Por: Luz Juanita Valencia
En la edición pasada,
se escribió un artículo donde de manera valiente un estudiante aprovechó el
espacio que ofrece Foro Javeriano para sentar una opinión. “En defensa del
Formalismo” generó polémica al interior de la facultad, y tal vez en el fondo ese
haya sido su éxito. En esta oportunidad quisiera cerrar el debate o, si se
prefiere, continuarlo, desde mi opinión personal de lo que es ser un Abogado
Javeriano.
Sin perjuicio del
respeto que se merecen quienes tienen la convicción de que el apego y la observancia
estricta a las formalidades constituyen uno de los rasgos salientes y
característicos no sólo de los estudiantes sino también del profesorado
javeriano, quisiera rescatar algunas expresiones, que considero, se pueden
prestar para equívocos y malinterpretaciones como los son “pedigree javeriano”
y que la universidad es una tijera que
nos impone un “patrón de conducta y porte”, ya que se trata de expresiones que
si bien entiendo de dónde provienen, en definitiva, no comparto.
Cierto es, que la
Universidad es una escuela de pensamiento a través de la cual se busca instruir
a los estudiantes en conocimientos superiores y especializados según las
preferencias y habilidades individuales.
De manera que la Universidad Javeriana, y en particular la Facultad de Derecho,
nos hace a todos iguales bajo la perspectiva de que compartimos el gusto por
esta ciencia humanística y creemos en su importancia social, pero de ninguna
manera es posible advertir que nuestro ingreso a la universidad implique
insertarnos en un proceso de homogenización que desconozca la individualidad y
la complejidad del “ser” y “existir” de cada estudiante y miembro de la
facultad; pues antes que todo, somos individuos con gustos e intereses de todo
tipo, y la bondad de la universidad consiste en la posibilidad de explorar
nuevas facetas conforme nos vamos formando como abogados. El abogado javeriano por
tanto debe contar con la tranquilidad de poder expresar de manera libre los
frutos de esas vivencias y experiencias personales que se pueden manifestar
desde la forma en la que entiende e interpreta el derecho, hasta la manera como
se presenta a clase. Y es que rayaría en la ironía que en una facultad de
derecho no se promueva ni respete el tan discutido, y en ocasiones abusado,
derecho al libre desarrollo de la personalidad.
Por supuesto que hay
formalismos que por condiciones de tiempo, modo y lugar deben respetarse, pero
una universidad, cuyo fin es la creación y transmisión de conocimiento, no debe
aferrarse a éstos en el día a día, pues el conocimiento es tan diverso, como
diversas son las formas de compartirlo. De manera que tampoco considero que nos
sea dable como estudiantes exigir que los profesores se vistan de corbata para
poder dictar una clase decente, propia de una universidad como la nuestra, en
vista de que la presentación no está en la ropa sino en la presencia del
orador. No importa, entonces, si el profesor llega vestido con una camisa contramarcada con sus iniciales o en jeans y
converse, lo que realmente nos debe importar como estudiantes es su presencia
escénica en la clase, la forma como se dirige al curso y el dominio que tiene sobre el contenido de
su materia.
Así las cosas, el
Abogado Javeriano es por tanto un individuo interdisciplinario imposible de
reducir a un perfil, sin perjuicio de que pueda reconocerse por su amor hacia
el derecho, e incluso sentirse identificado por pequeñeces que parecen ser
irrelevantes pero que marcan nuestro paso por la universidad, y que nadie,
ajeno a esta institución, podría comprender, como lo son, por ejemplo, el
esfuerzo de los profesores por aprenderse los nombres de sus estudiantes a
pesar de tener a más de 50 estudiantes inscritos en su materia, el compromiso
que éstos asumen por formar no sólo buenos abogados sino excelentes seres
humanos o, para citar al Ingeniero Cuartas, para hacer de nosotros, “no los
mejores del mundo sino los mejores para el mundo”, la regla de que la primera clase no se dicta
y la última no se recibe, la cual defendemos a capa y espada a pesar de la
renuencia de algunos profesores por honrar esta tradición, la imposibilidad de
dar un uso útil a los huecos en la facultad, la importancia del ENANOCAPADO en
derecho civil-personas y la convicción de que sin Henry la facultad no sería la
misma; todo esto, repito, detalles que no se aprenden de las formas sino de la
experiencia.
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