martes, 30 de agosto de 2016

Opinión: La paz de todos

La paz de todos

Autor: David Guillermo Ortiz Rey - Estudiante de Derecho y Relaciones Internacionales

La historia de nuestro país está llena de momentos de alegría, de superación, de guerra, de odio y de desesperación. Todos siempre nos esforzamos porque vivamos más momentos de felicidad y de orgullo por nuestro país y por lo que significa para todos nosotros. Nos unimos detrás de un televisor para gritarle a jugadores que no nos conocen, nos emocionamos hasta llorar de la alegría oyendo el himno de nuestro país en unos Juegos Olímpicos. Esos triunfos los sentimos propios por el hecho de ser colombianos, de sentir que quien alza esa copa o muerde esa medalla, es un compatriota de a pié que se ha esforzado para llegar a la gloria, para dejar en alto el nombre de nuestro país. Es más, que su realidad puede no ser tan distinta de la nuestra.  “¡Ganamos!”, gritamos con orgullo. “Este año sí nos llevamos esta copa”, decimos llenos de esperanza. Este tipo de momentos nos llenan, nos unen como colombianos, nos hacen sentir a todos nosotros parte de algo.

Es precisamente por este sentimiento que he vivido estos días, y meses que decidí escribir esta columna. Porque la tristeza me inundó cuando me di cuenta, después de celebrar un triunfo deportivo, que estamos halando para lados distintos cuando concierne a un proceso de paz. Más allá de la ideología política, es muy triste que en un país nos estemos peleando e insultando por la ratificación o no del mismo. Y ojo, no estoy defendiendo a nadie, de lado y lado nos estamos atacando con expresiones del tipo “enemigos de la paz”, “vendidos” o “crédulos”. Eso es triste y ofensivo. Así no quiero una paz. Es más, eso ni siquiera es paz. Algo que nos debería unir y enorgullecernos, como el triunfo de uno de nuestros deportistas, nos distancia aún más y nos llena de rabia frente a quienes no están de acuerdo con nosotros. La paz comienza por uno mismo, por no insultar, por aceptar las diferencias.

Así como nos sentimos felices por ganar una medalla, sintámonos felices por la oportunidad que nos está dando la historia; así como nos sentimos parte de algo muy valioso cuando ganamos un partido de fútbol, unámonos bajo el manto de la reconciliación. Este proceso de paz no es de un presidente, no es de un partido político, es de todos los colombianos. Lo más importante que ha tenido este proceso, salvo algunas contadas excepciones, es que ha permitido unirnos a ideologías radicalmente distintas, pero que no queremos más conflictos, más desazón, más desesperanza. La realidad colombiana nos ha enseñado que vivir en guerra, durante casi toda nuestra historia, no nos ha servido de nada. ¿No es hora de intentar algo distinto? ¿No será que es el momento de dejar viejos orgullos de lado y comenzar a perdonar?


Debemos darnos la oportunidad de vivir en un país sin tanto odio, sin tanta intolerancia, sin tanto orgullo ofensivo y destructivo. Lo que se pretende con esta columna es que nos reconciliemos, no con las FARC, no con el ELN, sino con nosotros mismos. Concienticémonos de la oportunidad que tenemos y de los modos que existen para solucionar nuestras diferencias. Marcar SI o marcar NO no cambiará nada si no cambiamos nosotros mismos. ¿Cómo podemos pedir reconciliación si lo hacemos insultando o excluyendo? Qué paradójico e irónico es tener una manilla o llevar una calcomanía que dice PAZ, si ni siquiera vivimos en paz entre nosotros mismos. La paz no se logrará si no comenzamos a respetar al que piensa distinto, al que vive distinto, al que ama distinto. Es hora de creernos el cuento de que las cosas se pueden hacer de otra forma, es hora de pensar en un futuro mejor. No por un presidente, no por una ideología, sino por nosotros mismos. Esa, amigos míos, será la paz de todos.

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