Catalina Sojo Molina
En
su primer libro, Los Días del Dragón, la periodista Silvia María Hoyos habla
sobre su correspondencia con Pablo Escobar y la manera como logró sobrevivir a
la guerra que estremeció al país en las últimas dos décadas del Siglo XX.
“En este país donde cualquier cosa es
posible, no falta sino que, con todo el tiempo que tiene Escobar y con la vista
que disfruta en ese bosque le vaya a dar por volverse poeta.“
Al
igual que decenas de periodistas en ese momento, Silvia María Hoyos no se
preparó para la guerra. Terminando sus estudios, se adentró al enfrentamiento
que se vivió en Medellín en las últimas dos décadas del Siglo XX, y la primera
lección que aprendió fue la muerte. En esa época, ejercer el periodismo en
Colombia era prácticamente una sentencia de muerte, pues día a día sus colegas eran asesinados, y los edificios
de medios de comunicación incendiados. Silvia María llegó a reportar hasta tres
asesinatos diarios, desde personas influyentes y voceros en contra del terror,
hasta personas que simplemente estaban en el lugar equivocado. Sin embargo,
ninguno de estos asesinatos le fue tan cercano como el de su tío Carlos Mauro
Hoyos, Procurador General en ese momento, quien fue asesinado por orden de el capo
de capos, el patrón Pablo Emilio Escobar Gaviria. Cansada de que la muerte fuera su diario
vivir y sin esperar respuesta alguna, en medio de su dolor Hoyos aprovechó la
estadía del patrón en La Catedral para hacerle llegar una carta. Lo que Silvia
nunca imaginó fue, no solo que recibiría una respuesta, sino que detrás de ese
monstruo que aterrorizaba a la sociedad había también un ser humano, un padre y
un poeta frustrado.
Hace
aproximadamente 2 años, en una de esas inusuales pero agradables tardes soleadas
en Bogotá, me reuní con Silvia María y empezó a narrarme la historia que
llevaba guardada por dentro desde hace 20 años. Me contó acerca de las cartas
que se intercambió con Pablo Escobar con el propósito de preguntarle acerca de
sus muertos. Llegó incluso a contarme que enviados de Escobar intentaron
robarle las cartas escritas a mano por el capo, y firmadas con su huella, pero
nunca lo lograron. Me contó Silvia que, después de años de violencia y sangre
que mancharía para siempre la historia de Medellín, al enterarse que estaba
milagrosamente embarazada, y ver que traería un niño a un país marcado por la
guerra, decidió escribirle a Escobar. Silvia en ese momento se cuestionaba
muchas cosas, como el saber cómo le hablaba Escobar a sus hijos de la muerte y
de la ciudad.
Años
después, al ver materializados estos hechos en su libro, Los Días del Dragón,
no pude evitar sorprenderme por la crudeza de lo que escribe Silvia María, pues
al no haber vivido en esa época los hechos resultan casi irreales. Su historia
llega al punto en que fue prácticamente
secuestrada por Escobar, junto a otro número de periodistas, para documentar
laboratorios que tenía el capo de la cocaína. En su libro, relata el momento de paz que llegó a la
ciudad cuando Pablo llega a la cárcel que él mismo mando a construir, La
Catedral. Al ver que un camión se dirigía a la cárcel todos los días se acerca
al conductor y con una sonrisa cómplice le dice que por favor le lleve una
carta a su Patrón. Para su inmensa sorpresa, Pablo no se tarda en responder y
empieza la correspondencia entre dos personajes que el destino decidió unir.
Dentro de sus cartas, además de demonstrar una buena escritura y ortografía,
Pablo dice que piensa que todos tenemos algo de poesía en nuestro interior,
pero que no es poeta ya que se tiene desconfianza para hacerlo. Por otro lado,
Escobar le escribe acerca de su intención de estudiar periodismo, ya que el
Derecho le gusta, pero “aquí todos los días cambian las leyes“. El sorpresivo
intercambio de cartas continúa durante 2 meses en los que Pablo incluso cuenta
de la cantidad de cartas, dibujos, imágenes y hasta canciones que recibía
diariamente en La Catedral, ya que le escribían desde sacerdotes y alcaldes
hasta niños y ancianos. Pablo le habla acerca de su faceta de “Pablo padre“, y
cuenta que le escribe cuentos a su hija Manuela para que pueda dormir, cuentos
en los que ella siempre era la protagonista. Estos cuentos iban desde uno
titulado El Dragón de la Caverna hasta Manuelita Caperucita.
Al
final de la correspondencia, que termina de forma estrepitosa, Silvia María no
consigue las respuestas a todos los interrogantes que tenía. El miedo no le
permitió averiguar acerca de sus muertos, pero para ella las cartas que
quedaron como botín de guerra sirvieron de algo en ese momento en que la sangre
había parado, aunque continuaran las heridas. A pesar de que hemos oído y visto
multiplicidad de historias de Pablo Escobar, desde novelas colombianas a series
internacionales, este libro logra traer un aporte más a la historia que manchó nuestro
país. Este libro nos trae otra faceta del dragón, ese que seguirá atormentando
las pesadillas de los colombianos, pero que en aquellas noches oscuras de
Medellín lograba con un cuento calmar las de su hija.
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