la cocaína. En su libro,  relata el momento de paz que llegó a la ciudad cuando Pablo llega a la cárcel que él mismo mando a construir, La Catedral. Al ver que un camión se dirigía a la cárcel todos los días se acerca al conductor y con una sonrisa cómplice le dice que por favor le lleve una carta a su Patrón. Para su inmensa sorpresa, Pablo no se tarda en responder y empieza la correspondencia entre dos personajes que el destino decidió unir. Dentro de sus cartas, además de demonstrar una buena escritura y ortografía, Pablo dice que piensa que todos tenemos algo de poesía en nuestro interior, pero que no es poeta ya que se tiene desconfianza para hacerlo. Por otro lado, Escobar le escribe acerca de su intención de estudiar periodismo, ya que el Derecho le gusta, pero “aquí todos los días cambian las leyes“. El sorpresivo intercambio de cartas continúa durante 2 meses en los que Pablo incluso cuenta de la cantidad de cartas, dibujos, imágenes y hasta canciones que recibía diariamente en La Catedral, ya que le escribían desde sacerdotes y alcaldes hasta niños y ancianos. Pablo le habla acerca de su faceta de “Pablo padre“, y cuenta que le escribe cuentos a su hija Manuela para que pueda dormir, cuentos en los que ella siempre era la protagonista. Estos cuentos iban desde uno titulado El Dragón de la Caverna hasta Manuelita Caperucita.

Al final de la correspondencia, que termina de forma estrepitosa, Silvia María no consigue las respuestas a todos los interrogantes que tenía. El miedo no le permitió averiguar acerca de sus muertos, pero para ella las cartas que quedaron como botín de guerra sirvieron de algo en ese momento en que la sangre había parado, aunque continuaran las heridas. A pesar de que hemos oído y visto multiplicidad de historias de Pablo Escobar, desde novelas colombianas a series internacionales, este libro logra traer un aporte más a la historia que manchó nuestro país. Este libro nos trae otra faceta del dragón, ese que seguirá atormentando las pesadillas de los colombianos, pero que en aquellas noches oscuras de Medellín lograba con un cuento calmar las de su hija.



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